El FBI contra la CIA, mientras Reagan prepara su reelecci¨®n
, Cuatro altos funcionarios de la Casa Blanca declararon ante agentes del Bur¨® Federal de Investigaci¨®n (FBI) sobre su eventual participaci¨®n en el esc¨¢ndalo pol¨ªtico del que el presidente Ronald Reagan procura apartarse al otorgar un car¨¢cter totalmente abierto a la investigaci¨®n. Reagan dio ¨®rdenes para que todos los funcionarios, "incluido yo mismo", cooperen con las investigaciones del FBI. "Queremos que salga toda la verdad", se?al¨® Reagan, quien asegura que los eventuales responsables ser¨¢n destituidos de sus cargos.
Por el momento, el FBI ha conversado con James Baker y Edwin Meese, ¨ªntimos colaboradores del equipo del presidente Reagan, con David Stockman, director de la Oficina de Presupuesto, y con David Gergen, director del Departamento de Comunicaciones.
El tema es casi digno de un gui¨®n para un filme de Hollywood, al estilo de polic¨ªas y ladrones, con ingredientes de alta pol¨ªtica y personajes de primera fila. Pero, de hecho, la ficci¨®n se convierte en realidad, y el que es denominado en la Prensa americana debategate se traduce en el fondo en una aventura pol¨ªtica de imprevisibles conclusiones en la que el FBI investiga a hombres de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), en la que los halcones de la Casa Blanca intentan que caigan las palomas y en la que, desde lo alto del pedestal, el veterano presidente norteamericano, de 72 a?os de edad, intenta evitar que el l¨ªo acabe afect¨¢ndole cara a su probable candidatura a una reelecci¨®n por otros cuatro a?os al frente de la Casa Blanca.
"Nunca tuve conocimiento del hecho hasta que sali¨® en la Prensa", dijo el presidente Rasgan en su ¨²ltima conferencia de prensa, donde las preguntas llovieron sobre el asunto de c¨®mo y qui¨¦n pas¨® al equipo electoral de Reagan los documentos que el equipo del ex presidente Jimmy Carter hab¨ªa preparado para el debate televisado Carter-Reagan con el que pr¨¢cticamente se cerr¨® la campa?a electoral de 1980.
A diferencia de la actitud que adopt¨® Richard Nixon en el esc¨¢ndalo del Watergate, que acab¨® cost¨¢ndole la presidencia, hoy el presidente Ronald Reagan aplica, desde el primer momento, una pol¨ªtica de total colaboraci¨®n con la justicia que investiga el caso. "Cada uno debe cooperar total y plenamente, incluido yo mismo, en las investigaciones del FBI" dijo el presidente, con tono serio, ante sus inmediatos colaboradores en la Casa Blanca.
Mientras la Prensa se hace eco de declaraciones que especulan sobre posibles topos, que habr¨ªan sido responsables del env¨ªo, o del robo, de los documentos de Carter en beneficio de Reagan, el Departamento de Justicia -por encargo del presidente Reagan-toma cartas en el asunto. El FBI inicia sus investigaciones y el Subcomit¨¦ para Asuntos ?ticos de la C¨¢mara de Representantes abre una tranquila investigaci¨®n, de la que no se esperan conclusiones hasta el pr¨®ximo mes de septiembre.
Entre tanto, hay revuelo en el interior de la Administraci¨®n Reagan; pueden rodar -pol¨ªticamente hablando- algunas cabezas de altos funcionarios de la Casa Blanca, y el presidente ha de apresurarse para dejar zanjado un tema que, sin lugar a dudas, explotar¨¢n, en cuanto a sus aspectos ¨¦ticos, los adversarios del Partido Dem¨®crata en la pr¨®xima campa?a presidencial en Estados Unidos.
Una bomba retardada
Todo empez¨® cuando, en oto?o de 1980, el brillante y joven congresista republicano por el Estado de Michigan David Stockman confes¨® a un periodista de un diario local que hab¨ªan ca¨ªdo en sus manos una serie de documentos sobre la campa?a electoral del presidente dem¨®crata, Jimmy Carter, por, aquel entonces inmerso en el problema de los rehenes norteamericanos secuestrados en la Embajada de EE. UU en Teher¨¢n y con pocas bazas para ser reelegido para un segundo per¨ªodo presidencial. Papeles que Stockman no ocult¨® que pensaba utilizar en su interpretaci¨®n de Jimmy durante los ensayos a que era sometido el candidato Reagan antes del verdadero debate televisado en Cleveland, a una semana de la elecci¨®n presidencial, el 28 de octubre de 1980.El diario local The Elkhart Truth public¨® la revelaci¨®n, sin que tuviera ning¨²n impacto en la gran Prensa nacional o entre los partidos pol¨ªticos que se disputaban la presidencia de EE UU. El asunto permaneci¨® en el olvido hasta que, hace un mes, el corresponsal en la Casa Blanca de la revista Time, Laurence Barrett, hizo una breve referencia en el texto de un libro dedicado a la ¨²ltima elecci¨®n, en la que citaba la existencia de un topo que pas¨® documentos del equipo Carter al equipo Reagan.
La bomba de relojer¨ªa ha estallado a los casa tres a?os de haber sido colocada y con su explosi¨®n ha estallado un esc¨¢ndalo que algunos comentaristas quieren comparar al Watergate, que cost¨® la presidencia a Nixon.
