Rof Carballo
Le¨ªamos a Rof Carballo, los ni?os de derechas, cuando el cuarenta?ismo (ya hasta mi querido L¨®pez Sancho dice "cuarenta?ismo", lo escribe, como si tal), est¨¢bamos al loro, por la Prensa de Madrid, cuando la infancia y la provincia, de la aparici¨®n de este meteoro galaico, cient¨ªfico y equ¨ªvoco, deslumbrante, como est¨¢bamos alerta de toda novedad que se despegase un poco de la oficiosa cultura oficial, tan inculta. Luego, sus libros, El hombre como encuentro, Violencia y ternura, todo eso. ?Tiene hoy el ensayismo liberal, ilustrado, cient¨ªfico, cult¨ªsimo, un hombre como Rof Carballo, en Espa?a? Nos pareci¨® que nac¨ªa, p¨¢jaro raro, de entre el grupo ilustre de los "liberales del R¨¦gimen", que dir¨ªa yo, pero en seguida empez¨® a escribir, hablar, conferenciar con su propia tinta; no estaba manchado de franquismo este hombre, y cuando saqu¨¦ mi primer libro, un libelo sobre Larra (el libelo, que s¨®lo es librillo, no tiene por qu¨¦ ir necesariamente contra alguien, aunque el m¨ªo iba contra los de siempre), libelo que me public¨®, con dos novelas, generosamente, Camilo Jos¨¦ Cela en su Alfaguara (la Alfaguara que ha venido despu¨¦s nos ha ignorado gloriosamente a m¨ª e incluso a Camilo y tantos otros, aun cuando den libros de "adolescentes disputados" que no perciben la sintaxis y confunden la literatura con la traducci¨®n -mala- y la sensibilidad con otra cosa), entonces, a?o 1965, vengo a decir, entre los pocos ejemplares que repart¨ª, le dej¨¦ uno, no s¨¦ por qu¨¦, a Juan Rof Carballo, hoy preacad¨¦mico, acad¨¦mico ya (todo acad¨¦mico es "el hombre que fue jueves", porque en jueves los sacan, y a Juan le toca ¨¦ste). Enfermo yo, derribado y ni siquiera arc¨¢ngel, Rof me atend¨ªa en su consulta de Ayala, 13, me otorgaba el t¨², como un laurel de amistad."Eres un escritor, claro, un hipersensible, ya te veo, esos mareos son psicosom¨¢ticos, y las d¨¦cimas lo mismo". Estaba entre Freud de la calle Ayala y curandero galaico, pasando consulta en su consulta. Atiende siempre a lo indisoluble cuerpo/alma, o como se llamen hoy ambas cosas, que ya sabemos que no existen el cuerpo ni el alma (sobre todo el cuerpo), hasta que me vio las am¨ªgdalas, que se me hab¨ªan vuelto locas: "Op¨¦rate y vuelve". Y mientras tanto le¨ªa mis libros y yo los suyos (Taurus). Gracias al fino instinto editorial de Jes¨²s Alba, hoy duque de Aguirre. Luego, se pas¨® generosamente en la lectura kaffiana de mi persona y me ceb¨® de estimulantes, hasta que decidi¨® probar con lo contrario -hombre abierto al di¨¢logo con las respuestas del hombre- y me pas¨® a los sedantes de la sinerg¨ªna para abajo. En el valium encontr¨¦ mi punto muerto de gran vivo. Una enfermedad es como un amor y como una amistad. Susan Sontag escribi¨® su mejor libro, sin repugnantes autocompasiones, sobre sus propios c¨¢nceres. Si el paciente es mujer, se enamora del m¨¦dico. Yo entre con Juan en admirativa y fina v¨ªa de entra?abilidad, y cuando cen¨¢bamos en casa de Antonio Garrigues -con Carmen D¨ªez de Rivera, inolvidable, ejerciendo esa virtud que tiene la mujer de buena conductora de la electricidad mental-, o cuando tomamos un cubata bajo la sombra del Rey don Juan Carlos I, que es alargada, Juan/maestro y yo hablamos de tantas cosas, y siempre le pido un nuevo libro. El hombre como encuentro es tan fundamental en nuestro ensayismo liberal/cient¨ªfico que s¨®lo los usos antrop¨®fagos de nuestra tribu cultural han podido olvidarlo para siempre, mientras ensayistas redichos e improvisados, que de Savater s¨®lo han le¨ªdo las solapas, van de campeones. Una vez me dijo Juan -herencia de Freud, de quien fue disc¨ªpulo personal- que la guerra civil hab¨ªa sido una gran locura sexual y era raro que no hubiese novela sobre el tema. En seguida le indiqu¨¦ el San Camilo de su paisano Cela, que exactamente es eso, y quiz¨¢ el mejor libro del jefe. Juan entra en la Academia en solitario, con toda la soberbia del que se ha psicoanal¨ªzado de humildad. Juan ha sido un momento clave de nuestra formaci¨®n informal.
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