La exposici¨®n sobre Mir¨®, un esfuerzo de muestra especializada
Las obras recogidas datan de los a?os veinte, ¨¦poca 'prof¨¦tica' del pintor
Acaba de inaugurarse, en la fundaci¨®n que lleva su nombre, una gran exposici¨®n titulada Joan Mir¨®: a?os veinte. Mutaci¨®n de la realidad. La muestra comprende 30 pinturas, un centenar de dibujos, 29 grabados y 15 libros ilustrados por el artista. Debido a la escasez de obras de este per¨ªodo en nuestro pa¨ªs, as¨ª como por el inter¨¦s de los bocetos, esta exposici¨®n supone el mejor esfuerzo de muestra especializada sobre el pintor realizada hasta la fecha en nuestra geograf¨ªa. En el acto inaugural, el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, lament¨® la falta de un museo de arte moderno en Catalu?a.
En su Mir¨® en las colecciones del Museo de Arte Moderno, William Rubin afirmaba que las pinturas mironianas realizadas entre 1924 y 1928 est¨¢n consideradas hoy como las m¨¢s arriesgadas del artista y las m¨¢s prof¨¦ticas para su obra abstracta posterior. Nadie se opondr¨ªa ya a este juicio, al que deber¨ªa sumarse la consideraci¨®n de la d¨¦cada de los treinta, plet¨®rica, asimismo, de obras magistrales. La exposici¨®n reci¨¦n inaugurada presenta, de forma casi exclusiva, pinturas y dibujos del per¨ªodo comprendido entre 1923 y 1929, aunque se inicia de forma simb¨®lica con una reproducci¨®n de La mas¨ªa (1921-1922, colecci¨®n Hemingway), la obra clave de la etapa calificada de realismo detallista. De esta ¨¦poca, en la que el pintor catal¨¢n conjuga las influencias del arte japon¨¦s, del douanier Rousseau, del fauvismo y de ciertos recursos tomados del cubismo sint¨¦tico, nada puede verse en la exposici¨®n; y, sin embargo, un dibujo de 1906, titulado Jarra redonda sobre un pilar, anuncia ya el gusto por lo ornamental, la simetr¨ªa y el detalle que caracterizar¨¢n a algunas de aquellas obras.Anteriores a 1923 se exhibe, asimismo, una serie de dibujos (1917) con figuras de desnudos y bailarinas de sumo inter¨¦s: muestran la esforzada y a¨²n titubeante tarea de la experimentaci¨®n, el paso de lo acad¨¦mico a las formas cubistas; en uno de ellos, un desnudo de, postura rafaelesca alterna con una doble espalda, muy similar a la de la famosa Ba?ista, de Picasso, de 1908.
'El cazador'
Una de las obras fundamentales de esta muestra, y en la que todos los especialistas coinciden en reconocer el inicio claro del universo s¨ªgnico mironiano, es el Paisaje catal¨¢n, lambi¨¦n llamada El cazador (1923-1924, Nueva York, MOMA). El haber sacado a la luz los dibujos preparatorios, que pro ceden del fondo de la fundaci¨®n, es de suma importancia y, felizmente, a¨²nan el inter¨¦s del especialista a una labor francamente did¨¢ctica Pues con ello va a quedar claro de una vez por todas -y esper¨¦mos lo- que Mir¨® no pinta como un ni?o, sino que, muy al contrario, la apariencia reducida y primitiva de sus formas se debe a una larga y voluntaria tarea de resumen y de s¨ªntesis. Este deseo se inscribe en el ¨¢nimo general de las vanguardias por lograr unas formas nuevas que destilen la realidad, tal como sucede en la po¨¦tica de las artes arcaicas y primitivas; simplicidad que se opon¨ªa entonces tanto al decorativismo como al realismo estereotipado de la academia y que presupon¨ªa, en ¨²ltima instancia, una opci¨®n moral. Y en todo ello Mir¨® juega un papel preponderante, ya que a las reducciones m¨¢s o menos metarisicas de un Mondrian o un Malevich, o a los fr¨ªos objetivismos de la Bauhaus o del constructivismo ruso, el pintor catal¨¢n apostar¨¢ por la recuperaci¨®n de un universo cada vez m¨¢s parco en nuestro mundo cotidiano: el del contacto con la naturaleza y con las cosas, el del contacto entre los cuerpos. El af¨¢n reductivista es una constante de la ¨¦poca, absolutamente comprensible desde un punto de vista hist¨®rico y que, sin embargo, en Mir¨® no conduce jam¨¢s a un nihilismo, sino m¨¢s bien a un renovado amor por la vida en t¨¦rminos tal vez un poco cr¨ªpticos para el no-iniciado, pero sin duda llenos de una ins¨®lita magia po¨¦tica. As¨ª, en El cazador distinguimos el bigote, una oreja y una pipa, pero su cuerpo se ha trazado tan s¨®lo con tres l¨ªneas esquem¨¢ticas, derivadas de las im¨¢genes de memoria frecuentes en el arte neol¨ªtico. La escalera de la izquierda es todo lo que queda de los aviones que cruzaban sobre Montroig (y que pose¨ªan, efectivamente, una escalera de cuerda) en su trayecto Toulouse-Rabat; mientras el sol es, en palabras del propio artista, un huevo solar, asociando el astro creador de la vida a la sexualidad. Este tipo de analog¨ªa es ya t¨ªpicamente surrealista, como lo es el d¨¦paysement (desplazamiento) de la enorme sardina colocada sobre la tierra, en primer plano. Por cierto que, respecto a ello, uno de los dibujos preparatorios es inequ¨ªvoco en su significado (aparece escrito el nombre Sardine): el hecho de que en el cuadro final s¨®lo aparezcan las letras sard hizo pensar a m¨¢s de un especialista (Sweeney, Soby, Dupin) acerca de la palabra sardana.
