El patr¨®n contra Alicia
Josep Viceng Foix dice en alg¨²n poema que ¨¦l no eligi¨® ni la ¨¦poca ni el pa¨ªs en donde le toc¨® nacer. Esta afirmaci¨®n de extra?eza, tan com¨²n a los que usamos la palabra para entender y entendernos, tambi¨¦n podr¨ªa referirse al sexo. Nadie escoge su sexo: est¨¢ ah¨ª, metido en nosotros, y nos define, nos protege o nos maltrata. Sin embargo, el descubrimiento de la diferencia es posterior: cuando nos observamos y nos sentimos observados. Cuando los dem¨¢s nos construyen a base de palabras y de hechos, cuando empezamos a estar alertas con nuestro ser.Quiz¨¢ llegar¨¢ una ¨¦poca -lo espero con suma paciencia- en que las diferencias sexuales ya no tendr¨¢n relaci¨®n con la sociedad o la cultura. Llegar¨¢ el d¨ªa, si es posible so?arlo, en que la oposici¨®n sexual volver¨¢ a sus cauces po¨¦ticos, y la relaci¨®n hombre-mujer ser¨¢ un encontrarse y desencontrarse l¨²dico, divertido, placentero. No habr¨¢ ya la maldici¨®n b¨ªblica ni el enfrentamiento actual -que empieza a ser aburrido- entre dos frustraciones que se acechan y se devoran. Se recuperar¨¢ la inocencia, si es que existi¨® alguna vez.
Estas reflexiones me llegan hoy a la mente, desbaratadas, arrebatadas y confusas, despu¨¦s de haber asistido a un debate en el programa Su turno, dirigido por Jes¨²s Hermida. Cre¨ª que hab¨ªa sido invitada para dialogar sobre si la mujer es hoy una v¨ªctima o no, y me encontr¨¦ con una funci¨®n de circo. La verdad es que hace tiempo que rechac¨¦ la palabra v¨ªctima de mi vocabulano personal; entre otras cosas, porque mi madre me previno desde peque?a contra estas mujeres reticentes y medrosas, grandes maestras en producirte pellizcos peque?¨ªsimos y apenas visibles, como de alumna en los antiguos colegios de monjas. Estas grandes actrices en el papel de la victimizaci¨®n representan gozosas los mejores p¨¢rrafos de lady Macbeth y son capaces de arrastrar a sus contempor¨¢neos hacia el desastre o la obstinaci¨®n mientras se lamentan de las debilidades de su sexo. Estas mujeres est¨¢n ah¨ª y sirven de excelente excusa ante otra realidad m¨¢s acuciante: la de la mujer que es v¨ªctima real, muy a pesar suyo, ante la mujer que no desea negarse a s¨ª misma.
As¨ª pues, yo deseaba decir estas cosas en el debate, pues cre¨ªa que se iba a hablar del porqu¨¦ de una situaci¨®n que ha llevado a fil¨®sofos, ide¨®logos, legalistas e incluso pol¨ªticos a definirse de manera distinta ante la naturaleza de la mujer, seg¨²n sus prejuicios personales o su particular concepci¨®n del mundo. Pero me temo que todos los que asistimos, por distintas razones, nos equivocamos de ¨¦poca, de pa¨ªs e incluso de sexo, a juzgar por las opiniones de la periodista Pilar Narvi¨®n.
Evidentemente, en un debate de este tipo hay dos visiones que se oponen, e iincluso actitudes dispares que en el mejor de los casos pueden encontrar puntos de encuentro gracias al matiz y al razonamiento. Pero no fue as¨ª: algunos de los invitados estaban all¨ª para compliacerse en su propia exhibici¨®n, y habr¨ªan matado a su madre por destilar alguna frase brillante.
No hay tema m¨¢s personal que la cuesti¨®n de la condici¨®n femenina. El m¨¢s dif¨ªcil de universalizar, pues siempre hay quien cae en las mujeres que tengo en casa. Es el tema m¨¢s corrompible precisamente por su privacidad, por la experiencia subjetiva que cada cual conoce. Pues el patr¨®n y el obrero -si me permiten la comparaci¨®n- s¨®lo se encuentran negociando, pero nunca van a acostarse juntos. Hay hombres y mujeres en todas las casas, en la calle, en el trabajo, en las vacaciones, en el placer y en el sufrimiento. Estamos condenados a compartir la miseria y el placer juntos, y sabemos intuitivamente que la edad se va, que las clases desaparecen, que las naciones pueden extinguirse, los imperios autodestruirse, pero que los sexos subsisten. Y ¨¦ste es el dilema. ?O la esperanza?
