La droga, la polic¨ªa y la trampa
El profesor de ?tica y Sociolog¨ªa de la Universidad Nacional de Educaci¨®n a Distancia, se defiende en este escrito de las acusaciones policiales que le implicaban en un negocio de tr¨¢fico de coca¨ªna, y puntualiza las informaciones que sobre el suceso han aparecido en la prensa y concretamente en EL PA?S, al tiempo que explica su detenci¨®n y la participaci¨®n en un programa de TVE que considera clave de su detenci¨®n.
La multitud do informaciones muy gravemente difamatorias sobre mi persona aparecidas en la Prensa nacional, empezando por EL PA?S, en un principio, me obliga a hacer una pregunta y dos puntualizaciones.La pregunta se dirige a saber por qu¨¦ EL PA?S -tras relacionarme no ya con coca¨ªna, sino con joyas, hero¨ªna y la impl¨ªcita jefatura de una banda internacional de negocios sucios- mutila la informaci¨®n enviada por su corresponsal en funciones, Rafael Pascuet, desde Ibiza, tras una entrevista hecha en esta prisi¨®n. Tengo una fotocopia de la cr¨®nica enviada y observo que una parte muy considerable ha sido supfimida por manos no amigas. Cito s¨®lo un ejemplo. La cr¨®nica publicada con fecha 25 de marzo de 1983, en la p¨¢gina 17, me hace decir que estamos viviendo un desfase entre la justicia nacional, basada en la inteligencia discursiva, y lajusticia del decoro, que se agota en la rutina y las buenas costumbres". Evidentemente, ni yo dije justicia nacional ni as¨ª lo transcribi¨® el periodista, que puntualmente escribi¨® -como veo por la fotocopiajusticia nacional. De momento, la supuesta errata transforma en soberana memez un ponderado pensamiento, el de que impera un desfase entre la vida y la ley en materia de drogas, con el consiguiente perjuicio general. Por lo que respecta al resto de la cr¨®nica, observo que el peri¨®dico suprime parte importante de lo fundamental y exculpatorio para m¨ª. ?Acaso tienen en EL PA?S el mismo miedoque tuve yo a la polic¨ªa mientras dur¨® la pesadilla de este maligno embrollo? ?Hay otras razones?
Un g¨¢nster no debe recibir haberes p¨²blicos
Tengo la conciencia tranquila. Y lo digo siendo encargado de ?tica y Sociolog¨ªa en la UNED, consciente de que un g¨¢nster, o sencillamente un esclavo de alguna sustancia, no debe percibir haberes con cargo al erario p¨²blico como docente de ?tica. Jam¨¢s he preconizado el uso de drogas, como pretenden algunos peri¨®dicos, y nada ha habido y hay m¨¢s lejano de mi mente que una apolog¨ªa de ning¨²n h¨¢bito compulsivo. El problema social e individual de las drogas es demasiado grave, profundo y denso (en particular para quien se ocupe de ¨¦tica y sociolog¨ªa precisamente) como para salir del paso con declaraciones a favor o en contra. Hay una frivolidad inaudita en plantear el tema como cuesti¨®n de partidarios y detractores, cuando la materia misma se ignora ol¨ªmpicamente y es gobernada por la voluntad de personas que parecen saberlo todo y, con toda evidencia, nada han investigado del ¨²nico modo que se investiga: buscando algo desconocido o buscando lo desconocido de algo. Al proyectar un puente recurrimos a quien sabe hacer los c¨¢lculos matem¨¢ticos oportunos; al contratar un profesor de lenguas nos aseguramos de que sabe hablarlas y escribirlas; pero para pontificar sobre droga la mejor credencial es no haber tenido la menor relaci¨®n personal, la menor experiencia del asunto. Como el tema parece emparentado con el tab¨², s¨®lo se emplean las categor¨ªas del bien y el mal cuando la materia tratada -la droga- es adem¨¢s y ante todo algo existente, un objeto susceptible de consideraci¨®n intelectual, de investigaci¨®n emp¨ªrica, de estudio en una palabra, sin suplir ese trabajo con dos estad¨ªsticas sacadas de la manga y cuatro prejuicios. La bondad diel sistema de la prohibici¨®n -lentamente construido desde los a?os veinte a hombros de la entonces artesanal industria farmac¨¦utica, la mafia, el ej¨¦rcito de salvaci¨®n y una creciente burocracia de psicoterapeutas, abogados y perseguidoresqueda bien probada con el portentoso y sostenido incremento de droga y drogadictos en los ¨²ltimos cincuenta a?os, especialmente a partir de los a?os sesenta, cuando a los estupefacientes ?legales se a?adieron los alucin¨®genos, porque Johnson y Nixon creyeron poder yugular la contestaci¨®n contracWtural suprimiendo lo que consideraban su combustible.
