Alberti reclama la paz al recibir la Orden sovi¨¦tica de la Amistad entre los Pueblos
El poeta Rafael Alberti recibi¨® en la noche del lunes la Orden sovi¨¦tica de la Amistad entre los Pueblos, que le entreg¨® el embajador ruso, Yuri Dubinin, en su residencia madrile?a, con un discurso en el que reclam¨® la paz para un mundo ensangrentado y dividido y en el que proclam¨® el derecho de los hombres a dormir tranquilos. Fue un acto al que asistieron personalidades de la cultura, la pol¨ªtica y el deporte, y del que aqu¨ª se hace la cr¨®nica.
El domicilio particular del embajador de la URSS en Espa?a tiene paredes y moqueta roja, como una pel¨ªcula de Vincente Minelli, y hay que decir que, adem¨¢s, la recepci¨®n en honor de Rafael Alberti ofrece un aspecto ligeramente cinematogr¨¢fico, porque de puro t¨®pico parece la versi¨®n hollywoodiense de una recepci¨®n rusa. Hay, para empezar, una nutrida representaci¨®n de funcionarios vestidos de sobrios, de severos; y las damas de embajada circulan envueltas en discretos tonos verde musgo o rojo burdeos.Luego est¨¢n los camareros, dotados de cejas profusas, a lo Breznev, y el propio embajador, el muy amable Yuri Dubinin, que se parece a Anton Walbruck poco antes de dejarse seducir por Lola Montes. El cuadro lo completan, en calidad de extras de lujo, los espa?oles: esos frecuentadores impenitentes de la Embajada sovi¨¦tica, emocionados devotos de aniversario, fieles y regulares como un plan quinquenal.
La emoci¨®n, con todo, no est¨¢ aqu¨ª por exigencias del gui¨®n, sino por puro amor y respeto hacia la figura de un Rafael Alberti que llega con un cuarto de hora de antelaci¨®n -chaqueta de pana negra, pantal¨®n gris y bufanda blanca-, enarbolando el dibujo con que va a corresponder a la condecoraci¨®n que hoy le imponen. En el dibujo ha hecho nacer dos palomas entrelazadas, s¨ªmbolo de amistad, y en el dorso ha escrito, con su letra de mensaje de n¨¢ufrago, un breve discurso en el que habla de paz.
A partir de la hora prevista han ido llegando los invitados. Jos¨¦ Hierro, el poeta, con su cr¨¢neo pulido y sus orejas picudas, ir¨ªa que ni pintado si en esta pel¨ªcula tuviera cabida un conspirador. Pablo Serrano, apacible; Juan Antonio Bardem, cuyo ¨²ltima pel¨ªcula tiene producci¨®n b¨²lgara y sovi¨¦tica, dice que "en Rusia triunfamos Sara Montiel y yo"; Francisco Rabal, que se ha perdido al venir y ha tenido que decirle al taxista: "Mira el mapa, camarada, mira el mapa". Y Antonio Buero Vallejo, y Angel Mar¨ªa de Lera, y Ram¨®n Fern¨¢ndez, y Fernando Qui?ones, y Francisco Umbral, y Etelvina Astrada, y Osvaldo Gom¨¢riz, y Enrique Meneses, y Jos¨¦ Caballero Bonald, y el director de orquesta Fedoseev, y...
Y Karpov, el ajedrecista prodigioso, que resiste el asalto de los fot¨®grafos sentado en solitario en un div¨¢n, y que tiene un aire cansado, como si la vida fuera por delante de ¨¦l -en astuta jugada- y a Karpov s¨®lo le quedara la responsabilidad de soportar el peso de su p¨¢lida cabeza. Carlos Alvarez, en un aparte, le dice -con leg¨ªtimo orgullo- que ¨¦l tambi¨¦n ha sido campe¨®n de ajedrez: "En Carabanchel, con los presos pol¨ªticos. Lo fui en 1963, en 1974 y en 1975". Y Karpov le observa con un punto de perplejidad.
Pero llega el momento de condecorar a Rafael Alberti con la Orden de la Amistad entre los Pueblos, que es una medallona ostentosa y pringada de colores -"a m¨ª me gusta mucho la del Premio Lenin, que es una medallita de oro muy discreta, y que me pongo todos los 7 de noviembre, aniversario de la Revoluci¨®n de Octubre", dice el poeta-, y cuando el embajador empieza a leer el documento por el que se le concede, se produce un ligero sobresalto entre los espa?oles, que todav¨ªa impresiona eso de o¨ªr: decreto del Presidium del Soviet Supremo de la URSS.
Al lenguaje formalista, macizo de adjetivos, del embajador Dubinin, sigue el encaje de bolillos del propio poeta, quien recuerda sus sucesivas visitas a Rusia, y tambi¨¦n a los colegas de all¨¢, a quienes conoci¨® y que se han ido quedando en el camino, como Gorki. Para acabar con un mensaje que arranc¨® vibraciones del auditorio:
"Paz, paz, paz. Nuestro siglo, que se va ensangrentando casi sin descanso, lo reclama. Porque estamos de nuevo casi sin dormir, ojal¨¢ que no en v¨ªsperas de d¨ªas desesperados, infelices, sombr¨ªos, en que es casi un delito el contemplar las floresl alabar los azules del mar y la armon¨ªal del vuelo de las aves que en oto?o se alejanl, estas dos palomas que en mi dibujo se entrelazan, no se separen nunca, no les derramen en sangre el coraz¨®n, no les maten jam¨¢s entre sus alas el vuelo arm¨®nico de la paz y la esperanza".
Agotado, despu¨¦s, Alberti se sirve dos vodkas, uno en cada mano, y se relaja: "Tengo en Roma una vitrina llena de condecoraciones y premios rar¨ªsimos, como el jabal¨ª de bronce y la muela de no s¨¦ qu¨¦". Y el premio que m¨¢s ama: cuando le nombraron segunda fila en el colegio de jesuitas de Puerto de Santa Mar¨ªa, all¨¢ en su lejana infancia.
Sigue la pel¨ªcula, y ahora llegan dos actores invitados de reconocida categor¨ªa y veterana trayectoria: Dolores Ibarruri y Tierno Galv¨¢n. Carmen Conde, que tambi¨¦n ha venido, se apresura a sentarse junto a la Pasionaria, sonriendo a los fot¨®grafos con rictus de acad¨¦mica. "Cu¨¢nto tiempo sin vernos, Irene", le comenta a la secretaria de Dolores. Y voces viperinas acotan: "Cuarenta a?os, Carmen, cuarenta a?os sin veros. Ni uno menos".
Poco despu¨¦s se agota el ¨²ltimo rollo de la cinta y aparece, en caracteres cir¨ªlicos de lujo, una palabra: fin.
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