Est¨¢ bien, hablemos de literatura
Jorge Luis Borges dijo en una vieja entrevista que el problema de los j¨®venes e - scritores de en tonces era que en el momento de escribir pensaban en el ¨¦xito o el fracaso. En cambio, cuando estaba en sus comienzos- s¨®lo pensaba en escribir para s¨ª mismo. "Cuando publiqu¨¦ mi primer libro", contaba, "en 1923, hice imprimir trescientos ejemplares y los distribu¨ª entre mis amigos, salvo cien ejemplares, que llev¨¦ a la revista Nosotros. Uno de los di rectores de la publicaci¨®n, Alfredo Bianchi, mir¨® aterrado a Borges y le dijo: "?Pero usted quiere que yo venda todos esos libros?" "Claro que no", le contest¨® Borges, "a pesar de haberlos escrito no estoy completamente loco". Por cierto, que el autor de la entrevista, Alex J. Zisman, que entonces era un estudiante peruano en Londres, cont¨® al margen que Borges le hab¨ªa sugerido a Bianchi que metiera copias del libro en los bolsillos de los sobretodos que dejaran colgados en el ropero de sus oficinas, y as¨ª consiguieron que se publicaran algunas notas cr¨ªticas.Pensando en este episodio record¨¦ otro tal vez demasiado conocido, de cuando la esposa del ya famoso escritor norteamericano Sherwood Anderson, encontr¨® al joven William Faulkner escribiendo a l¨¢piz con el papel apoyado en una vieja carretilla. "?Qu¨¦ escribe?", le pregunt¨® ella. Faulkner, sin levantar la cabeza, le contest¨®: "Una novela". La se?ora Anderson s¨®lo acert¨® a exclamar: "?Dios m¨ªo!" Sin embargo, unos d¨ªas despu¨¦s Sherwood Anderson le mand¨® decir al joven Faulkner que estaba dispuesto a llevarle su novela a un editor, con la ¨²nica condici¨®n de no tener que leerla. El libro debi¨® ser Soldiers Pay, que se public¨® en 1926 -o sea, tres a?os despu¨¦s del primer libro de Borges-, y Faulkner hab¨ªa publicado cuatro m¨¢s antes de que se le considerara como un autor conocido, cuyos libros fueran aceptados por los editores sin demasiadas vueltas. El propio Faulkner declar¨® alguna vez que despu¨¦s de esos priineros cinco libros se vio forzado a escribir una novela sensacionalista, ya que los anteriores no le hab¨ªan producido bastante dinero para alimentara su familia. Ese libro forzoso fue Santuario, y vale la pena se?alarlo, porque esto indica muy bien cu¨¢l era la idea que ten¨ªa Faulkner de una novela sensacionalista.
Me he acordado de estos episodios en los or¨ªgenes de los -grandes escritores en el curso de una conversaci¨®n de casi cuatro horas que sostuve ayer con Ron Sheppard, uno de los redactores literarios dela revista Time, que est¨¢ preparando un estudio sobre la literatura de Am¨¦rica Latina. Dos cosas me dejaron muy complacido de esa entrevista. La primera es que Sheppard s¨®lo me habl¨® y s¨®lo me hizo hablar de literatura, y demostr¨®, sin el menor asomo de pedanter¨ªa, que sabe muy bien lo que es. La segunda es que hab¨ªa le¨ªdo con mucha atenci¨®n todos mis libros y hab¨ªa estudiado muy bien, no s¨®lo por separado, sino tambi¨¦n en su orden y en su conjunto, y adem¨¢s se hab¨ªa tomado el trabajo arduo de leer numerosas entrevistas m¨ªas para no recaer en la mismas preguntas de siempre. Este ¨²ltimo punto no me interes¨® tanto porque halagar mi vanidad -cosa que, de todos modos, no se puede ni se debe descartar cuando se habla con cualquier escritor, aun con los que parecen m¨¢s modestos-, sino porque me permiti¨® explicar mejor, con mi experiencia propia, mis concepciones personales del oficio de escribir. Todo escritor entrevistado descubre de inmediato -por cualquier descuido ¨ªnfimo- si su entrevistador no ha le¨ªdo un libro del cual le est¨¢ hablando, y desde ese instante, y acaso sin que el otro lo advierta, lo coloca en situaci¨®n de desventaja. En cambio, conservo un recuerdo muy grato de un periodista espa?ol, muy joven, que me hizo una entrevista minuciosa sobre mi vida creyendo que yo era el autor de la canci¨®n de las mariposas amarillas, que por aquella ¨¦poca sonaba por todas partes, pero que no ten¨ªa la menor idea de que aquella m¨²sica hab¨ªa tenido origen en un libro y que, adem¨¢s, era yo quien lo hab¨ªa escrito.
