VueIta del cine mudo
Hacia 1910 -cuando Puccini estren¨® La fanciulla del West-, estaba ya en marcha la gran impregnaci¨®n literaria y espectacular del lejano Oeste: iba a sobrevenir un alud que no ha terminado todav¨ªa. Es curiosa la constancia de creadores y espectadores por un anecdotario y un escenario, aunque dentro de ¨¦l se introduzcan los temas eternos. Una de las primeras veces que se intent¨® meter un argumento en el cine fue ya ¨¦se su tema: The great train robbery, de Porter, es de 1903. En 1905, Zane Grey escribi¨® The spirit of the border (y ya Fenimore Cooper y Bret Harte le hab¨ªan precedido en muchos a?os).Lo que es enormemente interesante es que un compositor nacido en la tradici¨®n de la ¨®pera italiana, como Puccini, quisiera sacarle las polillas de dentro a ese teatro y buscar formas nuevas, argumentos nuevos, colores (paisajes) nuevos. Ya lo hab¨ªa hecho con Madame Butterfly (en 1904; y, por cierto, se le quedaron adheridos a la fanciulla algunos acordes japoneses; y algo del Schomberg de Pierrot lunaire, porque buscaba afanosamente formas nuevas en la vanguardia) y buscaba ahora por el variopinto mundo del West: el saloon, la muchacha fuerte, el sheriff y la nieve, el ¨¢rbol para la cuerda de la horca... Lo hab¨ªa encontrado en una producci¨®n de David Belasco: un curioso personaje, autor y actor, sobre todo empresario, que dio su nombre a un teatro de Nueva York y que tuvo siempre malas criticas por su exceso de teatralidad.
Es decir, por su afici¨®n al melodrama. Todo lo trasmutaba a ese g¨¦nero, incluso Shakespeare. Ya le hab¨ªa dado a Puccini Madame Butterfly; y para esta ocasi¨®n, su obra The girIk of the golden West (estrenada como comedia en 1905).
La redenci¨®n por la doncella
Si se rasca un poco, aqu¨ª est¨¢ de todas formas el viejo argumento de la ¨®pera italiana, y uno de los m¨¢s universales: el bandi, do generoso, la cantinera virtuosal los poderosos perseguidores, el gran amor y, finalmente, aquello a lo que no se ha resistido nunca ning¨²n autor (incluyendo al Arrabal actual de El rey de Sodoma, aun con su iron¨ªa dentro): la redenci¨®n por la doncella. Se puede vestir a estos personajes de trovadores d de carbonarios, de romanos o de cartagineses, y siempre se tendr¨¢ una ¨®pera. En este caso se vistieron de la gente ruda del salvaje oeste, medio vaqueros y tahures, pistoleros todos, (por cierto, la polic¨ªa revis¨® cuidadosamente todas las pistolas antes del estreno en Madrid; precauci¨®n prudente por el Rey, que acud¨ªa por primera vez a la ¨®pera en Madrid, ofrec¨ªa un blanco considerable en su palco, y porque en escena hab¨ªa una multitud) y con la cuerda presta a ahorcar.Puccini lo intent¨®, su musica y su modernidad fueron m¨¢s all¨¢ de lo habitual... Y se qued¨® solo: hasta Menotti, por lo menos, este intento de sacar la carcoma de la ¨®pera no prosper¨®.
La puesta en escena de Emilio Sagi, la escenograf¨ªa de Julio Gal¨¢n y sus trajes van un poco m¨¢s atr¨¢s que la modernidad de Puccini. No pasan del cine mudci. Monta?as de tela, ¨¢rboles de cart¨®n -todo tembloroso, todo preocupante por su estabilidad-, chocita t¨®pica (no vi el saloon: pas¨¦ el primer acto en la Real Academia, viendo ingresar a Jos¨¦ L¨®pez Rubio), nieve arrojada a pu?ados por un lateral durante un ratito, coros mecanizados y at¨®nitos, primeros papeles en fila ante el p¨²blico... Tampoco el desarrollo argumental da mucho de s¨ª. Pero quiz¨¢ un cierto esfuerzo habr¨ªa sido agradecido.
Babelia
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