Algunas falacias populares sobre el aborto
En este pa¨ªs da un poco de miedo hablar de ¨¦tica cuando uno no es obispo, ni can¨®nigo, ni siquiera p¨¢rroco. "?Moral? ?Qu¨¦ sabr¨¢ usted de moral, so laico! ?A ver esa tonsura!". La cosa se agrava s¨ª uno tampoco siente vocaci¨®n de juez y ni siquiera tiene un s¨®lido c¨®digo penal en el que apoyarse. Ni cura, ni juez, ni gendarme playero, ?qu¨¦ pito queda entonces por tocar en el concierto de las buenas costumbres? Pues el pito del desconcierto, que es el m¨¢s ¨¦tico de todos.Primer misterio doloroso: en Espa?a se tiende a suponer que todo lo que no est¨¢ prohibido es de cumplimiento obligatorio. ?Que se regula el divorcio tras cuarenta a?os de prohibici¨®n? ?Adi¨®s, Eduvigis, la ley nos separa! ?Se despenaliza el adulterio? ?Fin de la fidelidad conyugal! ?Deja de castigarse -cuando sea- la homosexualidad o el consumo de drogas? ?Quieren volvernos a todos maricones y drogadictos! Etc¨¦tera... Con lo del aborto, igual. "?Hijo de mis entra?as -clama la se?ora gorda-, d¨®nde estar¨ªas t¨² si hubi¨¦ramos tenido el aborto que quieren esos criminales! Y al ni?o, paciente, s¨®lo le queda a?orar in p¨¦ctore la futura legalizaci¨®n de la eutanasia...
Se ha dicho varias veces, pero habr¨¢ que repetirlo: no es lo mismo ser partidario del aborto que serlo de la despenalizaci¨®n del aborto. Parece algo tan sencillo que hasta un obispo o un diputado de Alianza Popular deber¨ªan poder entenderlo. Muchas cosas no est¨¢n penadas, sin que por ello quede inequ¨ªvocamente determinado su estatuto ¨¦tico. La vida moral de cada cual es un problema suyo, y nunca dejar¨¢ de ser su problema, por muchas leyes que traten de decidir por ¨¦l. ?Tengo obligaci¨®n de intentar ayudar a alguien en peligro con riesgo de mi propia vida? La ley no me obliga a tal cosa, pero quiz¨¢ s¨ª mis convicciones morales. ?Es l¨ªcita la relaci¨®n sexual fuera del matrimonio? Las leyes de la mayor¨ªa de los pa¨ªses no se inmiscuyen en tales casos, pero los moralistas, de Sade a Tihamer Toth, no acaban de ponerse de acuerdo sobre el asunto. El intentar decidir por ley lo que ataf¨ªe a la elecci¨®n moral de cada uno puede traer nefastas consecuencias sociales, como ocurri¨® con la prohibici¨®n de bebidas alcoh¨®licas en EE UU y la ola de gangsterismo propiciado por la clandestinidad. En nuestros d¨ªas, la prohibici¨®n de la droga ha tenido consecuencias semejantes. Establecer por ley la criminalidad del aborto funda un s¨®rdido negocio cuyas secuelas econ¨®micas y cl¨ªnicas se costean con el sufrimiento de miles de mujeres, pero en modo alguno resuelve el problema moral que la interrupci¨®n voluntaria del embarazo plantea.
"Pero ?c¨®mo quiere usted que se despenalice el asesinato de niflos inocentes?". Mire usted, se?or obispo, en ese plan no hay modo de discutir. El feto puede ser algo valioso, prometedor, respetable, misterioso..., pero no es un ni?o inocente. En primer lugar, no es un ni?o (el ni?o necesita asistencia, pero puede obtenerla de cualquiera, ya ha alcanzado cierta autonom¨ªa; el feto, durante buena parte de su gestaci¨®n y mientras la ciencia no lo remedie, depende exclusivamente de las reservas f¨ªsicas de su madre); en segundo lugar, no es inocente. S¨®lo puede ser inocente quien podr¨ªa ser culpable, lo mismo que es absurdo -salvo por licencia po¨¦tica- llamar ciega a una piedra, pues en ning¨²n caso le es dado ver. ?C¨®mo podr¨ªa ser culpable un feto, si no puede tomar ninguna decisi¨®n ni llevar a cabo por voluntad propia ninguna conducta alternativa a la que el mecanismo biol¨®gico le prescribe? Pues, si no puede ser culpable, tampoco habr¨¢ de ser inocente. A no ser que se le supongan una inocencia o culpabilidad circunstanciales, dadas desde fuera. En tal hip¨®tesis, el equivalente a la inocencia de un feto ser¨ªa su concepci¨®n sana, normal y aceptada por los padres, mientras que su culpabilidad vendr¨ªa representada por el hecho de ser fruto de una violaci¨®n, sufrir alguna tara cong¨¦nita o padecer el rechazo de sus progenitores. El hecho de que esta forma de hablar nos resulte instintivamente absurda demuestra hasta qu¨¦ punto la supuesta inocencia del feto s¨®lo se menciona para reforzar su no menos supuesta personalidad.
