?Se est¨¢ gestando una nueva Bah¨ªa de Cochinos en Nicaragua?
La Administraci¨®n Reagan est¨¢ llevando a cabo un juego tremendamente peligroso en Am¨¦rica Central. Es un juego que puede desatar una guerra regional a lo largo del istmo que une los hemisferios Norte y Sur, y no existe la menor seguridad de que vaya, en definitiva, a servir a los intereses de Estados Unidos.
TAD SZULC, La actual Administraci¨®n norteamericana est¨¢ decidida a elimina r lo que considera una amenaza de la extrema izquierda en el poder en Am¨¦rica Central. A tal fin, la Casa Blanca est¨¢ actualmente fomentando y prestando apoyo a las actividades que los exillados derechistas est¨¢n llevando a cabo para derrocar al r¨¦gimen sandinista en Nicaragua, mediante ataques armados desde Honduras, por el Norte, y desde Costa Rica, por el Sur. Sin embargo, nada parece indicar que tal objetivo se pueda alcanzar en un futuro pr¨®ximo, a no ser mediante la intervenci¨®n militar directa de Estados Unidos. Pero, por el momento, no parece que se tenga en mente tal intervenci¨®n. No obstante, la amenaza en ciernes es, en s¨ª misma, bastante aciaga: un conflicto abierto entre Nicaragua y Honduras. A la Administraci¨®n norteamericana no le preocupar¨ªa, en las actuales circunstancias, una nueva guerra civil en Nicaragua.
El presidente Reagan y sus asesores est¨¢n convencidos de que es necesario destruir a los sand¨ªnistas por considerarlos aliados pol¨ªticos y militares de Cuba y la Uni¨®n Sovi¨¦tica.
Adem¨¢s, se cree que Nicaragua es, en este momento, la principal base log¨ªstica de las guerrillas izquierdistas de El Salvador. La Casa Blanca cree que, una vez extirpado el tumor revolucionario de Nicaragua, los rebeldes salvadore?os, que llevan actualmente la iniciativa, se derrumbar¨¢n frente al Ej¨¦rcito del Gobierno, adiestrado y equipado por Estados Unidos. Muchos expertos norte¨¢mer¨ªcanos y latinoamericanos consideran bastante discutible esta teor¨ªa. Afirman que los insurgentes salvadore?os ya no dependen del exterior en lo que ata?e a abastecimiento de armamento.
Tambi¨¦n se considera bastante dudoso que los exiliados derechistas, a pesar de los informes que indican que est¨¢n armados y dirigidos por la CIA, puedan derribar al r¨¦gimen de Managua. A pesar de que se dice que hay hasta 2.000 derechistas operando en el norte de Nicaragua, y que otros grupos ar mados antisandinistas se est¨¢n infiltrando por el sur desde Costa Rica, nada parece indicar, por el momento, que representen una verdadera amenaza para el Ej¨¦rcito nicarag¨¹ense, formado por 25.000 hombres, equipado con armamento sovi¨¦tico y adiestrado por los cubanos.
Escaso apoyo popular
Adem¨¢s, la miniinvasi¨®n realizada desde Honduras no ha con seguido despertar un apoyo popular amplio hacia los derechistas entre la poblaci¨®n nicarag¨¹ense En este sentido, puede que la Administraci¨®n Reagan haya sido v¨ªctima de los mismos errores y juicios equivocados que rodearon la operaci¨®n preparada por la CIA para invadir Cuba desde Bah¨ªa Cochinos, por parte de los exilia dos cubanos, hace 22 a?os.
En el caso de Bah¨ªa Cochinos, la CIA convenci¨® a la Administra ci¨®n Kennedy de que el desembarco de una brigada de exiliados traer¨ªa consigo, de manera instan t¨¢nea, un levantamiento en todo el pa¨ªs por parte de los cubanos que, se pensaba, estaban dispuestos a derrocar a Fidel Castro, ya en su tercer a?o en el poder. Si bien es cierto que Castro actu¨® inmediata mente, deteniendo a miles de par tidarios potenciales de la invasi¨®n la gran mayor¨ªa del pueblo cubano, opt¨® por agruparse en torno al r¨¦gimen. A pesar del resentimiento que muchos sent¨ªan hacia Castro, la necesidad de resistir a lo que de manera clara supon¨ªa una intervenci¨®n extranjera result¨® suficiente para lograr la lealtad de la mayor¨ªa de los cubanos.
