Estos ascensores de mi¨¦rcoles
En La vida de Archibaldo de la Cruz -una pel¨ªcula inolvidable de don Luis Bu?uel- ocurr¨ªa el episodio tremendo de una monja que entraba por la puerta de un ascensor cuando el ascensor no estaba en el piso, y la mujer infortunada se precipitaba con un alarido de espanto hasta el abismo del s¨®tano. En alg¨²n peri¨®dico se public¨® hace mucho tiempo la noticia de dos mec¨¢nicos de ascensor que trataban de reparar uno trabajando en el fondo del conducto y, de pronto, la caja descendi¨® sin remedio y los aplast¨® contra el piso. Conozco a la hija de un matrimonio amigo que a los 12 a?os se qued¨® encerrada durante dos horas en un ascensor en tinieblas, y nunca m¨¢s se recuper¨® del espanto, a pesar de los muchos tratamientos m¨¦dicos y psicol¨®gicos a que fue sometida. La ni?a -para decirlo del modo menos dram¨¢tico posible- se volvi¨® loca.Sin embargo, la historia de ascensores m¨¢s, horrible que he o¨ªdo contar ocurri¨® en Caracas hace muchos a?os. Una familia que viv¨ªa en una casa de tres pisos con ascensor se fue a Europa por tres meses, y antes de salir, como lo hac¨ªan siempre, desconectaron la electricidad en los controles de la entrada principal.Una criada se hab¨ªa quedado poniendo orden en el piso superior, pero estaba de acuerdo con sus patrones en que bajar¨ªa por la escalera, echar¨ªa la llave a la puerta de la calle y volver¨ªa todas las semanas a hacer la limpieza. Pero en el momento en que los due?os de la casa sal¨ªan debi¨® recordar algo urgente, y trat¨® de alcanzarlos con el ascensor. La interrupci¨®n de la electricidad la sorprendi¨® en mitad de camino, y nadie se enter¨®, hasta tres meses despu¨¦s, cuando la familia regres¨® de Europa y encontr¨® los restos putrefactos en el ascensor. Me cuesta mucho trabajo no pensar en ¨¦sta y en otras muchas historias horribles cuando tengo que entrar en un ascensor. En alguna ¨¦poca me tranquilizaba mucho viajar en esos ascensores modernos de hoteles caros y edificios de lujo que tienen un tel¨¦fono para pedir auxilio. Pero mi confianza se volvi¨® humo en una ocasi¨®n en que alguien que viajaba conmigo descolg¨® el tel¨¦fono para dar aviso de una parada irregular y no logr¨® que le contestara nadie. La explicaci¨®n que tuvo fue que el personal encargado de atender ese tel¨¦fono se hab¨ªa ido a almorzar a la hora en que ocurri¨® la emergencia -por fortuna- moment¨¢nea. Desde entonces tengo la costumbre de' averiguar qui¨¦n oye los timbres de alarma de botones rojos con una campana dibujada que se encuentran en todos los ascensores del mundo, y en la inmensa mayor¨ªa de los casos habr¨ªa que admitir que no sirven sino para darles a los pasajeros una sensaci¨®n de seguridad sin ning¨²n fundamento. En realidad, muchos de esos timbres no suenan en ninguna parte. No funcionan en la realidad, sino en la imaginaci¨®n de los viajeros ilusos, pero nadie lo sabe porque nadie ha necesitado de ellos en mucho tiempo. Un mec¨¢nico de ascensores de M¨¦xico me dec¨ªa hace poco que en el servicio regular de mantenimiento es obligatorio establecer el estado de las campanas de alarma, pero no siempre lo hacen, porque los mec¨¢nicos est¨¢n tan familiarizados con sus ascensores que no les alarma que la alarma no funcione. Adem¨¢s
-me dijo uno de ellos-, la mayor¨ªa de los tirribres de emergencia son in¨²tiles, porque casi todos funcionan con electricidad, y son muy pocos los da?os de ascensores que ocurren por causas distintas de una falla el¨¦ctrica. De modo que la alarma no suena por las mismas razones por las que no funciona el ascensor.