Gracias a las 1.000 p¨¢ginas de documentos que hab¨ªan preparado los hombres de Carter, y que cayeron en manos de los hombres de Reagan, se especula que el actual presidente de EE UU cont¨® con neta ventaja para batir ante las c¨¢maras de televisi¨®n ¨¢. su adversario. La similitud entre el contenido de los documentos de Carter y las respuestas de Reagan son muy importantes; textuales en algunos casos, tanto en aspectos de pol¨ªtica exterior como de seguridad nacional. Aunque, como dijo el l¨ªder dem¨®crata en la C¨¢mara de Representantes, Thomas O'Neill, "con o sin el libro, lo cierto es que nuestro candidato (Carter) era muy impopular en la ¨²ltima elecci¨®n".
Candidatos dem¨®cratas
La justa apreciaci¨®n de O'Neill, en un momento de temporal para los republicanos en la Casa Blanca, no cay¨® muy bien entre los candidatos dem¨®cratas para la elecci¨®n de 1984, entre los que destacan como mejor situados el ex vicepresidente Walter Mondale, el ex astronauta John Glenn y el senador Alan Cranston.Pero en las filas dem¨®cratas, y mucho menos en las republicanas, nadie parece querer resucitar un Watergate. Porque la situaci¨®n es diferente. Porque los hombres de Reagan no montaron una operaci¨®n de espionaje desde la Casa Blanca y sostienen que los documentos llegaron casualmente a su poder. Porque el presidente Reagan, a diferencia de Richard Nixon, abre las puertas a la investigaci¨®n y desea que los responsables sean castigados.
Sin embargo, el debategate ser¨¢ el tema pol¨ªtico de preferencia para la Prensa norteamericana en ¨¦poca veraniega y, en el mejor de los casos, dar¨¢ mucho que hablar en sus aspectos de ¨¦tica y moral pol¨ªtica durante la pr¨®xima campa?a electoral para ocupar -o seguir ocupando, en el caso de Ronald Reagan- el sill¨®n de mando en el despacho oval de la Casa Blanca.
El esc¨¢ndalo del debategate -o del tambi¨¦n denominado cartergate tiene sus nombres, aunque falta dilucidar el del topo, como dir¨ªan las novelas de John le Carr¨¦, que mont¨® la operaci¨®n. El tema queda para los pr¨®ximos episodios, cuando el FBI informe al Departamento de Justicia d¨®nde hay que buscar; si las hay, las responsabilidades criminales del esc¨¢ndalo.
Los protagonistas
Entre tanto, los principales protagonistas del serial se centran en los siguientes altos funcionarios de la Administraci¨®n Reagan:David Gergen: director de Comunicaciones en la Casa Blanca, era uno de los principales ayudantes de Reagan durante la campa?a electoral, que dijo al principio haber encontrado "algunos papeles de la campa?a de Carter" mezclados en otros documentos propios de su carpeta destinada a Afganist¨¢n. Posteriormente, Gergen dio m¨¢s importancia al asunto, al entregar, por orden del presidente Reagan, unas 1.000 p¨¢ginas de documentos al Departamento de Justicia que investiga el caso.
William Casey, de 70 a?os de edad, abogado multimillonario, versado en la pol¨ªtica, ¨ªntimo amigo de Reagan y que desempe?¨® el cargo -de responsable -de un servicio de informaci¨®n durante la campa?a electoral para "evitar sorpresas de ¨²ltima hora", sobre todo en lo quese refer¨ªa al asunto de los rehenes americanos detenidos en Ir¨¢n.
Hoy Casey es el director de la CIA y forma parte del c¨ªrculo ¨ªntimo de poder en la Casa Blanca. En relaci¨®n con los papeles del debategate Casey -famoso por quedarse a veces adormilado en las reuniones- niega haber montado ninguna operaci¨®n de espionaje de la campa?a Carter y dice no recordar c¨®mo los papeles llegaron a su poder. Casey pasa por figurar en el equipo de halcones en la Casa Blanca. La iron¨ªa es que hoy el m¨¢ximo responsable de la CIA puede verse investigado por el FBI.
James Baker, abogado texano, millonario, desempe?a el cargo de jefe de gabinete en la Casa Blanca, integrando, junto con Edwin Mees¨¦ y Michel Deaver, la c¨¦lebre troika todopoderosa que rodea a Reagan. Baker fue el jefe de la campa?a electoral de Reagan y reconoce haber visto los documentos, que entreg¨® al equipo que preparaba los debates televisados. Baker pasa por figurar entre las palomas dentro de una Administraci¨®n conservadora.
David Stockman, de 36 a?os de edad, fue el receptor de los documentos, que utiliz¨® para mejor entrenar al futuro presidente de las preguntas y reacciones que podr¨ªa presentarle el presidente Jimmy Carter en el debate televisado. Stockman es hoy el jefe de la Oficina del Presupuesto en la Casa Blanca. Con el asunto del debategate es la segunda vez que Stockman mete la pata, creando problemas al presidente. Hace un a?o declar¨® a la revista New Atlantic que el programa econ¨®mico de Reagan, del que Stockman es uno de sus art¨ªfices, "es un caballo de Troya de los ricos contra los pobres". Stockman fue el que cont¨® la historia de los papeles de Carter a un grupo de amigos, en oto?o de 1980, en el Casso Polis Optimist Club. L¨ªderes de la mayor¨ªa moral, la ultraconservadora agrupaci¨®n que acusa algunas veces a Reagan de liberal, pide que ruede la cabeza pol¨ªtica de Stockman.
Un hombre de tercera fila en este asunto es Dan Jones, un voluntario en el equipo de Reagan en la campa?a electoral, quien pas¨® documentos desde la Casa Blanca a los m¨¢s pr¨®ximos colaboradores. Jones ya ha declarado que los documentos que cayeron en sus manos proced¨ªan de un topo de la Casa Blanca.
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