Jerry Lewis, el trabajo de un intelectual patoso
Jerry Lewis, despu¨¦s de una d¨¦cada de relativo eclipse, ha vuelto en los ¨²ltimos meses a los titulares de los peri¨®dicos, pero por razones distintas de las que hicieron de ¨¦l, en los a?os sesenta, uno de los c¨®micos m¨¢s c¨¦lebres de mundo. Los fallos de su coraz¨®n, sus desdichas privadas y el retorno al cine con El rey de la comedia, de Martin Scorssese, filme considerado serio y muy lejano al "burlesco" que le di¨® fama a Lewis, son noticias, pero casi impropias de este pen¨²ltimo jud¨ªo fabricante de carcajadas.Estos d¨ªas la Filmoteca dedica en Madrid un ciclo a su obra, con el artista en Espa?a para promover su ¨²ltimo filme. Entre los filmes programados figuran El terror de las chicas (1961); Un esp¨ªa en Hollywood (1961); El botones (1960); Dale fuerte, Jeny (1980), y Tres en un sof¨¢ (1966). El ciclo culmina el s¨¢bado.
Hay, se dice, en las tradiciones del burlesco norteamericano, un humor jud¨ªo, cuya trinidad la componen Groucho Marx, Woddy Allen y Jerry Lewis. Es cierto que estos tres c¨®micos tienen, aunque sus t¨¦cnicas de humor sean muy diferentes, un rasgo com¨²n: domina en ellos el humor de extracci¨®n intelectual, la concepci¨®n de sus gags es fr¨ªa, casi desolada, y los tres basan su eficacia en una gracia sin ternura, cruel y matem¨¢tica.
Marx, bajo su apariencia ca¨®tica, hizo sus grandes trabajos c¨®micos con tiral¨ªneas; Allen llama al cerebro de sus espectadores mucho antes que a su sensibilidad; Lewis es una curiosa y descabellada s¨ªntesis de ambos, no s¨®lo en sus obras m¨¢s personales, dirigidas por ¨¦l, como El profesor chiflado y The patsy, sino tambi¨¦n en algunas magn¨ªficas pel¨ªculas de Frank Tashlain, como The disorderly orderly, que descubri¨® antes que el propio Lewis las extra?as posibilidades de su personaje, un tipo amorfo e infantiloide, casi un subnormal, que resuelve complejos l¨ªos -como otro pariente suyo, el franc¨¦s Jacques Tati- no con su habilidad, sino con el h¨¢bil empleo de su torpeza.
No es casual esta alusi¨®n a Tati, ni que el descubrimiento del fondo fr¨ªo y cerebral del humor de Lewis sea obra de los cr¨ªticos cinematogr¨¢ficos franceses. Tampoco es casual que ¨¦stos -muy proclives a nutrir el santoral del cine de autor- encumbraran con exceso su figura y su significado en la historia del cine de humor.
Finalmente, tampoco es casual que Jerry Lewis, de una r¨¢pida etapa de esplendor, pasara a un cierto hundimiento, del que ahora, por otros motivos, emerge. Es peligroso colgar la f¨¢cil etiqueta de genio a un hombre ciertamente dif¨ªcil, con talento, un inteligente patoso con los pies de barro.
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