Tama?a complejidad en la iconograf¨ªa mironiana s¨®lo es superada por la del Carnaval del arlequ¨ªn (1924-1925, Albright-Knox Gallery, Buffalo), junto al que se muestra asimismo un dibujo preparatorio con unas l¨ªneas compositivas absolutamente rigurosas. El resultado final, sin embargo, es el de un espacio completamente lleno de figuras de formas org¨¢nicas y serpenteanes; empero, los personajes mironianos jam¨¢s danzar¨¢n fren¨¦ticamente: ¨¦l mismo afirm¨®, y lo consigue, su deseo de plasmar un "movimiento inm¨®vil, cualquier cosa equivalente a eso que nombran la elocuencia del silencio ( ... ), la m¨²sica callada".
Ante la imposibilidad de comentar todas las obras aqu¨ª expuestas se hace necesario, en fin, rese?ar las m¨¢s interesantes por uno u otro concepto. Buen n¨²mero de ellas tienen como fondo el color azul monocromo, con un tratamiento que preceder¨¢ a las realizaciones de la pintura abstracta colorista norteamericana posterior. Contrariamente a la tinta plana que tanto utilizar¨¢ Mir¨¦ m¨¢s tarde, el pigmento es aqu¨ª fluido y por el paso discontinuo del pincel adquiere cualidades de aguas o manchas: en Ba?ista (1924, colecci¨®n Michel Leiris, Par¨ªs), el ultramar se unifica, en remolinos de color, para el mar y el cielo. Tal vez la obra m¨¢s elocuente por su car¨¢cter de programa-idea sea Ceci est la couleur de mes r¨ºves (1925, colecci¨®n Pierre Matisse, Nueva York), en donde esta frase aparece escrita bajo un fant¨¢stico borr¨®n azul, que, visto al natural, ofrece varios planos superpuestos de color.
Temas como el de la sexualidad femenina est¨¢n presentes en la famosa Maternidad (1924, colecci¨®n particular, Londres), cuyos dibujos previos presentan la imagen de un ni?o mamando y con las piernas abiertas; o en Desnudo (1926, Philadelphia Museum of Art), con cabeza de p¨¢jaro y cuerpo de pez, del que brota una hoja. Los animales, son igualmente b¨¢sicos en la obra de Mir¨®: desde su experiencia en el mundo rural de Montroig, los animales, como las plantas y los objetos, ser¨¢n ya parte de un universo espiritual y frecuentemente antropomorfo: el Perro ladrando a la luna (1926, Philadelphia Museum of Art) ladra, en realidad, al infinito.
Los dibujos
La gran cantidad de dibujos expuestos en la muestra merecer¨ªa especial atenci¨®n en el ¨¢mbito de la literatura especializada. Se?alemos, sin embargo, que en muchos de ellos hay anotaciones valios¨ªsimas sobre las intenciones del pintor, del que se recuerda siempre su escasa verbalizaci¨®n. En uno ha escrito: "Nada de modelar"; en otro, para el Interior holand¨¦s III, que todo se enlace". Como en el caso del Interior holand¨¦s, cuyo origen radica en una reproducci¨®n de un cuadro de la escuela flamenca del siglo XVII, la utilizaci¨®n de obras antiguas vino a suplir, en 1828-1829, el dibujo autom¨¢tico como punto de partida. En Mistress Mill, la invitadora mirada de esta dama del siglo XVIII va esfum¨¢ndose poco a poco en los dibujos, hasta -en un gesto t¨ªpicamente mironiano- hacer resaltar mucho m¨¢s su enorme oreja izquierda.De la obra gr¨¢fica, en fin, deber¨ªa aludirse a la Serie negra y roja, de 1938, realizada con Marcouissis, el pintor cubista. Si no me equivoco, son las primeras puntas secas de Joan Mir¨®.
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