La clave est¨¢ en 'La clave'
Me ofrecieron asistir a un coloquio televisado sobre el tema de las drogas, y declin¨¦ la invitaci¨®n. Volvieron a ofrec¨¦rmelo, ahora con el cebo de sugerir que no osar¨ªa exponer p¨²blicamente mis opinio?es, sumado a la promesa de tener, entre otros interlocutores, a Allen Ginsberg y William Borroughs. Acept¨¦, desde luego, pero la concurrencia fue muy otra. Psiquiatras, el jefe nacional de la Brigada de Estupefacientes, familiares de heroin¨®manos, abogados de heroin¨®manos, due?os de casas de curaci¨®n de heroin¨®manos, y yo, con el despiste de quien no tuvo ni televisi¨®n ni elecricidad siquiera durante la ¨²ltima d¨¦cada en su domicilio. Creo muy sinceramente que la clave de mi condici¨®n actual est¨¢ en La clave. No s¨¦ si he sido colosalmente mal interpretado o si quiz¨¢ he sido interpretado demasiado bien. Habl¨¦ poco, provocando ¨¢speras r¨¦plicas, y la cortes¨ªa de Balb¨ªn no bast¨® para que lograra una m¨ªnima matizaci¨®n de mis pensamientos.
Dije, y mantengo, que la prohibici¨®n estimula no ya el tr¨¢fico de drogas (convirti¨¦ndolo en sustancios¨ªsimo negocio a todos los niveles), sino el mero consumo, adem¨¢s de la intoxicaci¨®n por suced¨¢neos no menos t¨®xicos. Nadie parece darse cuenta del enorme apoyo que representa para el heroin¨®mano y el toxic¨®mano en general sentirse h¨¦roe maldito de una sociedad (la general) que le persigue, y otra sociedad (la subterr¨¢nea) que le acoge por eso mismo. A mi entender, el fantasma pavoroso que hay detr¨¢s de los opi¨¢ceos no es un abominable viejo con gabardina regalando caramelos etupefacientes a la puerta de los colegios, salvo en casos excepcionales, sino la falta de desti no y paradero, el desierto interior de una juventud o una vida adulta sin entusiasmo ni esperanza, esto es, la abisal crisis de valores subsi guientes en ¨²ltima instancia al fe n¨®meno indicado ya de antiguo como muerte de Dios. Dije, y man tengo, que tan importante para el heroin¨®mano es la materia de su vicio como el papel o rol que se procura declar¨¢ndose adicto, y que -finalmente- lucha por lo grar una simple ocupaci¨®n de los minutos de vigilia de su d¨ªa. Eso es lo que realmente compra. Si le quitamos al adicto su obsceno m¨¦rito, si le privamos adem¨¢s del escaparate para la escenificaci¨®n del hip¨®crita cortejo de la muerte, pienso seriamente que no incrementa remos su n¨²mero, que mejoraremos sensiblemente su condici¨®n y que defenderemos a la sociedad civil de innumerables atracos, traiciones y canalladas; principalmente, me parece, que protegeremos mejor a las generaciones todav¨ªa sin contaminar. El puro suministro -insist¨ª e insisto- queda impeca bleme?te asegurado por el lucro, inducido a su vez por la prohibici¨®n; me remito, a los informes de aduanas y dem¨¢s centros de -informaci¨®n solventes: que nos digan si la importaci¨®n ilegal de estupefacientes se reduce o crece con el paso de los a?os y hasta de los meses.
