La Espa?a copulativa
Quienes saben, dicen que hay dos Espa?as. Y quienes saben m¨¢s que los que m¨¢s saben, a?aden: "por lo menos". Y as¨ª hablan de la Espa?a negra, de la Espa?a roja, de la blanca, de la seca, de la h¨²meda (eso era antes), de la Espa?a necesaria, de la necesitada, de la innecesaria, de la Espa?a que bosteza, de la que duerme, de la que muere, de la que mata, de la que vive y de la vivales, de la Espa?a ecuestre, de la peat¨®nica, de la seat¨®nica, de la auton¨®mica, de la perif¨¦rica, de la insular, de la subterr¨¢nea, de la centralista, de la mesetaria, de la emigrante, de la gestante, de la abortante, etc¨¦tera... A todos los estudiosos y aficionados en general, hispani¨®logos e hispanistas que a esto se dedican (pues hay gente para todo, como dijo el torero), quiero brindar ahora el esbozo de una Espa?a menos conocida: la Espa?a copulativa, posible antecedente de la Espa?a del cambio, aunque acaso no de la del recambio, que ya empiezan a preparar los madrugadores.La Espa?a copulativa era como una peque?a Atl¨¢ntida en la pleamar oce¨¢nica de la Espa?a ecuestre. Pero, a pesar de su peque?ez, fue como el grano de mostaza evang¨¦lico; y ahora cualquiera dir¨ªa que sus hijos parecen ocuparlo todo. Digo que parecen.
Los eruditos hacen venir esta Espa?a copulativa de Max Weber. Error. Eso no pasa de ser una simple coincidencia expresiva, elevada a categor¨ªa por la cortedad de vista habitual en tantos investigadores. Pues as¨ª como Max Weber titul¨® su obra cumbre Econom¨ªa y sociedad, en la Espa?a copulativa todo se estructuraba alrededor de la conjunci¨®n y. Todo era algo y algo: Espa?a y Europa; humanismo y sociedad; espera y esperanza; democracia y futuro... Los dos t¨¦rminos no estaban en oposici¨®n o competencia, a la manera de Lagartijo y Frascuelo, Ortega y D'Ors, Di Stefano y Kubala o Mario y Sila; sino con cierta intenci¨®n unitiva: como Rosario y Antonio, Mauri y Maguregui, Isabel y Fernando, Men¨¦ndez y Pelayo, o Calvi?o y Balb¨ªn... El moralista Jos¨¦ Luis Aranguren, notorio representante de aquella Espa?a copulativa, daba fe de ello en muchos t¨ªtulos de obras suyas: Catolicismo y protestantismo..., El protestantismo y la moral, Cr¨ªtica y meditaci¨®n, Etica y pol¨ªtica, Moral y sociedad, Memorias y esperanzas..., Erotismo y liberaci¨®n... Porque para los espa?oles copulativos (que en la realidad carnal de la palabra no se com¨ªan una rosca), Aranguren era un fil¨®sofo de la c¨®pula (en el sentido dicho) frente a los fil¨®sofos oficiales de la c¨²pula.
En aquel tiempo la Espa?a copulativa era muy peque?a, y la Espa?a ecuestre, muy grande. Cosa corriente en nuestra historia, donde tradicionalmente corrieron m¨¢s los caballos que las conjunciones. Y este predominio de la Espa?a ecuestre se notaba en todo. Y se nota en nuestra historia. Por ejemplo: cuando el bueno de Murillo pinta la par¨¢bola del hijo pr¨®digo, uno de sus cuadritos se titula: El hijo pr¨®digo hace vida disoluta. Y todo lo que podemos ver all¨ª es al buen se?or comi¨¦ndose un pollo y tomando
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un clarete en compa?¨ªa de una se?orita. Qui¨¦n sabe si propiamente aquello no ser¨ªa nada m¨¢s que lo que hoy llamar¨ªamos un almuerzo de trabajo, y no la vida disoluta propia de esos, cines "S", donde, seg¨²n dicen sus frecuentadores, matan las ociosas ma?anas algunos jubilados.
El c¨®mo parte de la Espa?a ecuestre pas¨® a ser copulativa no se explica s¨®lo por la disminuci¨®n del censo caballar y por los factores econ¨®micos, que en tiempos pasados explicaban todo (lo explicaban los factores econ¨®micos, no el censo caballar); y de tal forma que hubo un sedicente marxista, un marxista de fe, que, m¨¢s entusiasta que estudioso, lleg¨® a hablar del "modo de producci¨®n extreme?o". Acaso los factores de esa mutaci¨®n fueron primariamente morales. Hace m¨¢s de veinte a?os, va para un cuarto de siglo, se se?alaba ya la incorporaci¨®n de miembros de "una segunda generaci¨®n con conciencia de culpabilidad" a las filas escasas de la oposici¨®n. Aquello fue como una ca¨ªda del caballo casi generacional en el camino de un Damasco que estaba, desde luego, tan lejano como la solitaria C¨®rdoba lorquiana o la rosa Huelva de Juan Ram¨®n (?El viento solitario I por la marisma oscura, / moviendo-terremoto / irreal-la difusa / Huelva lejana y rosa!). Claro, que por entonces hab¨ªa que tener cuidado al citar a Juan Ram¨®n, por sus proclividades esteticistas ("Juan Ram¨®n el sensitivo", que dijo uno). Eran tiempos de mucho Guill¨¦n (Nicol¨¢s) y no poco Machado (Antonio), tan citado todav¨ªa este ¨²ltimo por los primates de los actuales j¨®venes nacionalistas que nos mandan.
Precisamente la y copulativa fue la llave para abrir otras puertas. Con ella salimos de la aislada fortaleza donde siempre alg¨²n severo alcaide-comisario estaba presto a soltar el ?qui¨¦n vive! al primer asomo de flojera en el rigor ideol¨®gico. Un rigor ciertamente espartano, no tanto de Esparta como del esparto. Porque viv¨ªamos en un feudalismo cultural algo tosco, que hoy puede parecer lamentable y que entonces tal vez fue inevitable, porque a una cultura oficial de reductos respond¨ªa otra cultura tambi¨¦n de guerra y de fort¨ªn. Lo m¨¢s din¨¢mico de aquel tiempo fue la Espa?a copulativa que intent¨® mover y moverse, ligar y enlazar con algo distinto. Tan diferente (con su y, que era gancho, anzuelo y llave) de la Espa?a ecuestre, que no cabalgaba en un animal vivo, sino que estaba montada, con espada y todo, en la inm¨®vil estatua de un caballo.
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