Bonn no es Weimar, pero...
Con motivo del cincuentenario de la llegada de Hitler al poder, de nuevo una ola de catarsis colectiva recorre la Rep¨²blica Federal de Alemania: pel¨ªculas en la televisi¨®n, conferencias de historiadores, discursos de los pol¨ªticos, seriales en periodicos y revistas, que recuerdan aquellos d¨ªas.Con el mismo ritual con que los alemanes comienzan a celebrar los carnavales o la Navidad, de cuando en cuando suena la hora de afrontar el pasado y todo el pa¨ªs se pone a hacer una especie de ejercicios espirituales o de examen colectivo de conciencia, para preguntarse c¨®mo fue posible aquello hace cincuenta a?os.
Algunos recuerdan estos d¨ªas la frase, ya t¨®pica, de Bertolt Brecht: "Todav¨ªa es f¨¦rtil el vientre que pari¨® al fascismo", y empiezan a buscar paralelismos entre la Rep¨²blica Federal de Alemania y la Rep¨²blica de Weimar. Este paralelismo no resiste un an¨¢lisis serio de las circunstancias hist¨®ricas, completamente diferente, que permiten asegurar que Bonn no es Weimar.
Los dos millones y medio de parados de la RFA no tienen nada que ver con las masas hambrientas de los a?os veinte; los partidos de la RFA se pelean por ocupar el centro del espectro pol¨ªtico, hasta llegar a aguar completamente sus diferencias ideol¨®gicas; la comparaci¨®n de la xenofobia actual contra los trabajadores emigrantes con el antisemitismo de los a?os treinta es un insulto a los que padecieron el holocausto; Franz Josef Strauss no es, como quieren verle algunos, un aprendiz de Hitler. La lista de diferencias entre Bonn y Weimar podr¨ªa alargarse casi infinitamente.
Bonn no es Weimar, pero siempre queda la duda, y por eso, por el terrible peso del pasado, la RFA est¨¢ obligada mucho m¨¢s a de mostrar que los viejos demonios est¨¢n definitivamente enterrados.
Resulta inadmisible que un pa¨ªs que import¨® mano de obra, con la que construy¨® buena parte de su actual prosperidad, se dedique a buscar la f¨®rmula de quit¨¢rsela de encima cuando llegan las vacas flacas. Es una hipocres¨ªa rasgarse las vestiduras porque la nuera de Sajarov no pueda reunirse con su marido y, al mismo tiempo, intentar, por decreto, separar a los padres emigrantes de sus hijos mayores de sis a?os.
Resulta indignante que un individuo de la cala?a de Hans Filbinger, que intervino en juicios de sangre en tiempos del nazismo y levant¨®, con su firma, acta de las ejecuciones, llegase a ser presidente de Gobierno de un Estado federado, y haya todav¨ªa un partido -la Democracia Cristiana (CDU)- que le pasee a estas alturas en la campa?a electoral como uno de sus oradores para cazar votos.
Son estas muestas de hipocres¨ªa y doble moral las que han provocado en amplios sectores de la juventud de la RFA un repudio del sistema establecido que les ha llevado a enrolarse en los movimientos contraculturales, alternativos y ecologistas. La misma doble moral oficial hizo que durante a?os se tolerase y minimizase la actividad de los extremistas y terroristas de derecha, mientras se persigui¨® con todo el peso del aparato represivo, policial y judicial el radicalismo y terrorismo de izquierda.
El mismo aparato judicial que absolvi¨®, por falta de pruebas inequ¨ªvocas, a los criminales de los campos de concentraci¨®n nazis no vacil¨® en forzar todos los requisitos legales para condenar a los implicados en el terrorismo de izquierda, muchas veces con sentencias muy discutibles. Mientras los criminales nazis llegaban a los procesos desde sus casas, los sospechosos de terrorismo esperaban sus condenas en celdas aisladas.
El a?o 1977 bastaron unos atentados terroristas para poner en peligro las libertades y desencadenar una histeria colectiva de denuncias y persecuci¨®n, que obligan a preguntar qu¨¦ har¨ªa la Rep¨²blica de Bonn si un d¨ªa se viese sometida de verdad a una prueba grave Basta la posibilidad de que los verdes lleguen a varios parlamentos de los Estados federados para que empiece a mencionarse el fantasma de Weimar y la ingobernabilidad de la Rep¨²blica. La libertad, dijo Rosa Luxemburgo, es la de los que piensan de otra manera. El baremo para medir la capacidad democr¨¢tica de un r¨¦gimen es la forma en que trata a sus disidentes. En esto todav¨ªa le queda a la Rep¨²blica de Bonn una larga marcha, hasta lograr un clima de tolerancia capaz de aceptar a los que piensan de otra manera.
Bonn no es Weimar, aunque queda la duda de lo que ocurrir¨ªa si el n¨²mero de parados pasase de dos millones y medio a seis millones, si el terrorismo hubiese seguido con sus asesinatos o si las elecciones diesen un resultado que haga imposible la formaci¨®n de un Gobierno con una mayor¨ªa estable.
Bonn no es Weimar, pero siempre queda la sombra del pasado. No hay un Hitler en perspectiva, si acaso, un gran hermano, las computadoras de un fascismo cibern¨¦tico. Pero esto ya no es algo espec¨ªfico de la Rep¨²blica de Bonn.
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