Europa, la violada...
Estoy ley¨¦ndolo desde hace a?os en los peri¨®dicos espa?oles y en otros del continente. Con algunas diferencias y ¨¦nfasis diferentes, la idea com¨²n que surge de todos los comentarios es la de una Europa ingenua, bella, culta, amenazada por dos colosos, uno al Este y otro al Oeste, que con ideolog¨ªas distintas y aun contradictorias est¨¢n de acuerdo en destrozar la cuna de la civilizaci¨®n mundial.Todo esto es tan bonito y estremecedor como inexacto; esos comentaristas parecen olvidar que de todos, absolutamente todos, los problemas que hoy nos aquejan, los europeos somos los ¨²nicos culpables.
Porque sin querernos remontar a los tiempos antiguos, cuando las guerras de esta zona ten¨ªan que contarse por decenas de a?os (la de los cien, la de los treinta, etc¨¦tera), en nuestro siglo XX esa ingenua Europa ha hecho ella misma todo lo imposible para suicidarse. Los hombres que la destruyeron no proced¨ªan de las estepas asi¨¢ticas (los b¨¢rbaros antiguos) ni del Far West (los b¨¢rbaros modernos), seg¨²n la nomenclatura al uso. Resulta que el kaiser era prusiano (del pa¨ªs que defendi¨® a Europa de los eslavos), Hitler era austriaco, Mussolini de la Romagna y Franco, que yo sepa, tampoco era chino. Resulta que la primera guerra mundial empez¨® en Europa, como empez¨® en Europa la segunda, y que, en ambos casos, la presencia. norteamericana fue debida a la urgente y angustiosa demanda de auxilio por parte de quienes resist¨ªan el intento de reducirles a un solo partido y una sola m¨ªstica. En el primer caso los yanquis lo consiguieron plenamente; en el segundo (Hitler era m¨¢s peligroso que el kaiser) salvaron s¨®lo la mitad de Europa.
El resto, en vez de liberada, cambi¨® de due?o. De sometida a Hitler pas¨® a estar sometida por Stalin.
Hoy la pobre Europa occidental est¨¢ inc¨®moda con la presencia americana... y aterrada de que ¨¦sta desaparezca; quiere y no quiere.
Su principal protagonista y alma, Francia, es de la OTAN, pero no es de la OTAN; la Rep¨²blica Federal de Alemania quiere los misiles, pero teme que est¨¦n en su suelo. Sufren y lloran, se angustian y recelan. Todos quieren conservar su independencia y al mismo tiempo saben que sin la ayuda de Estados Unidos no pueden conseguirlo. As¨ª se quejan continuamente del aliado ultramarino, pero si ¨¦ste, cansado, empieza a hablar de retirar sus tropas y encerrarse en su fortaleza, surgen inmediatas las protestas. "?No, por favor! ?No se vayan!".
Pero, adem¨¢s, est¨¢ Europa, triste muestra de un imperio que fue, aparte de lamentarse continuamente de que va a ser violada pol¨ªticamente, se queja de estar siendo violada culturalmente por gente tan distante y tan distinta.
Al menos eso fue lo que m¨¢s se oy¨® en la reuni¨®n que los inteligentes franceses convocaron en Par¨ªs a ad majorem gloriam de los francos. Los delegados internacionales que all¨ª se reunieron, bajo la presidencia del ministro de Cultura Lang, escucharon continuamente irritados quejas por la agresi¨®n espiritual que d¨ªa a d¨ªa les estaba infiriendo Estados Unidos, con el env¨ªo del serial Dallas, innoble producto televisivo que atosigaba, oprim¨ªa, casi destru¨ªa el alma c¨¢ndida, el cerebro impoluto del pobre espectador europeo. "Anatema contra vosotros, corruptores de almas", insist¨ªan los oradores turn¨¢ndose en la. tribuna; "con ese engendro est¨¢is destrozando los campos en flor de nuestra cultura, la cultura de Dante, de Goethe, de Shakespeare y de Moli¨¦re" (de Cervantes probablemente no hablaron).
