Castilla-Le¨®n , por fin
Cuando en el mes de junio de 1978 un decreto-ley iniciaba la preautonom¨ªa en la regi¨®n castellano-leonesa, se pod¨ªa sospechar lo que un a?o m¨¢s tarde era un pron¨®stico sin riesgos: el proceso auton¨®mico pod¨ªa ser el m¨¢s largo y dif¨ªcil de todos los previstos en Espa?a. Y el m¨¢s silencioso.En seguida, Cantabria y la Rioja optaban por su propia identificaci¨®n, que peculiaridades propias no les faltan. Castilla-Le¨®n quedaba as¨ª con nueve provincias, 92.000 kil¨®metros cuadrados, 2.400 municipios. La m¨¢s extensa de Espa?a y poco densa en poblaci¨®n, que no llega a los tres millones de habitantes. Pronto surgen problemas con la provincia de Le¨®n, que no encuentra razones ni sinrazones.
La buena voluntad de unos y otros supera el problema, se cumplen los requisitos constitucionales y Le¨®n es una provincia incorporada, como las dem¨¢s, pero la m¨¢s poblada de todas.
Ahora pretenden los conservadores reabrir el problema. ?Por qu¨¦? La campa?a electoral que proyectan, me temo, no tiene como destinatarios a los ciudadanos de la regi¨®n, sino a los localistas. Puede as¨ª elegirse el camino facil¨®n sin importar el quebranto de la idea regional y del regionalismo que inspira la Constituci¨®n.
Cuando se solucion¨® en 1980 el problema de Le¨®n, salt¨® la chispa en Segovia. Los espa?oles no se lo quieren creer, pero hay quien defiende a Segovia como comunidad uniprovincial para que no sea avasallada por Valladolid. La bola ha rodado demasiado, se hizo grande. Los vaivenes auton¨®micos y la debilidad del partido que estuvo en el poder no permit¨ªan la soluci¨®n. Incluso se dijo la pasada primavera que si se apretaba en lo de Segovia pod¨ªa caer el Gobierno, que cay¨® en agosto por muchas razones. Y Segovia se incorporar¨¢ de pleno derecho tras ser aprobada la ley org¨¢nica presentada en las Cortes.
El silencio en lo dem¨¢s ha sido la constante durante los a?os pasados. Un Consejo General en manos del partido d¨¦bil presum¨ªa de apat¨ªa, y cuando empezaron a llegar las transferencias, poquitas y facilitas, mostr¨® su incapacidad. Por cierto, esta es la ¨²ltima comunidad que recibe la primera transferencia de la Administraci¨®n central.
Silencio en la elaboraci¨®n del Estatuto. La Asamblea de Parlamentarios y Diputaciones elabor¨® un texto que los socialistas nos esforzamos en que fuera digno, pero que result¨® ser el m¨¢s d¨¦bil de todos los tramitados en Espa?a. Menos mal que las Cortes se disolvieron, lo que ha permitido que pueda salir un Estatuto para Castilla-Le¨®n que est¨¦ a la altura de los dem¨¢s y d¨¦ a esta regi¨®n la consideraci¨®n de comunidad aut¨®noma, sin privilegios respecto de las otras, pero sin la humillaci¨®n de ser la hermana pobre de todas, como los conservadores han facilitado durante siglos.
El proyecto de Estatuto, en ese af¨¢n mezquino de los que mandaban, quer¨ªa igualar (?) a las provincias en el n¨²mero de representantes en el Parlamento regional. No pretend¨ªa la soluci¨®n de problemas, sobre todo de los m¨¢s necesitados o de los sectores m¨¢s marginados. S¨®lo buscaba que todas las provincias tuvieran casi los mismos representantes, lo cual no favorece a las peque?as, sino que las discrimina y las ofende, ya que ofrece un f¨¢cil enga?o, puesto que no les explica que luego en las Cortes regionales se sentar¨¢n los procuradores por grupos pol¨ªticos y no por provincias. Esto es una democracia, que tiene su base en los partidos. Lo justo es acercarse a ese concepto general del hombre y el voto, aunque se garantice dignamente que todas las provincias, que es la circunscripci¨®n electoral, tendr¨¢n esca?os. Un abanico de nueve provincias puede dar un buen Pleno de las Cortes con ochenta y tantos miembros.