Actualmente, la CIA parece creer que el pueblo nicarag¨¹ense se ha vuelto contra los sandinistas Pero, tal como sucedi¨® en 1961, parece que las ideas de la agencia est¨¢n equivocadas. Es cierto que hay segmentos importantes de la poblaci¨®n nicarag¨¹ense que est¨¢n actualmente desencantados con los sandinistas a causa de los lazos con Cuba y la Uni¨®n Sovi¨¦tica y el creciente totalitarismo interno; sin embargo, la veta nacionalista y el sentimiento antinorteamericano son m¨¢s fuertes.
Hay buenas razones para ello Nicaragua ha sido ocupada anteriormente por marines norteame ricanos. Dejaron un recuerdo perdurable: la dictadura din¨¢stica de la familia Somoza. El Gobierno de los Somoza dur¨® 46 a?os y acab¨® cuando los sandinistas expulsaron al general Anastasio Somoza Debayle en 1979. EE UU apoy¨® a los Somoza casi hasta el fin.
El hecho de que entre los derechistas de la CIA que est¨¢n penetrando desde Honduras (muchos de ellos adiestrados con anterioridad en campamentos de Florida y California) haya un gran n¨²mero de antiguos miembros de la Guardia Nacional somocista es una raz¨®n m¨¢s para que los nicarag¨¹enses recelen de su causa. No hay ninguna personalidad destacada que defendiera a los sandinistas durante la guerra civil de los a?os setenta, y que se haya vuelto posteriormente contra el r¨¦gimen, que est¨¦ asociada con el Frente Democr¨¢tico Nicarag¨¹ense, con base en Honduras. Otros, sin embargo, participan activamente en los grupos con base en Costa Rica.
Al igual que en el batall¨®n de exiliados cubanos hab¨ªa-muchos oficiales y hombres relacionados con la dictadura del general Fulgencio Batista, aplastada por la re voluci¨®n castrista, al FDN se le identifica con los restos del r¨¦gimen somocista. Los sandinistas explotan tal recuerdo hasta lo ¨²lti mo. Es una gran iron¨ªa que la invasi¨®n de Bah¨ªa Cochinos fuese lan zada desde Nicaragua con la ben dici¨®n de los Somoza.
El intenso nacionalismo, un antinorteamericanismo profundamente enraizado y cuidadosamente alimentado y el legado de los Somoza son realidades que la Administraci¨®n Reagan parece decidida a ignorar en su campa?a para expulsar a los sandinistas de Nicaragua. Es incre¨ªble, por ejemplo que el presidente Reagan dijera hace una semana que la lucha actual en Nicaragua no es m¨¢s que otro caso de "unas facciones revolucionarias a las que se ha dejado completamente fuera de cualquier participaci¨®n en el Gobierno nicarag¨¹ense, respondiendo con las armas a esa situaci¨®n.
Si el presidente lo cree as¨ª sinceramente, la CIA y los organismos que le proporcionan informaci¨®n pol¨ªtica le est¨¢n prestando un mal servicio. En caso contrario, plantea unas cuestiones importantes sobre la integridad del Gobierno norteamericano en sus esfuerzos porjustificar sus acciones. Ning¨²n observador responsable de la situaci¨®n nicarag¨¹ense acepta la visi¨®n de Reagan de que las actuales luchas armadas no son nada m¨¢s que una disputa en el seno de la primitiva familia sandinista. El an¨¢lisis que el Gobierno norteamericano hace de la situaci¨®n pasa tambi¨¦n por alto el hecho importante de que la raz¨®n principal de la victoria de los sandinistas en su lucha contra Somoza fue el aplastante apoyo de la poblaci¨®n, ventaja de la que no disfruta el FDN, controlado por la CIA.