En los edificios de apartamentos, aun en los m¨¢s caros, la alarma suena en el cuarto del portero, el cual tiene una llave simple con la que abre la puerta del ascensor en un minuto. El problema es que el portero no est¨¢ siempre en su puerta, aunque su nombre lo indique, y los m¨¢s eficaces tienen tantas prerrogativas merecidas que salen a descansar con su familia durante los fines de semana. El otro d¨ªa, en un edificio de apartamentos de Barcelona, descub:r¨ª por casualidad que el portero no duerme en su cubil, sino en la casa de su familia, de modo que si alguien se queda encerrado, lo mejor que puede hacer es echarse a dormir, enroscado en el piso del ascensor hasta las siete de la ma?ana, si es que tiene la buena suerte -?o la mala suerte?- de estar solo en su desgracia, o s¨ª su percance no ocurre en pleno invierno y amanece congelado. En un edificio residencial de Par¨ªs, que cuesta su peso en oro, todos los servicios son tan mo dernos que han prescindido de la portera, una de las instituciones m¨¢s antiguas y legendarias de la ciudad. En efecto, las porteras del Par¨ªs de otros tiempos ten¨ªan tan buen cr¨¦dito que la literatura francesa, y no s¨®lo la de Balzac, sino en especial las novelas de criminales y detectives, ten¨ªa que recurrir a ellas sin remedio para .que los relatos m¨¢s fant¨¢sticos parecieran verdaderos. Un testi monio de una portera sobre alguno de sus inquilinos pod¨ªa ser definitivo ante una autoridad judicial. Pero cada d¨ªa que pasa m¨¢s porteras de Par¨ªs son sustituidas por ingenios electr¨®nicos deshu manizados, mucho m¨¢s eficaces que sus viejas antecesoras casca rrabias, pero, en todo caso, inca paces de rescatar a un pobre inquilino atrapado en un ascensor.
El problema del timbre de alarma en los edificios sin porteras ha sido resuelto instal¨¢ndolo en el apartamento del responsable del edificio, cuyo cargo es even-
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tual y rotativo, y que, por supuesto, no tiene ninguna obligaci¨®n de estar en su casa en espera de que alguien se quede encerrado en el ascensor. El hecho final es que la soledad del ascensor es una de las m¨¢s temibles, sobre, todo para quienes padecen de claustrofobia, y saben que podr¨ªan soportar cualquier cosa menos un minuto de encierro en un ascensor.
Nuestros abuelos, que eran tan severos, eran mucho m¨¢s humanos en su concepci¨®n de la vida. A ninguno de ellos se le hubiera ocurrido inventar un ascensor como los m¨¢s usados en estos tiempos, cuya seguridad radica en todo lo contrario de lo que uno quisiera para sentirse seguro. Son sepulcros blindados. En Nueva York, donde en realidad se tiene tanta conciencia de la peligrosidad de los ascensores que se les trata como veh¨ªculos arriesgados, lo ¨²nico que falta es que se enciendan letreros como en los aviones: "Ajuste el cintur¨®n de seguridad". Cuando uno entra en los ascensores multitudinarios de Manhattan, el ascensorista, como un general en una batalla, ordena: "P¨®ngase de frente a la puerta". Lo cual, sin duda, facilitar¨ªa la evacuaci¨®n inmediata. Pero todo eso son los resultados del hermetismo de los ascensores de hoy. Antes, en cambio, los abuelos eran conscientes de que el uso del ascensor, por ef¨ªmero y rutinario que fuera, era de todos modos un viaje y hab¨ªa que hacerlo con la mayor felicidad que fuera posible. De modo que constru¨ªan unas obras de arte, no s¨®lo de la t¨¦cnica, sino tambi¨¦n de la ebanister¨ªa, con ventanas por todos lados que no s¨®lo serv¨ªan para respirar, sino para, ver el paisaje interior de la casa. Uno no sub¨ªa con el aliento cortado por el temor de que se fuera la luz sino que iba viendo la vida: los enamorados del primer piso, que esperaban bes¨¢ndose a que el ascensor regresara; la anciana inv¨¢lida que fing¨ªa bordar frente a la puerta abierta del segundo piso, cuando, en realidad, lo que hac¨ªa era disfrutar a su vez con el espect¨¢culo de la vida que sub¨ªa y bajaba en el ascensor; o el alborozo del ni?o que nos dec¨ªa adi¨®s con la mano cuando nos ve¨ªa pasar de largo por el piso tercero. Todo
eso se acab¨® con los temibles cajones de acero de hoy, cuya ¨²nica ventaja -porque alguna ten¨ªan que tener- es que, en caso de urgencia, como ocurre con m¨¢s frecuencia de lo que uno cree, los amantes sin techo pueden oprimir el bot¨®n de? freno para hacer un amor vertical de gallo triste, mientras alguien maldice en alg¨²n piso intermedio. Estos modernos ascensores de mi¨¦rcoles que se quedan parados de pronto en cualquier parte, sin permiso de nadie. Menos mal que pueden servir para tanto las cosas que no sirven.
? 1983, Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez ACI.
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