La capitalidad, un tema menor
Me gustar¨ªa que se pudiera evitar, pero no s¨¦ si va a ser posible convencer de que la ubicaci¨®n de la sede de las instituciones regionales es un tema menor en el conjunto de la autonom¨ªa. No s¨¦ si puede evitarse el debate, creo que podr¨¢ al menos lograrse un tono de di¨¢logo y de racionalidad. Otras comunidades tambi¨¦n han sufrido lo de la capitalidad, y ahora toca el turno a Castilla-Le¨®n. Lo lamento. Cuando se anunci¨® Tordesillas no gust¨® a muchos, e incluso sorprendi¨® a espa?oles de otras regiones. Era una soluci¨®n, no ideal, pero oportuna. Por historia y por ilusi¨®n, los tordesillanos se lo merec¨ªan. Adem¨¢s se asomaba. a Villalar de los Comuneros, el signo m¨¢s fuerte de la regi¨®n. En Villalar grit¨¢bamos, cuando a¨²n no hab¨ªa democracia, por la libertad y la autonom¨ªa, y en el ¨²ltimo Villalar se abr¨ªa la ilusi¨®n de felicidad para Castilla-Le¨®n.
Pero lo de la capitalidad est¨¢ en el alero. Quiero creer que prevalecer¨¢n criterios de racionalidad y generosidad, sin incorporar elementos extra?os al debate. Acusaciones de centralismos confieso que pueden ser atractivas electoralmente, pero simples y perjudiciales para la idea regional. Sobre todo si no se explica, y casi nunca se explica, lo que es centralismo. Que en un sitio o en otro radiquen unas oficinas no implica centralismo, que centralismo es el abandono de n¨²cleos de poblaci¨®n o la marginaci¨®n de realidades que deben atenderse. Es centralismo si donde no se necesitan, ni es ¨²til, ni adecuado, se instalan servicios p¨²blicos concretos que para poco sirven, olvidando a quienes pueden ser en cada caso los aut¨¦nticos destinatarios. Es centralismo si se facilita la injusticia para que un sector disfrute a costa de otro que se deteriora. Al final, la racionalidad y la comprensi¨®n dar¨¢n la soluci¨®n definitiva.
Lo que importa es el contenido de la autonom¨ªa y el servicio que tiene que prestar a los ciudadanos. Castilla-Le¨®n ha sufrido demasiado la humillaci¨®n del elogio de grandeza, junto a la probreza y la emigraci¨®n.
Si el Estatuto produce los efectos contrarios, menos grandeza en las palabras y m¨¢s justicia en el reparto, se habr¨¢ logrado justamentelo que se necesita. Por eso se va a procurar dar a las instituciones regionales las competencias que hagan posible su futuro y el de sus gentes, el de la gente de Castilla Le¨®n.
Conciencia de regi¨®n
Dar conciencia de regi¨®n, que va a ser sencillamente la manifestaci¨®n exterior de lo que est¨¢ en el ¨¢nimo de los ciudadanos castellano-leoneses. Lo que pasa es que hasta ahora se ha procurado, sin mala fe, pero por desidia y torpeza, ahogar un sentimiento que aflora en cuanto se ofrece esperanza regional. Precisamente en Castilla-Le¨®n, que puede ser la comunidad equilibradora en el Estado de las autonom¨ªas de la Constituci¨®n espa?ola de 1978
La falta de seguridad est¨¢ a punto de desvanecerse. El Estatuto de Autonom¨ªa empezar¨¢ a regir dentro de poco y ser¨¢ recibido con serenidad, pero con satisfacci¨®n. Que hay muchos problemas que atender donde el ¨ªndice de paro ha aumentado en los ¨²ltimos a?os m¨¢s que en otras regiones espa?olas, donde la agricultura obliga a especialidades, donde la industria se afianza a cachos, donde la emigraci¨®n fue el paro de los a?os sesenta y dej¨® muchos pueblos sin vecinos.
Es la hora de Castilla-Le¨®n, que empuja con silencio, pero con ah¨ªnco. Con su seriedad y fortaleza condicion¨®, en gran medida, el cambio pol¨ªtico del 28 de octubre, que: aqu¨ª tambi¨¦n gan¨® el PSOE.
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