Las intenciones de Reagan
Y, a pesar de todo, el presidente est¨¢ tan resuelto a socavar el r¨¦gimen de Managua como a mantener al Gobierno salvadore?o en el poder. Como si estuviera intentando preparar a la opini¨®n p¨²blica para acciones m¨¢s dr¨¢sticas contra Nicaragua, en su reciente discurso sobre la necesidad de aumentar la capacidad de defensa de Estados Unidos mostr¨® al pueblo norteamericano en la televisi¨®n fotograf¨ªas tomadas por sat¨¦lites de las instalaciones militares sandinistas construidas con ayuda de los sovi¨¦ticos y los cubanos.
La pol¨ªtica del Gobierno adquiere tintes cada vez m¨¢s surrealistas. A pesar de los continuos ataques verbales a Managua, todos los portavoces oficiales, incluyendo el presidente, se niegan cuidadosamente a confirmar o negar que la CIA se encuentra tras los exiliados derechistas.
Puede que la intenci¨®n de tales negativas sea apagar las reacciones internacionales adversas a la aventura nicarag¨¹ense. Puede tambi¨¦n que se desee pasar por alto la letra; si no el esp¨ªritu, de la legislaci¨®n aprobada por el Congreso el pasado mes de diciembre, prohibiendo el empleo de fondos norteamericanos para apoyar ning¨²n tipo de actividades paramilitares contra el r¨¦gimen sandinista. Las negativas, no obstante, no son m¨¢s que un enga?o in¨²til. As¨ª qued¨® claro en el curso de un debate en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en el que Estados Unidos se encontr¨® solo en su intento de explicar los acontecimientos de Nicaragua.
?Qu¨¦ pasar¨¢ ahora? Los gobernantes sandinistas han anunciado que, si no cesan las incursiones derechistas en Nicaragua, se considerar¨¢n libres para enviar sus tropas soberanas a Honduras en persecuci¨®n de los rebeldes. Honduras ha respondido con la amenaza de emplear sus fuerzas armadas para devolver el golpe a Nicaragua. La guerra entre Honduras y Nicaragua puede ser una posibilidad inmediata, con graves consecuencias para toda la regi¨®n.
En el plano pol¨ªtico, se les est¨¢ empujando cada vez m¨¢s a los sandinistas hacia la Uni¨®n Sovi¨¦tica (y puede que est¨¦n encantados con que Estados Unidos se lo ponga tan f¨¢cil). A finales de marzo, por ejemplo, el coordinador de la Junta sandinista, Daniel Ortega, fue el primer funcionario extranjero que fue recibido en Mosc¨² por Yuri V. Andropov, el nuevo secretario general del Partido Comunista de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, tras su salida del hospital en el que estaba siendo tratado. El a?o pasado, Nicaragua recibi¨® el mayor paquete de ayuda econ¨®mica extranjera concedido por la Uni¨®n Sovi¨¦tica a ning¨²n pa¨ªs en un solo env¨ªo.
El aumento de la presi¨®n norteamericana sobre Nicaragua, por no hablar de la posibilidad de una participaci¨®n militar directa, aumentar¨¢ sin duda el resentimiento de los pa¨ªses latinoamericanos hacia Washington. Tales sentimientos son ya bastante fuertes a causa de El Salvador y de la guerra entre Argentina y el Reino Unido por las Malvinas. Nuestros aliados europeos deploran casi un¨¢nimemente la pol¨ªtica de Washington en Am¨¦rica Central.
Si fracasa el juego del Gobierno en Nicaragua, el prestigio norteamericano se ver¨¢ da?ado y la izquierda de la regi¨®n podr¨¢ proclamar su triunfo en voz alta. Washington se ver¨¢ con otro ej¨¦rcito mercenario m¨¢s en las manos, que ¨¦l mismo contribuy¨® a crear, sin nada que hacer. Se ha dicho que la historia se repite primero como tragedia y luego como farsa. Pero en Am¨¦rica Central parece que lo hace siempre como tragedia.
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