Epi, Zarra y Marcelino
Epi ya es como Zarra. O mejor, como Marcelino. La diferencia est¨¢ en que ahora no diremos nada parecido a lo de R¨ªo -"hemos vencido a la p¨¦rfida Albi¨®n"- ni se escribir¨¢ que el oso ruso mordi¨® el polvo. Aunque no hemos perdido nuestra capacidad de asombro, porque el deporte espa?ol a¨²n tiene muchas cosas de que maravillarse, s¨ª hemos marginado, afortunadamente, la te.dencia a la grandilocuencia. Y adem¨¢s ahora un gol o una canasta no pueden considerarse el ¨¦xito de una determinada pol¨ªtica.Epi logr¨® una canasta ciertamente importante. Tanto como los goles de Telmo y Marcelino. El enceste de San Epifanio, el alero barcelonista, lleg¨® en el instante preciso. En el momento en que nadie se atrev¨ªa a lanzar. En el momento en que un fallo pod¨ªa ser mortal de necesidad. Hab¨ªa que tener los nervios muy templados y una gran confianza en las propias fuerzas para, enviar aquel bal¨®n, desde la media distancia, hacia el aro que hab¨ªa escupido, con anterioridad, los puntos de Soloz¨¢bal, Jim¨¦nez y Romay.
De nuevo se ha producido el fen¨®meno de: que un deporte de minor¨ªas ha logrado encandilar al pa¨ªs. Hasta una final Bar?a-Madrid se ve condicionada. Podr¨ªa suceder que ahora se produjera una avalancha de peticiones de canastas para instalaciones de fortuna. En Espa?a el deporte crece por mimetismos. A lo mejor Epi y sus compa?eros producen los fen¨®menos anteriores de Santana, Nieto y Ballesteros. Lo malo es que el baloncesto, aunque admite a los morenos, discrimina a los bajitos.
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