Sheppard no hizo ninguna -pregunta concreta, ni utiliz¨® una grabadora, sino que cada cierto tiempo tomaba notas muy breves en un cuaderno de escolar, ni le import¨® qu¨¦ premios me hab¨ªan dado antes o ahora, ni trat¨® de saber cu¨¢l era el compromiso del escritor, ni cu¨¢ntos libros hab¨ªa vendido,-ni cu¨¢nto dinero me hab¨ªa ganado. No voy a hacer una s¨ªntesis de nuestra conversaci¨®n, porque todo cuanto en ella se habl¨® le pertenece ahora a ¨¦l y no a m¨ª. Pero no he podido resistir a la tentaci¨®n de se?alar el hecho como un acontecimiento alentador en el r¨ªo revuelto de mi vida privada de hoy, donde no hago casi nada m¨¢s que . contestar varias veces al d¨ªa las mismas preguntas con las mismas respuestas de siempre. Y peor a¨²n: las mismas preguntas, que cada d¨ªa tienen menos que ver con mi oficio de escritor. Sheppard, en cambio, y con la misma naturalidad con que respiraba, se mov¨ªa sin tropiezos con los misterios m¨¢s densos de la creaci¨®n literaria, y cuando se despidi¨® me dej¨® ensopado en la nostalgia de los tiempos en,que la vida era m¨¢s simple y uno disfrutaba del placer de perder horas y horas hablando de nada m¨¢s que de literatura.
Sin embargo, nada de lo que hablamos se me fij¨® de un modo m¨¢s intenso que la frase de Borges: "Ahora, los escritores piensan en el fracaso y en el ¨¦xito". De un modo o de otro, les he dicho lo mismo a tantos escritores j¨®venes que encuentro por esos mundos. No a todos, por fortuna, los he visto tratando de terminar una novela a la topa tolondra para llegar a tiempo a un concurso. Los he visto precipit¨¢ndose en abismos de desmoralizaci¨®n por una cr¨ªtica adversa, o por el rechazo de sus originales en una casa editorial. Alguna vez le o¨ª decir a Mario Vargas Llosa una frase que me desconcert¨® de entrada: "En el momento de sentarse a escribir, todo escritor decide si va a ser un buen escritor o un mal escritor". Sin embargo, varios a?os despu¨¦s lleg¨® a mi casa de M¨¦xico un muchacho de veintitr¨¦s a?os, q ue hab¨ªa publi cado su primera novela seis me ses antes y que aquella noche se sent¨ªa triunfante porque acababa de entregar al editor su segunda novela. Le expres¨¦ mi perplej¨ª dad por la prisa que llevaba en su prematura carrera, y ¨¦l me con test¨®, con un cinismo que toda v¨ªa quiero recordar como invo luntario: "Es que t¨² tienes que pensar mucho antes de escribir porque todo el mundo est¨¢ pen diente de lo que escribes. En cambio, yo puedo escribir muy r¨¢pido, porque muy poca gente me lee". Entonces entend¨ª, como una revelaci¨®n deslumbrante, la frase de Vargas Llosa: aquel mu chacho hab¨ªa decidido ser un mal escritor, como, en efecto, lo fue hasta que con . sigui¨® un buen empleo en una empresa de auto m¨®viles,usados, y no volvi¨® a perder el tiempo escribiendo. En cambio -pien-so ahora-, tal vez su destino ser¨ªa otro si antes de aprender a escribir hubiera aprendido a hablar de literatura. Por estos d¨ªas hay una frase de moda: "Queremos menos hechos y m¨¢s palabras". Es una frase, por supuesto, cargada de una muy grande perfidia pol¨ªtica. Pero sirve tambi¨¦n para los es critores. Hace unos meses le dije a Jomi Garc¨ªa Ascot que lo ¨²nico mejor que la m¨²sica era hablar de m¨²sica, y anoche estuve a punto de decirle lo mismo sobre la literatura. Pero luego lo -pens¨¦ con m¨¢s cuidado. En realidad,, lo ¨²nico mejor que hablar de literatura es hacerla bien.
?1983,
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