Roc¨ªo Jurado: arpones de amor, mortal batalla
Roc¨ªo JuradoRecital de sus ¨²ltimas canciones.
Sala Windsor. Madrid. 21 de junio de 1983.
Quiz¨¢ porque hab¨ªa estado toda la tarde leyendo a Boc¨¢ngel, cuando el bar¨®n de Charlus vio la otra noche conmigo en la sala Windsor de Madrid la reaparici¨®n de Roc¨ªo Jurado, coment¨® con dos versos del Leandro y Hero: "Tu labio con su mano cierra y toca / porque el alma no exhales por la boca". Y luego, m¨¢s populista, a?adi¨®: "Caramba, querido, esto s¨ª que es pasi¨®n...". Y era cierto.
Roc¨ªo Jurado sali¨® pausada, lenta, vestida de blanco, con un traje mezcla de hada, mariposa de gran ballet o emperatriz romana, y comenz¨® con sus temas de siempre, una mixtura -empezando, continuando, sin terminar- dominada siempre por el amor, con marineros que dan besos de ron y de menta, el discurso a la se?ora a la que no puede ya dejar de enga?ar o la sed de m¨¢s amor, cuandoamanece y pide m¨¢s y m¨¢s todav¨ªa. "Importancia del adverbio", dijo el bar¨®n de Charlus, buen conocedor de los excesos. Porque lo que vino a suceder (cantando ya canciones completas) era todo abundancia. Un desbordamiento, un Ganges amoroso, perlados la frente y el escote de la diva con fino sudor, mientras viv¨ªa todas las canciones que cantaba, al borde del frenes¨ª y del delirio, cayendo de rodillas m¨¢s de tres veces, negr¨ªsimos los grandes ojos por el r¨ªmel que se extend¨ªa, el vestido ya sin t¨²nica, melena cada vez m¨¢s desmelenada y fiera. Muera elamor enfebreci¨® al p¨²blico. La pista se llen¨® de claveles y los se?ores gritaban sentenciosos, ardientes: "?Guapa!", "?Monstruo!", "?T¨ªa buena!", mientras una mujer por el suelo (literalmente por el suelo), clamaba: "?Qu¨¦ poder¨ªo, bonita! ?Eso es arte!". Y el escote a punto de desbordar, pero nunca, y las manos palp¨¢ndose o volando, y los brillantes reluciendo, titilando bajo los focos y... "hace tiempo que no siento nada al hacerlo contigo / y mi cuerpo no tiembla deganas al verte encendido". Y amor, y m¨¢s amor. Y torrente de aplausos.
Luego volvi¨® de negro, sobria, ce?ida, con un precioso collar de oro y coral y una enorme arracada, para entrar -sin abandonar el amor- en la canci¨®n espa?ola. Ah¨ª fue la apoteosis m¨¢xima, la coheter¨ªa de clamor y flores, el grito de un caballero mientras Roc¨ªo semov¨ªa: "?Qu¨¦ poses!". Y el bar¨®n de Charlus, contento, aplaudiendo, sopl¨¢ndorrie: "?Ser¨¢ as¨ª Sevilla? Quien usted sabe y yo, ?no moriremos tambi¨¦n de amor bajo la luna?". Roc¨ªo Jurado record¨® a Rafael de Le¨®n, el sant¨®n de todo el g¨¦nero. Y enseguida present¨® al encantador maestro Solano, que le acompa?¨® al ¨®rgano en dos canciones. Una, Las cinco farolas, elc¨¦nit absoluto de la noche. El amor, convertido en una serpiente de ojos verdes, reptando, entremeti¨¦ndose por todos y entre todos en la sala. Se?oras y, caballeros a punto de perder la compostura. Roc¨ªo como m¨¦nade que fuera sibila. Y el bar¨®n de Charlus, descompuesto, deseoso de viajar al Sur y perderse entrearoma de viznagas.
Tras un breve entreacto con un grupo flamenco, Los Do?ana, Roc¨ªo Jurado retorn¨® con bata de cola y claveles en el pelo. Fue un recuerdo a sus or¨ªgenes, un intento, con ¨¦xito, de entrar en el mundo del cante, en la voz m¨¢s desgarrada y de distinto registro. Y para acabar, nuevo vestido ce?ido y rojo, temas mel¨®dicos otra vez, un d¨²o con Juan Pardo mientras ya llov¨ªan flores. Y un final, con el p¨²blico en pie, Amante amigo, dedic¨¢ndonos a todos vida y canciones. Entrega absoluta. No cabe duda de que Roc¨ªo Jurado cumple y llena su tema. Pero por encima de todo le recuerda al auditorio que tiene cuerpo, que "Astart¨¦ reina todav¨ªa (la frase es de Charlus) y que la pasi¨®n, el arrebatamiento, el delirio, la frenes¨ªa es como subrayar la vida, como vivir dos veces, como si por un rato no existiera el tiempo".
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