?Sabe usted qui¨¦n era Merc¨¨ Rodoreda?
La semana pasada pregunt¨¦ por Merc¨¨ Rodoreda en una librer¨ªa de Barcelona y me dijeron que hab¨ªa muerto hace un mes. La noticia me caus¨® una pena muy grande, primero por la admiraci¨®n muy justa que siento por sus libros y segundo por el hecho inmerecido de que la noticia de su muerte no se hubiera publicado fuera de Espa?a con el despliegue y los honores debidos. Al parecer, pocas personas saben fuera de Catalu?a qui¨¦n era esa mujer invisible que escrib¨ªa en un catal¨¢n espl¨¦ndido unas novelas hermosas y duras como no se encuentran muchas en las letras actuales. Una de ellas -La plaza del Diamante- es, a mi juicio, la m¨¢s bella que se ha publicado en Espa?a despu¨¦s de la guerra civil.La raz¨®n de que se la conozca tan poco, aun dentro de Espa?a, no puede atribuirse a que hubiera escrito en una lengua de ¨¢mbito reducido, ni a que sus dramas humanos transcurran en un rinc¨®n secreto de la muy secreta ciudad de Barcelona, pues sus libros han sido traducidos a m¨¢s de diez idiomas y en todos ellos han sido objeto de comentarios cr¨ªticos mucho m¨¢s entusiastas de los que merecieron en su propio pa¨ªs. "?ste es uno de los libros de alcance universal que haya escrito el amor", escribi¨® en su momento el cr¨ªtico franc¨¦s Michel Cournot, refiri¨¦ndose a La plaza del Diamante. Diana Athill, sobre la versi¨®n inglesa, escribi¨®: "Es la mejor novela publicada en Espa?a en muchos a?os". Y un cr¨ªtico del Publisher Weekly, en Estados Unidos, escribi¨® que era una novela extra?a y maravillosa. Sin embargo, hace algunos a?os, y con motivo de alguno de tantos aniversarios, se hizo una encuesta entre escritores espa?oles de hoy para tratar de establecer, seg¨²n su criterio, cu¨¢les eran los diez mejores libros escritos en Espa?a despu¨¦s de la guerra civil, y no recuerdo que alguno hubiera mencionado a La plaza del Diamante. En cambio, muchos citaron con toda justicia La forja de un rebelde, de Arturo Barea. Lo curioso es que este libro, cuyos cuatro tomos apretados hab¨ªan sido publicados a fines de la cuarta d¨¦cada de este siglo en Buenos Aires, no hab¨ªa sido ni ha sido todav¨ªa publicado en Espa?a, y, en cambio, La plaza del Diamante llevaba ya veintis¨¦is ediciones en catal¨¢n. Yo la le¨ª en castellano por esos tiempos, y mi deslumbramiento fue apenas comparable al que me hab¨ªa causado la primera lectura de Pedro P¨¢ramo, de Juan Rulfo, aunque los dos libros no tienen en com¨²n sino la transparencia de su belleza.
A partir de entonces, no s¨¦ cu¨¢ntas veces la he vuelto a leer, y varias de ellas en catal¨¢n, con un esfuerzo que dice mucho de mi devoci¨®n.
La vida privada de Merc¨¨ Rodoreda es uno de los misterios mejor guardados de la muy misteriosa ciudad de Barcelona. No conozco a nadie que la haya conocido bien, que pueda decir a ciencia cierta c¨®mo era, y sus libros s¨®lo permiten vislumbrar una sensibilidad casi excesiva y un amor por sus gentes y por la vida de su vecindario que es quiz¨¢ lo que les da un alcance universal a sus novelas. Se sabe que pas¨® la guerra civil en la casa familiar de San Gervasio, y su estado de alma de ese tiempo es evidente en sus libros. Se sabe que despu¨¦s se fue a vivir a Ginebra, y que all¨ª escribi¨® al rescoldo de sus nostalgias. "Cuando empec¨¦ a escribir la novela apenas si recordaba c¨®mo era la plaza del Diamante", escribi¨® en uno de sus pr¨®logos, que son muestras ejemplares de su conciencia de novelista. Alquien que no sea otro escritor podr¨ªa sorprenderse de que la autora hubiera logrado una recreaci¨®n tan minuciosa y l¨²cida de sus lugares y sus gentes a partir de una vivencia remota, casi perdida entre las brumas de la infancia. "S¨®lo recordaba", ha escrito en el pr¨®logo de una edici¨®n catalana, "cuando ten¨ªa trece o catorce a?os, que una vez, por la fiesta mayor de Gracia, fui a caminar por las calles con mi padre. En la plaza del Diamante hab¨ªan levantado una carpa, como en otras plazas, por supuesto, pero la que siempre record¨¦ fue aquella. Al pasar frente a esa caja de m¨²sica, yo, a quien mis padres hab¨ªan prohibido bailar, ten¨ªa unos deseos desesperados de hacerlo, y andaba como un ¨¢nima en pena por las calles adornadas". Merc¨¦ Rodoreda supon¨ªa que fue a causa de esta frustraci¨®n que muchos a?os despu¨¦s, en Ginebra, empez¨® su novela con aquella fiesta popular.
