Macarenas de papel
No las ver¨¦is en los tendidos. En realidad, nunca sabremos si existen de verdad. Porque la ¨²nica referencia de que se dispone para darles un lugar en la historia es su aparici¨®n espor¨¢dica en las revistas del coraz¨®n, con motivo de una cornada, un nuevo v¨¢stago o una rumbosa fiesta cortijera.Y, sin embargo, las mujeres de los toreros forman parte de la iconografia del diestro. Tanto como el altar ah¨ªto de estampas y lamparillas, como la ceremonia de ajustarse las luces a l¨¢ piel, como la sangre de la bestia convertida en se?al divina sobre la ingle del hombre. Una mujer que espera, una mujer que sufre alimentando el t¨®pico de la tarde que se desliza lenta junto al tel¨¦fono, hasta que la voz del banderillero anuncia el todo ha ido bien que sirve de respiro, o la cornada de aqu¨ª te pillo, aqu¨ª te mato, que desatar¨¢ el manojo de los ayes. Nos lo ha contado as¨ª Sangre y arena; nos han hablado de ellas muchas coplas: porque, tiene un pa?uelo, la novia de Reverte, y en los carteles han puesto un nombre que no lo puedo mirar, Francisco Alegre, coraz¨®n m¨ªo, y no ten gas miedo, mujer, que soy torero andaluz y llevo al cuello la cruz de Jes¨²s que me diste t¨², y pisa morena, pisa con garbo, que un relicario me voy a hacer, y do?a Sol, lucero m¨ªo, eres t¨² lo que m¨¢s quiero, y ganadera salmantina ten cuidado, que el amor no te sorprenda como un toro desmandado.
Pero no es a ellas a quienes ver¨¦is en los tendidos. Esas hembras de ojos brillantes que asoman sobre el mant¨®n -otro t¨®pico, aunque ¨¦ste f¨¢cilmente comprobable- son la otra, la otra en la vida del torero. Groupies de mo?o alto dibujado al carb¨®n o melena de trigo que busca fundirse en el albero, seg¨²n la nacionalidad, ansiosas todas de comprobar la capacidad de faena del ¨ªdolo fuera de la plaza. Presencias perfumadas de jerez en los c¨®cteles, en las juergas de madrugada, en los pasillos de hotel, en las tertulias de expertos, a la caza siempre del momento d¨¦bil del hombre a quien saben fuerte ante el peligro directo.
A veces se produce la s¨ªntesis y la otra del tendido, la que va a la plaza ansiosa de emociones, mujer de una espera distinta, se funde, se disuelve, se adapta al patr¨®n ancestral elaborado para contener a la novia, la esposa. Ceden entonces su puesto de vig¨ªa a las que est¨¢n detr¨¢s, pugnando por evidenciarse. Y se convierten en sombras silenciosas del triunfador, mu?ecas en frasco de cristal colocadas sobre la repisa de una tarde de toros. Pasan a guardar una suerte de luto anticipado, como la madre, la hermana o la novia trianera de toda la vida. Sin embargo, por lo general, las hembras de tendido no cruzan la barrera: se quedan bajo el sol, protagonistas de su propia, aunque secundaria, historia. C¨¢rmenes abocadas a ver c¨®mo Escamillo cambia de tercio.
A las novias, las esposas, las vemos ?nicamente en las revistas. Hier¨¢ticas como v¨ªrgenes de los siete pu?ales sentadas junto a la cabece ra del hombre empitonado, conteniendo la procesi¨®n que va por dentro con elegancia de hija de ganaderos o de miflonaria venezolana. "?Le gustaria que su marido se retirara?", pregunta, habilidoso, el periodista de turno. Y ellas, sin perder la compostura: "Huy, s¨ª, mucho, pero ser¨¢ lo que mi Curro, mi Paco, mi Palomo, mi Manolo diga". Quiz¨¢ las leg¨ªtimas no existen. Ya no queda un Julio Romero de Torres que las pinte de verdad, no figurar¨¢n nunca en nuestros billetes de banco, y do?a Angustias, la madre de todas -por serlo del m¨¢s novio de todas, Manolete-, muri¨® sin descendencia de carne y hueso. Quiz¨¢ son s¨®lo de papel, brillantes, satinadas macarenas de papel, bidimensionales, a todo color por delante y con anuncio de agua t¨®nica por detr¨¢s. Macarenas qne tienen su san Gil en el Hola, sus velas enriz¨¢s en las p¨¢ginas a todo color de las publicaciones mundanas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.