Ante el tema de la mujer se buscan ansiosamente coartadas para sobrevivir personalmente, para que nada cambie o muy
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poco. Y las coartadas son dos (que en el fondo nacen de una misma ra¨ªz), es decir, que hay mujeres verdugos y hay hombres v¨ªctimas. Ambas cosas son verdad. Pero se puede mentir a base de acumular peque?as verdades. Es como si se dijera, y no quiero abusar en la comparaci¨®n, que el pueblo polaco no sufri¨® la barbarie nazi s¨®lo porque algunos deportados polacos se transformaron en kapos en los campos de exterminio nazis.
Las peque?as verdades, particulares y subjetivas, no borran una verdad general e hist¨®rica: que a la mujer se le ha negado durante siglos la capacidad de realizarse en s¨ª misma y para s¨ª misma. Y en esto todas las mujeres se parecen. Y no voy a remitirme ni a los padres de la Iglesia ni al consabido idealismo alem¨¢n. Ya he dicho al principio que el tema me cansa e incluso empieza a aburrirme. ?Que hay hombres que tambi¨¦n se han sentido negados? Ser¨ªa absurdo esconderse ante las lecciones de la historia. Pero fueron hombres precisamente los que ya en el siglo XIX escribieron y denuncia ron sobre que la peor de las opresiones es la de haber nacido mujer. Y si hoy d¨ªa hay hombres que se sienten estafados por la educaci¨®n recibida, desconcertados por la prepotencia de su mam¨¢, por la imagen que les han obligado, a adquirir como se compra una corbata o se acepta un cargo-, pues que lo digan, que no griten, que salgan a la calle, que no teman. perder su precioso rid¨ªculo. Algunas mujeres ya hace tiempo que lo hemos perdido.
En el debate ten¨ªa a mi lado a Carmen Sarmiento, una mujer que no ha dudado en meterse en, los huecos m¨¢s nauseabundos de la tierra para contarnos y descu6rirnos la terrible infelicidad humana que corre paralela a nuestras vidas cotidianas. No comparto algunas de sus ideas sobre el feminismo, y no creo que ella lo ignore. Pero Carmen Sarmiento llevaba cifras, realidades, datos objetivos de nuestro presente. Ante su informaci¨®n, no se le contest¨® con otras informaciones, sino con risas e insultos de mal gusto. Ella pretend¨ªa advertirnos de que nosotros somos tambi¨¦n el mundo, y que lo que les ocurre a las mujeres africanas o a las paquistan¨ªes nos ata?e. Se le dijo que aquello era ex¨®tico o, a lo sumo, antropol¨®gico. Creo que nuestros mismos oponentes no se hubiesen atrevido a bromear en la forma con que lo hicieron si se hubiese hablado entonces de lo que ocurri¨® en Seveso, o de lo que ocurre ahora, a cada moinento, en los campamentos palestinos o en los pueblos de Guatemala. ?O es que esto tampoco les ata?e?
Pilar Narvi¨®n nos dijo que las mujeres ya estamos liberadas. Excelente periodista, brillante coartada. Si en el mundo occidental -el que conozco-, obligados a vivir cada vez m¨¢s separados de la naturaleza, angustiados por eltiempo, forzados a vivir en l¨ªa competitividad, abandonadlos a nuestra energ¨ªa individual y a representar un papel en el quie no creemos, alguien se siente liberado (sea hombre, mujer, homosexual, anciano o ni?o), entonces es que ya estamos en la utop¨ªa. Se acab¨® la lucha por la, libertad del pensamiento, la incesante b¨²squeda de eso que se llama verdad, el desaf¨ªo ante la uniformizaci¨®n. Todo ya est¨¢ pasado, ha sido engull¨ªdo. Vivimos ya en el mejor de los mundos posibles. Somos c¨¢ndidos, agradecidos incluso ante una posible destrucci¨®n nuclear.
Hay un pasaje en Alicia en el pa¨ªs de las maravillas que suelo tener presente. Es aquel enque Alicia le dice a Humpty Dumpty: "El problema es si t¨² puedes dar a las palabras tantos significados distintos". Y Dumpty le contesta: "El problema es qui¨¦n tiene que ser el patr¨®n. Eso es todo". El d¨ªa del debate sobre la mujer en Su turno, los patronos habituales vencieron, de nuevo, a Alicia. Lo que quiz¨¢ ignoren es que Alicia sigue indagando, sigue buscando el significado distinto de cada palabra. Aunque, de momento, la voz de Humpty Dumpty sea la m¨¢s fuerte.
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