En general, esa ansiedad de bailar, que sus padres reprimieron siempre porque no era admisible en una chica decente, ha sido identificada por la propia escritora como la contrariedad original que le dio el impulso para escribir.
Pocos autores han hecho precisiones tan certeras y ¨²tiles sobre el proceso subconsciente de la creaci¨®n literaria como las que hizo Merc¨¦ Rodoreda en los pr¨®logos de sus libros. "Una novela es un acto m¨¢gico", escribi¨®. Hablando de Espejo roto -su novela m¨¢s larga- hizo otra revelaci¨®n casi alqu¨ªmica: "Eladi Farriols, muerto y tendido en una biblioteca de una casa se?orial, me resolvi¨® el primer cap¨ªtulo del modo m¨¢s inesperado". En otra parte dijo: "Las cosas tienen una gran importancia en la narraci¨®n. Y la han tenido siempre, mucho antes de que Robbe-Grillet escribiera Le voyeur". Conoc¨ª esta declaraci¨®n mucho despu¨¦s de que su autora me hubiera deslumbrado con la sensualidad con que hace ver las cosas en el aire de sus novelas, mucho despu¨¦s de que me hubiera asombrado la luz nueva con que las iluminan sus palabras. Un escritor que todav¨ªa sabe c¨®mo se llaman las cosas tiene salvada la mitad del alma, y Merc¨¦ Rodoreda lo sab¨ªa a placer en su lengua materna. En castellano, en cambio, no todos los escritores lo sabemos, y en algunos se nota m¨¢s de lo que nosotros mismos creemos.
Creo -si no recuerdo mal- que Merc¨¦ Rodoreda es la ¨²nica escritora (o el ¨²nico escritor) que he visitado sin conocerla, impulsado por una admiraci¨®n irresistible. Supe por nuestro editor com¨²n, hace unos doce a?os, que ella estaba en Barcelona por pocos d¨ªas, y me recibi¨® en un apartamento provisional, amueblado de un modo muy sobrio y con una sola ventana que daba sobre el jard¨ªn crepuscular de Monterolas. Me sorprendi¨® su aire distra¨ªdo que m¨¢s tarde encontr¨¦ definido en uno de sus pr¨®logos: "Quiz¨¢ la m¨¢s marcada de mis m¨²ltiples personalidades sea una especie de inocencia que me hace sentirme bien en el mundo en que me ha tocado vivir". Entonces yo sab¨ªa que junto a la vocaci¨®n literaria ten¨ªa una vocaci¨®n paralela, tan dominante como la otra, y era la de cultivar flores. Hablamos de eso, que yo consideraba como otra forma de escribir, y entre rosas y rosas trataba de hablarle de sus libros y ella trataba de hablarme de los m¨ªos. Me llam¨® la atenci¨®n que de todo lo escrito por m¨ª le interesaba m¨¢s que nada el gallo del coronel que no ten¨ªa quien le escribiera, y a ella le llam¨® la atenci¨®n que me gustara tanto la rifa de la cafetera en La plaza del Diamante. Tengo hoy un recuerdo entre nieblas de aquel extra?o encuentro, que sin duda no fue uno de los recuerdos que ella se llev¨® a la tumba, pero para m¨ª fue la ¨²nica vez en que convers¨¦, con un creador literario que era una copia viva de sus personajes. Nunca supe por qu¨¦, al despedirme en el ascensor, me dijo: "Usted tiene mucho sentido del humor". Nunca m¨¢s tuve noticias de ella hasta esta semana, en que supe por casualidad, y en mala hora, que le hab¨ªa ocurrido el ¨²nico percance que pod¨ªa impedirle seguir escribiendo.
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ACI.
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