Caracter¨ªsticas distintas
Tampoco el feto es un ser humano, por la misma raz¨®n que una casta?a no es un casta?o bajito. Y del mismo modo que la casta?a tiene propiedades diferentes a las del casta?o -por ejemplo, la primera es comestible pero el segundo no-, tambi¨¦n el feto y el ser humano tienen caracter¨ªsticas distintas y pueden gozar de distintos derechos. Aun menos puede decirse que el feto sea una persona, pues esta categor¨ªa no es biol¨®gica, sino jur¨ªdica, es decir, social. No se llega a persona por multiplicaci¨®n celular, sino por convenci¨®n. Pero aunque no sea ni un ser humano ni una persona, el feto es algo sumamente valioso e importante, ya que sin ¨¦l no habr¨ªa ni seres humanos ni personas. Por tanto, es perfectamente explicable que haya quienes sientan repugnancia ante cualquier tipo de aborto. Es una cuesti¨®n de muy respetable sensibilidad moral, pero que en modo alguno les da derecho a tratar a quienes son partidarios del aborto en determinados casos como infanticidas o asesinos. Aun menos cabe la comparaci¨®n, cumbre cretina de mala fe, entre aborto y pena de muerte.
Rezuman los planteamientos en torno a este asunto una fastidiosa hiper-biologizaci¨®n, tanto en los planteamientos a favor como en contra de la despenalizaci¨®n del aborto. Se habla, por ejemplo, de la defensa de la vida. ?Qu¨¦ es eso de defender la vida, as¨ª, sin calificar, a ultranza? ?Es que se han vuelto budistas todos los obispos y congregantes de este pa¨ªs? Desde luego, el sabio hind¨² respeta a la hormiga y a la vaca, no se come ni al huevo ni a la gallina, y cuando ve proliferar el tumor canceroso que le roe, dice mansamente: "Dejadle crecer, ¨¦l tambi¨¦n est¨¢ vivo". Pero la tradici¨®n occidental, de la que el cristianismo forma parte, no valora la vida sin m¨¢s, sino s¨®lo la vida humana, es decir, la vida desnaturalizada, la vida como proyecto simb¨®lico de salvaci¨®n o de terrena felicidad. La vida no es cualquier vida (muchas formas de vida son monstruosas amenazas para la pobre vida humana) ni puede ser disociada de los valores que en ella pretenden alcanzarse. No se puede condenar lo humano de la vida en nombre de la preservaci¨®n y multiplicaci¨®n de la vida sin m¨¢s; la legislaci¨®n humana no est¨¢ al servicio de la vida ni de la especie (nuestras leyes no prolongan las de la biolog¨ªa), sino a favor de los socios individuales unidos en comunidad.
Tambi¨¦n a ciertas feministas les da torpemente por la hiperbiolog¨ªa. Oy¨¦ndolas, se dir¨ªa que el embarazo no es m¨¢s que una enfermedad t¨ªpicamente femenina a la que hay que buscar curaci¨®n. Pero ni la concepci¨®n ni la gestaci¨®n son problemas puramente femeninos -las mujeres deber¨ªan ser las primeras en reclamar que no lo fuesen- ni es cierto que la voz de la embarazada sea la ¨²nica que cuente en la decisi¨®n final sobre el aborto. A¨²n suena peor eso de "mi cuerpo es m¨ªo y con ¨¦l hago lo que quiero". Entiendo que alguien diga "soy mi cuerpo", pero lo de "mi cuerpo es m¨ªo" es algo tan peregrino como afirmar "tengo arrendado mi cuerpo". De nuevo se arguye la propiedad como fuente principal de los dem¨¢s derechos... ?y eso desde posiciones pol¨ªticas que quiz¨¢ ven otras formas de propiedad como un robo! Adem¨¢s, puestos en ese plan, podr¨ªa se?alarse que el aborto es una intervenci¨®n en el cuerpo del feto, y el cuerpo del feto ser¨¢ suyo, no de la mujer que lo alberga... No creo que la defensa del derecho a poder elegir en determinados casos la interrupci¨®n del embarazo deba ir por v¨ªas tan declarada y estrictamente corporativistas...
"Pero, en ¨²ltimo t¨¦rmino, ?qu¨¦ triste y sucia cosa, el aborto!". Cierto, no se trata de embellecerlo, sino de no agravarlo con la clandestinidad y la miseria. Lamentable cosa, el aborto; lamentable que la conciencia brote oscuramente de un co¨¢gulo albergado en otro cuerpo que quiz¨¢ nos rechaza; lamentable venir a un mundo de hambre y superpoblaci¨®n, donde los pr¨®ceres que condenan en nombre de la vida a la pobre mujer abortista gastan 500.000 millones de d¨®lares anuales en armamento; lamentable que los anticonceptivos sean pecado, el onanismo un vicio y que el desarrollo de la imp¨ªa medicina haya reducido la mortalidad infantil, sabia y piadosa medida de regulaci¨®n de la natalidad dispuesta por la providencia en su infinita misericordia. Es lamentable que el amor sea tan corto, el placer tan esquivo y que en la sociedad predominen la explotaci¨®n y la crueldad sobre la fraterna plenitud. Pero as¨ª son las cosas, se?or obispo: ya sabe su ilustr¨ªsima que estamos en un valle de l¨¢grimas. Si quiere presentar alguna reclamaci¨®n, dir¨ªjala sin tr¨¢mite intermedio a su celestial empresario.
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