Apolog¨ªa de la droga
Es m¨¢s, considero escandaloso que estos bien intencionados pensamientos no se hayan -discutido siquiera por los llamados expertos y que quien los- ponga sobre el tapete sea acusado de apolog¨ªa de la droga. Soy mucho m¨¢s opuesto a la hero¨ªna y sus usuarios que el conjunto de quienes proponen darles metadona (igualmente adictiva) o perseguir con golpes y amenazas a la caterva creciente de miserables masoquistas, mientras se, engrosan las arcas del hampa. Mis sugerencias est¨¢n dictadas por consideraciones de ¨¦tica sustantiva y -lo subrayo- de la eficacia, que me parecen tanto m¨¢s atendibles (a t¨ªtulo preliminar, por supuesto) cuanto que la otra soluci¨®n no soluciona nada, tras sesenta a?os largos de indiscutida hegemon¨ªa. No hace falta recurrir a Hegel o Her¨¢clito para darse cuenta de que, en otros campos y en ¨¦ste, la verdad de una cosa no se alcanza en s u negaci¨®n, sino en la negaci¨®n de esa negaci¨®n, y que las apariencias pueden enga?ar much¨ªsimo, especialmente cuando tras el semblante del decoro descansa, objetivo, el ¨²nico negocio planetario capaz de parangon¨¢rsele: las no menos imprescindibles centrales nucleares. Con el absoluto respeto que me merecen, todos los poderes leg¨ªtimamente constituidos, tras casi quince a?os de investigaci¨®n te¨®rica y pr¨¢ctica en este ¨¢rea creo que convendr¨ªa abordar el grav¨ªsimo tema social y conceptual de la. droga con ojos adaptados a la realidad presente. Por una inversi¨®n dial¨¦ctica, hist¨®ricamente no infrecuente, el remedio podr¨ªa haberse convertido en causa coadyuvante del mal. La prohibici¨®n quedar¨ªa entonces incursa en el p¨¢rrafo segundo del art¨ªculo 344 del C¨®digo Penal vigente, cuando castiga con prisi¨®n mayor a quienes "promuevan, favorezcan o.faciliten el uso de estupefacientes".
Querr¨ªa extenderme, y recomiendo al efecto la lectura del gran Thomas Szasz, cuya Teolog¨ªa de la Medicina traduje, el a?o pasado, pero no me atrevo a abusar del espacio que pido a su peri¨®dico.
En defensa de mi integridad
Por lo que respecta a los hechos concretos que me retienen en una instituci¨®n penitenciar¨ªa de Ibiza, le resumo el asunto diciendo que, desde mi muy humilde punto de vista, se me investiga una posible culpabilidad por facilitar una ope raci¨®n de coca¨ªna entre dos desco nocidos; uno de ellos, inspector disfrazado de g¨¢nster, y el otro, un marsell¨¦s que conoc¨ª dos minutos antes de ser detenido, interviniendo otros dos intermediarios individuales: uno de ellos, manipulado hace meses por la polic¨ªa; pero que obr¨¦ como lo hice -sea ello delito o no- en defensa de mi integridad -y la de mis hijos. Le aseguro que la operaci¨®n de entrapment montada sobre m¨ª, con inspectores llevando muchos millones de pesetas en met¨¢lico, rev¨®lveres y jeringuillas de yonki -operaci¨®n terminada imprevistamente ante un pe¨®n de otro juego, no menos dotado en ese aspecto-, ha podido significar una cat¨¢strofe f¨ªsica irreversible para m¨ª y los m¨ªos. Y le aseguro igualmente que, vista la gravedad de la trampa, agradezco mucho a la suerte que todo haya terminado como termin¨®. Si llego a sustraer me desde el principio -como en efecto propuse ingenuamente ante los falsos g¨¢nsteres y los interme diarios- ni san Pedro me quita el sello del delator y,sus implacables castigos. No me recato en decir que me parecen peligrosas en ex tremo para los ciudadanos norma les estas t¨¦cnicas de atrapamiento, que cometen delitos menores para provocar delitos mayores, que usan de las personas como si fue sen un trapo, que arriesgan males irreparables por bienes reparables y que, en general, anteponen el fin a los medios.
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