Gald¨®s y los toros
Si a trav¨¦s de la obra de Gald¨®s puede seguirse la evoluci¨®n de los cap¨ªtulos fundamentales en la vida de nuestro siglo XIX, lo taurino, muy bello como muestra y como encaje en la vida, no aparece escalonado en su historia. Algo parecido ocurre con la zarzuela, lo cual es bien significativo. En lo taurino, la prosa de evocaci¨®n es de primera. Los a?os rom¨¢nticos fueron, ten¨ªan que ser, fundamentales en este aspecto, y por eso Mendiz¨¢bal, el gran episodio rom¨¢ntico, tiene la corrida muy en medio. Es muy protagonista un cura, cura ejemplar, al que Gald¨®s, con su t¨¦cnica de simbolismo para los nombres, le bautiza como Pepe Hillo: sabe el cura tanto de toros como de anta?ona ret¨®rica neocl¨¢sica y de lat¨ªn en verso altisonante, y la mezcla, pintoresca, se encarna en una bondad extrema. Gald¨®s nos lo acerca en una corrida donde pelean dos grandes escuelas taurinas y con un arist¨®crata, P¨¦rez de Guzm¨¢n, en el ruedo. La descripci¨®n es de antolog¨ªa. "Ya se comprende que con la compa?¨ªa de Hillo en el fiero espect¨¢culo aprendi¨® Calpena no s¨®lo los terminachos, sino las reglas del toreo, adquiriendo el placer de la lidia. Algunas tardes convid¨® tambi¨¦n a Milagro, grande y antiguo aficionado. Entre los dos se sentaba Calpena en el tendido y a menudo ten¨ªa que intervenir para aplacar los bulliciosos ardores de la controversia. Era Hillo devot¨ªsimo de la escuela ronde?a, y el, otro, de la sevillana: enaltec¨ªa el cl¨¦rigo el arte propiamente dicho, la destreza en el enga?o, la burla ingeniosa del peligro, la distinci¨®n, la apostura, la gallard¨ªa de la figura toreril delante de la fiera; encomiaba Milagro el valor, la brutal acometividad sin remilgos, mirando m¨¢s a la eficacia de la suerte que al af¨¢n de pintarla y hacer arrumacos. Eran, pues, cl¨¢sico el uno, rom¨¢ntico el otro".Figura de torero, torero, no entrar¨¢ en los tipos y arquetipos creados por Gald¨®s ni tampoco la corrida como cuadro de g¨¦nero, lo que s¨ª leemos en alg¨²n buen cap¨ªtulo de Palacio Vald¨¦s, y luego, claro, en Blasco Ib¨¢?ez. Hay en Gald¨®s hasta su poco de chufla con los no barbados, que s¨®lo pod¨ªan ser curas, actores o toreros; hay tambi¨¦n el apunte del cr¨ªo rebelde -el hermano de Isidora en La desheredada- que se va de becerros. Cierto inter¨¦s tiene como supervivencia del majismo se?alado por Ortega lo del se?orito -Juanito Santa Cruz, en este caso- vestido a lo taurino / chulesco con gran indignaci¨®n de su burguesa familia. Es muy graciosa la escena de Narv¨¢ez, col¨¦rico ya a la hora del desayuno, ajust¨¢ndose el biso?¨¦ mientras Bodega, su asistente, le ayuda a vestirse. "El fiel servidor, mudo y flem¨¢tico, sin precipitarse en sus movimientos, luego que dej¨® el chocolate en la mesa, cogi¨® el chaleco y, alz¨¢ndolo en ambas manos, hizo un movimiento semejante al del banderillero cuando cita al toro y le muestra los palillos que ha de clavarle". Que la corrida fue en muchos casos preludio de mot¨ªn pol¨ªtico es historia documentada, y lo que Fern¨¢ndez Almagro nos ense?¨® de la explosi¨®n popular despu¨¦s de la tragedia de la escuadra en Cuba, Gald¨®s lo se?ala en la revoluci¨®n de julio. "Camino de mi casa", relata Beramendi, "me encontr¨¦ a Sebo en la calle del Arenal. Me dijo con sigilo que se armar¨ªa el tumulto grande a la salida de los toros. No olvide vuecencia que hoy es lunes. La plaza est¨¢ llena de gente; all¨ª est¨¢n todos los aficionados a la tauromaquia y a la politicomacia".
Los ni?os, tan queridos por Gald¨®s, son los protagonistas del mejor s¨ªmbolo de la afici¨®n taurina. En la novela El doctor Centeno, apodo para Felip¨ªn, el protagonista, un criadillo de capell¨¢n de monjas, que se escapa al solar cercano para jugar al toro con un grupo de diablillos que juegan todas las suertes. En el desv¨¢n / almac¨¦n donde duerme hay un toro -cart¨®n piedra, compa?ero inseparable de la imagen de san Marcos. Felip¨ªn duda, palpa, lucha y al fin arranca la cabeza, asusta a la vecindad y se hace el amo en la corrida, infantil. Todo el cap¨ªtulo rezuma picard¨ªa y ternura, y caminar¨¢ paralelo de la pintura de g¨¦nero. "Era jueves y Andr¨¦s Pasar¨®n, el hijo del tendero de ultramarinos, hab¨ªa pegado en una tabla del solar el cartel risue?o de azul y oro que dec¨ªa: 'Corria extralinaria a munificio, de la Munificencia', con toda la relaci¨®n de los toros, diestros, ganader¨ªa y divisas, suertes y dem¨¢s pormenores corn¨²petos. Era jueves y, toda la clase se hab¨ªa dado cita en el solar. No se sabe la hora y el momento preciso en que hizo su aparici¨®n aquella novedad inesperada, admirable, verdadera. Imposible pintar el asombro, la suspensi¨®n, el alarido de salvaje y fren¨¦tica alegr¨ªa con que Felipe fue recibido... Hubo delirante juego, pasi¨®n, gozo infinito, v¨¦rtigo... Despu¨¦s, cuando menos se pensaba, polic¨ªa, guarda, escoba, ca¨ªdas, dispersi¨®n, persecuci¨®n, golpes. As¨ª acababan las humanas glorias. Viose una v¨ªctima por el suelo hecha trizas: una cabeza partida en dos, en tres, en veinte fragmentos. Por all¨ª, un cuerno; por all¨ª, un pedazo de cr¨¢neo; m¨¢s lejos, medio hocico. El guarda recogi¨® los diversos trozos en un pa?uelo, y tom¨¢ndolo cuidadosamente con la mano izquierda, con la derecha agarr¨® al criminal y se dispuso a llevarle a la presencia del maestro para que ¨¦ste hiciera ejemplar justicia. La partida se dispersaba por la calle de la Libertad dando gritos, silbidos y alel¨ªes. Felipe, sobrecogido y aterrado, no pod¨ªa con el peso de su conciencia". No en vano, Gald¨®s admiraba tanto al Murillo de los rapaces.
Babelia
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