Ser¨ªa c¨®mico si no fuera dram¨¢tico... Un marciano que llegara en ese momento a la asamblea hubiera preguntado si en los tratados de comercio internacional y de la misma manera que hay que comprar tantos coches a
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cambio de adquirir tantas naranjas, se dictaba que las televisiones de Francia, Rep¨²blica Federal de Alemania, Reino Unido, B¨¦lgica, etc¨¦tera, tuviesen la obligaci¨®n de presentar los productos de Hollywood a la hora de mayor audiencia. Porque si no es as¨ª (como efectivamente no lo es), si los ciudadanos de la Europa occidental pueden, afortunadamente, elegir la distracci¨®n que quieran, la culpa de que se vea tanto Dallas es, evidentemente, de los europeos que la piden, y no de los americanos que complacen esa petici¨®n. En lugar de criticar el mal gusto de quienes consumen libremente una bazofia televisiva se carga la responsabilidad a quienes la producen.
La Am¨¦rica ruda, la Am¨¦rica de los vaqueros, envilece la sofisticada cultura cl¨¢sica de la pobre Europa...
Basta con decir las cosas con seguridad para impresionar al p¨²blico. Los representantes norteamericanos en la reuni¨®n de Par¨ªs (que llegan siempre con complejo de inferioridad a esas cosas europeas) estuvieron a la defensiva todo el tiempo y apenas uno de ellos record¨® el libre albedr¨ªo de los televidentes europeos que he se?alado. Pero a ninguno se le ocurri¨® contraatacar recordando que la fuerza cultural de Estados Unidos en estos momentos es muy superior a la europea. Que los museos de arte norteamericanos, muchos de elllos creados por magnates del comercio, como en el caso de los M¨¦dicis del Renacimiento, son todos gratuitos. Que hay m¨¢s bibliotecas p¨²blicas en EE UU que en toda Europa. Y m¨¢s orquestas sinf¨®nicas. Que se venden mas discos y casetes de m¨²sica cl¨¢sica all¨ª, en un solo pa¨ªs, que aqu¨ª, en todo un continente. Que las universidades norteamericanas est¨¢n mucho mejor preparadas, dotadas, organizadas y ense?adas que las europeas. Que de resultas de ello Estados Unidos puede presentar m¨¢s ganadores del Premio Nobel en sus c¨¢tedras y laboratorios que toda Europa junta.
Que en Estados Unidos encontraron refugio, protecci¨®n y medios para proseguir su labor intelectual los europeos expulsados o huidos de las dictaduras europeas, desde Einstein a Toscanini, desde Tomas Mann a Maurois, y en el caso espa?ol, desde Am¨¦rico Castro a Sender, de Salinas a Tierno Galv¨¢n, de Amado Alonso a Aranguren, de Ferrater Mora a Sert...
No nos enga?emos; no intentemos mantener una ficci¨®n s¨®lo porque ¨¦sta convenga a nuestro orgullo. Por sus pecados, y no por los de ning¨²n vecino envidioso y sat¨¢nico, Europa se encuentra en la triste necesidad de necesitar y odiar al mismo tiempo a un aliado extracontinental, EE UU, para que le defienda de otro, medio europeo, medio asi¨¢tico, que se llama URSS. Y nuestra debilidad pol¨ªtica y militar est¨¢ a la par de nuestra debilidad cultural y cient¨ªfica. (?Cu¨¢ndo fue que fall¨® el ¨²ltimo cohete europeo?) Vamos a afrontar la realidad y en lugar de refugiarnos en el pasado vamos a intentar comprender el presente. El amor a Europa, la maravillosa, la impresionante Europa, no debe impedimos verla como una vieja arrugada, llena de tics y recordando nost¨¢lgicamente los tiempos en que era J¨²piter, Marte y Minerva en una pieza. Literalmente precioso. Pr¨¢cticamente suicida y, adem¨¢s, est¨²pido.
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