La soledad del lendakari
La semana de las Fuerzas Armadas concluy¨® al mediod¨ªa de ayer en Burgos con la espectacularidad tradicional del desfile militar de unidades de los tres ej¨¦rcitos y la Guardia Civil. Pese al aparente mimetismo de las grandes paradas militares, entre la celebraba ayer en Burgos y la de hace un a?o en Zaragoza se dieron importantes novedades de orden pol¨ªtico y militar que acaso hayan pasado desapercibidas por estar desviada la atenci¨®n de los solemnes actos del fin de semana hacia las actitudes que adoptara en los mismos el presidente del Gobierno vasco, Carlos Garaikoetxea.Tras un viaje de quince horas ininterrumpidas de avi¨®n y autom¨®vil, el lendakari lleg¨® el s¨¢bado a Burgos desde Bogot¨¢ para asistir al acto de homenaje a la bandera y se encontr¨® con un ambiente de recelo y desconfianza hacia ¨¦l, que en pocos d¨ªas se hab¨ªa asentado en la ciudad castellana tan firmemente como la estatua del Cid.
As¨ª sucedi¨® que cuando a las 20.20 horas del s¨¢bado una voz invit¨® a trav¨¦s de la megafon¨ªa a todos los asistentes a inclinarse respetusosamente ante la bandera que comenzaba a ser izada en el mastil del Parking de Caballer¨ªa, mientras sonaba el himno nacional, todas las miradas y todos los objetivos de los fot¨®grafos buscaron al lendakari. Garaikotxea, como algunos ministros del Gobierno y numerosas personalidades de las tribunas de autoridades, adoptaron un gesto de firme respetuosidad, sin llegar a inclinar la cabeza. El dato fue anotado en el debe del lendakari.
El inter¨¦s por tener a Carlos Garaikoetxea presente en la celebraci¨®n no fue correspondido por los hechos: pas¨® por los actos sin haber estrechado apenas otras manos militares que las del capit¨¢n general de Burgos; fue, eso s¨ª, acogido en los grupos civiles en los que se mov¨ªan los miembros del Gobierno y las altas representaciones institucionales; acompa?ado de su esposa, Sagrario Mina, -que llev¨® toda la noche en sus manos un ramo de claveles rojos y amarillos sujetos por una cinta roja y gualda- deambul¨® como si de un desconocido se tratara entre los selectos invitados, en su gran parte militares, a la recepci¨®n ofrecida por los Reyes en el Castillo de San Juan. Ya al final de la jornada, vencida la medianoche, acusando el viaje agotador y la frialdad de trato, confesar¨ªa que "nada se puede hacer cuando a uno le dan en el reparto el papel del villano". S¨®lo un gesto de reconocimiento: Un "Gracias, Carlos, por haber venido", que le dijo el Rey en su primer encuentro.
Tanto inter¨¦s en atisbar el menor gesto de Garaikoetxea, -no pas¨® desapercido el que se pusiera en pie al paso de la Guardia Civil en el desfile militar- no puede hacer olvidar que ¨¦sta ha sido una semana de las Fuerzas Armadas muy distinta a la de hace un a?o. El poder civil, personificado en Felipe Gonz¨¢lez, algunos de sus ministros y otras altas magistraturas que fueron tratados en esta ocasi¨®n con la dignidad que le es propia. La humillante silla de tijera para el presidente del Gobierno dio paso a un recio sill¨®n castellano. La precedencia de las autoridades civiles ha sido cuidadosemente respetada, pese a ser un acto militar. El rumor de sables de anta?o, dio paso al destello de los sables de la oficialidad, al saludar, bajo el sol castellano, al Rey, a cuya derecha estaba, en la misma tribuna, un presidente de Gobierno socialista. Por primera vez la Polic¨ªa Nacional no particip¨® en el desfile militar, como un s¨ªntoma de que comienza a declinar la extendida especie del enemigo interior.
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