La Maestranza: la rebeld¨ªa como norma
Cuando los cr¨ªticos e historiadores analizan el origen de? toreo actual, lo sit¨²an como el resumen de un proceso racionalizador de la "salvaje fiesta de? sacrificio del toro en la Edad Media". Pero es evidente que el siglo XVIII, adem¨¢s de institucionalizar una estructura de Estado, codifica y normaliza toda actividad popular a trav¨¦s de los reglamentos, ordenanzas, etc¨¦tera. As¨ª, la fiesta en general, y la de los toros en particular, queda prendida dentro de un mecanismo de comportamiento colectivo y la represi¨®n festiva del animal queda sacralizada como rito en un espacio concreto. No es casual que la Maestranza se construya en 1761 sobre el Arenal, territorio fuera de murallas que era ocupado sin referencias ni control del espacio.Si fuera de murallas la nocturnidad y clandestinidad actuaban como partes activas de una liberaci¨®n popular hasta el siglo XVIII, el salto volteriano de las murallas, aquel que de manos del nuevo Estado de la Ilustraci¨®n levanta la maldici¨®n de lo rural, normalizar¨¢ toda actividad popular, incluso la clandestina. Hay, pues, un conflicto de ilegalismos entre la norma introducida por el Estado y la actividad popular, que queda atrapada en los mecanismos de una plaza de toros de presidencia real: la Puerta del Pr¨ªncipe.
Cuando el siglo XIX introduzca cada vez con mayor sofistificaci¨®n una estricta reglamentaci¨®n de la fiesta, la represi¨®n sacra del animal ha pasado a ser un argumento de la represi¨®n de los impulsos festivos del hombre. El siglo XIX establece definitivamente el comportamiento del pueblo en la fiesta: el de espectador. Es necesario conocer las reglas t¨¦cnicas, las ordenanzas. La presidencia obliga a cumplir a los toreros y subalternos un determinado modo de estar en la plaza. Una fiesta que necesita de la intuici¨®n art¨ªstica de lo salvaje y del sabio manejo de los instrumentos del toreo pasa a ser un espect¨¢culo cronometrado, con tiempos espaciales, de la doma.
Y ¨¦sa ser¨¢ la rebeld¨ªa sevillana. La doma del animal no es qn espect¨¢culo participativo, no es una actividad l¨²dica del pueblo, no es una creaci¨®n art¨ªstica. A lo sumo ser¨¢ una honradez de esfuerzo y una ortodoxia del comportamiento. El arte y la sabidur¨ªa no tienen que ver con la doma y los reglamentos. En Sevilla y en la Maestranza nadie quiere ser espectador, sino part¨ªcipe. Ni Curro, ni Pepe Luis, ni Belmonte, ni el Gallo, nadie de la llamada escuela sevillana ha querido saber nada de la represi¨®n impl¨ªcita de la norma. La rebeld¨ªa como norma es la ¨²nica forma sevillana de producir arte. Los toreros, los. subalternos, los mozos, los apoderados, los personajes que rodean al toro en Sevilla han dejado siempre la doma del animal para otros menesteres y con otros instrumentos: el caballo, la garrocha, el derribo, etc¨¦tera. El hombre no puede, y es un error considerar que debe, jugar a la lucha o al enfrentamiento con el animal. El arte surge en la esquiva, en el quiebro, a sabiendas de que el animal tiene m¨¢s fortaleza que el hombre. Y la rebeld¨ªa sevillana es esquiva por naturaleza, esquiva de la norma, aquella institucionalizada por el Estado moderno. ?Es que todos los toros deben admitir las tres varas? ?Es que todos los toros deben pesar seiscientos kilos? Y esquiva del toro. Si el animal no juega a la esquiva, si rompe al aire siempre su fuerza bruta, ?por qu¨¦ empe?arse en cumplir el reglamento?
La intuici¨®n, el arte, la fiesta, tienen en Sevilla una expl¨ªcita forma de hacerse que no es otra que rebelarse ante la normalizaci¨®n del espect¨¢culo.
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