Temporeros
No me explico el j¨²bilo de los empresarios inflexibles y ferruginosos por las declaraciones del jefe de la mayor¨ªa acerca del trabajo temporero para atenuar el desempleo juvenil. Han llegado a declarar algunas figuras notables y prehist¨®ricas de la intransigencia nacional que el contrato de trabajo por seis meses de j¨®venes in¨¦ditos es la medida m¨¢s positiva de los socialistas. Seguramente se les ceg¨® la ideolog¨ªa por el lujurioso placer de practicar cada semestre el arte empresarial del despido en la mayor de las impunidades.Porque un buen empresario de hoy ya no es el tipo lanzado que se aventura en los nuevos negocios del siglo, capaz de enga?ar a los bancos con juegos malabares de papel, que sabe traficar con las p¨¦rdidas, le echa imaginaci¨®n y riesgo a las sociedad an¨®nima y seduce a los consejos de administraci¨®n. Esos eran otros tiempos. Ahora el empresario que causa envidia a sus colegas es el que organiza buenos despidos, reduce plantillas o le gana pleitos a la Magistratura de Trabajo. El que crea desierto laboral a su alrededor.
Sin descartar que ¨¦sta haya sido una de las motivaciones inconfesas del Gobierno para hacer.salivar de gozo al empresariado duro y sin imaginaci¨®n, mucho me temo que con esta medida psicol¨®gica se est¨¦ fomentando un modelo de espa?olidad altamente revolucionario para nuestros usos y costumbres. Inculcar en la juventud la idea del trabajo temporero implica introducir en nuestro est¨¢tico pa¨ªs la alteradora idea de movilidad. Y ese es un factor que puede subvertir los recios cimientos de un pueblo que ha hecho del sedentarismo contumaz su filosof¨ªa vital y productiva. Unos j¨®venes acostumbrados a cambiar cada seis meses de trabajo, casa, familia, amistades, ciudad, geograf¨ªa y se?as de identidad, educados en la transhumancia, dotados de gran movilidad pueden revolucionar un pa¨ªs fraguado en la idea medieval de que las cosas son para siempre. Adi¨®s a todo eso. A la vivienda de plazos eternos, a las ra¨ªces de barrio, ciudad, comarca y autonom¨ªa, al sexo inmueble, a las perennes relaciones de vecindad, a la familia patriarcal, a la religi¨®n parroquial, a las tradiciones inmemoriales. No saben lo que aplauden nuestros despedidores.
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