Pedro Poll¨¢n, 'el abuelo de las palomas'
Todas las tardes acude a la madrile?a glorieta de Quevedo para dar de comer 'boca a boca' a los p¨¢jaros de Charnber¨ª
Pedro Poll¨¢n J¨¢?ez, un viejo mec¨¢nico de 75 a?os, da todos los d¨ªas de comer, boca a boca, a las palomas de la madrile?a glorieta de Quevedo. Desde hace muchos a?os, este anciano, "montador de m¨¢quinas en general", va todas las tardes, llueva, nieve o haga el calor de este t¨®rrido junio, a hablar, jugar y entretener a las palomas, gorriones y a gran cantidad de viandantes que a esas horas pasan por la zona o se dirigen expresamente a ver a este abuelo, verde, alegre y socarr¨®n, a quien le "gusta hablar con libertad".
Es una de esas plazas madrile?as que conservan arquitect¨®nicamente un aspecto cl¨¢sico. La glorieta de Quevedo, aunque ha recibido ya la llegada de los burgers y videoshops, sigue invadida por los puestos de venta de cupones de ciego -hay una decena en su entorno-, otros tantos quioscos de prensa, cerilleros y floristas. Conserva todav¨ªa uno de esos ya escasos aguaduchos de lim¨®n natural, horchata y agua de cebada, vetustos edificios, alg¨²n que otro ¨¢rbol y hasta el veterano saxofonista, que ameniza, junto a una boina llena de monedas, el paso de los residentes en el castizo barrio de Chamber¨ª.A unos pasos de la blanca estatua de Quevedo, en la calle de Eloy Gonzalo, gran cantidad de palomas pueblan los aleros y poyetes de los largos ventanales de la primera sucursal de la Caja de Ahorros de Madrid, uno de los pocos edificios modernos de la zona. Nada parece extraordinario. Pero poco despu¨¦s de las tres de la tarde, todos los d¨ªas del a?o -desde hace muchos-, llueva, nieve o caiga el plomizo sol de estos d¨ªas de junio, un revoloteo de palomas y gorriones llama la atenci¨®n del no avisado. Ha llegado el abuelo de las palomas.
Pedro Poll¨¢n J¨¢?ez -"Perico para los amigos; a algunos les digo el apellido sin la n" - se ve rodeado por todos los p¨¢jaros que le esperan. Al verle aparecer se le suben a los hombros, a la cabeza, a las manos, mientras el viejo, "con una figura parecida a Tarradellas", una nariz "que me la machaqu¨¦ trabajando" y unas manos de "currelar toda la vida", les habla, les acaricia, les recrimina, les dice de todo. Todo lo habla entre bromas.
Mec¨¢nico de profesi¨®n, "montador de maquinaria en general y de cualquier cosa, aviaci¨®n, marina, lo que sea", ha trabajado en muy distintos puntos de Espa?a "En Manises, Rota, Talavera la Real, Logro?o... Soy como la enciclopedia Espasa". Se dirige a una paloma -"?sube!"-, y comenta que son aves de la calle, p¨²blicas; no van a misa... ?sta es una golfa". Y coge un pu?ado de ma¨ªz, se lo mete en la boca y una de sus amigas le picotea la lengua en busca de grano.
El espect¨¢culo atrae a los paseantes, a los que se bajan del autob¨²s, a los automovilistas. Y repite la operaci¨®n -"es que soy un cachondo"-, mientras se?ala para la placa que indica el nombre de la calle y dice: "Soy tan viejo como Eloy Gonzalo; yo le mand¨¦ a la guerra. F¨ªjate si conozco Madrid".
El Madrid de hoy le confunde. "Quiero que vuelva a ser lo que era. Tierno est¨¢ haciendo muchos parques, pero... Madrid quiere ser lo que era, y no puede". El ayuntamiento gobernado por los socialistas le merece un "bueno..." y, m¨¢s serio, dice: "Lo que me gusta es hablar con libertad".
Y las palomas le cubren su calva cabeza, le pican una cara llena de granos, le buscan la boca en busca de arroz, de alpiste, de ma¨ªz. La gente le da dinero "para comprar comida para los animalitos" y un fot¨®grafo se acerca para conseguir un primer plano del boca a boca.
Cada vez son m¨¢s las gentes que le rodean. Y, los gorriones, que van cogiendo confianza, se acercan hasta sus fuertes y toscas manos, llenas de callos, comen en ellas, vuelan y repiten. El quiosquero le saluda, le avisar¨¢ si sale en el peri¨®dico; es amiga suya la se?ora del puesto de agua de cebada, el cartero, una anciana que trae las migas sobrantes de la comida. All¨ª se para un punk que pasea con un doberman, estudiantes camino de los ex¨¢menes, un cartero... Es el peque?o revuelo de todas las tardes.
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