Algo m¨¢s
Algo m¨¢s y El sentimiento es todo fueron, en su momento, dos de las consignas m¨¢s representativas del movimiento rom¨¢ntico; movimiento que se desarrolla en confrontaci¨®n con Las luces, pero que no por ello deja de mezclarse y hasta confundirse con muchos de los enunciados ilustrados. El rom¨¢ntico, de cualquier forma, opone a la prudente adaptaci¨®n a lo existente su insatisfacci¨®n radical, y a la calculada planificaci¨®n de las consecuencias lo sentido en su irrepetible individualidad. De una manera un tanto tendenciosa, se ha solido equiparar lo rom¨¢ntico con lo conservador, mientras que lo cl¨¢sico ser¨ªa sin¨®nimo de progresismo racional, de coordinado pensamiento que evita tanto los excesos nefastos de la pasi¨®n como las ingenuas vueltas al pasado.Hay, sin embargo, una diferencia entre las dos actitudes que les distingue de modo especial y que, en nuestros d¨ªas, tendr¨ªa una aplicaci¨®n interesante. Porque es obvio que lo que se ha impuesto y domina es el clasicismo de la modernidad. Tal ideolog¨ªa victoriosa, descafeinada y paniaguada, se refleja en cualquiera de los movimientos que componen (o participan en) la gesti¨®n de la vida pol¨ªtico-social. Dicha diferencia tiene que ver con las respectivas concepciones de la moral. El ilustrado asume tr¨¢gicamente el supuesto de la autonom¨ªa del hombre, y desde ah¨ª trata de construir una moral que valga para todos. Sus esfuerzos se en caminan hacia el establecimiento de unas reglas m¨ªnimas, a las que todo hombre habr¨ªa de someter se y en cuyo sometimiento, precisamente, alcanzar¨ªa ¨¦ste su dignidad racional. Las disputas acerca de la ¨²ltima justificaci¨®n de la acci¨®n moral son disputas de familia y no eliminan la creencia en alg¨²n sistema moral completo y sin fisuras. No es ¨¦se el caso del rom¨¢ntico. El mundo no s¨®lo le parece malo, sino inmoral, esto es, no cree que alg¨²n privilegiado sendero nos lleva al supremo bien. Toma nota de la queja, no menos tr¨¢gica, de Fausto: "Dos almas, ay, viven en mi pecho". No cree, en fin, en una providencia moral universal ni en un ser humano que responda, sin ambig¨¹edades, a alguno de los sistemas ¨¦ticos que le presenten.
Lo dram¨¢tico de nuestra situaci¨®n es que sigue viviendo como si fuera cierto que hemos logrado unos principios ¨²tiles que nos servir¨ªan para configurar una sociedad en la que se armonicen racionalmente los contrapuestos intereses de sus ciudadanos. Los resultados est¨¢n a la vista. La mentira y la agresividad m¨¢s despiadadas se han convertido en norma real. Se miente tanto que incluso -y no es ninguna paradoja- se hace imposible mentir. Y se es tan leg¨ªtima y descaradamente agresivo -y tampoco es una paradoja-, que la experiencia moral individual se toma por rid¨ªcula.
Dos ejemplos actuales mostrar¨¢n mejor la estrechez de la instrumentalidad antirrom¨¢ntica y sus p¨¦simas consecuencias. Absolutistas y utilitaristas polemizar¨¢n eternamente respecto a si siempre est¨¢ mal la violencia o si en alg¨²n caso est¨¢ justificada. Ambos acaban cayendo en con-
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Algo m¨¢s
Viene de la p¨¢gina 9 tradicciones insalvables, aunque no parece que les preocupe demasiado. Y, lo que es peor, absolutistas de corte teol¨®gico promueven guerras atroces, y utilitaristas de corteza dura comienzan a acariciar los bienes del pacifismo. Temblemos. Porque ni una cosa ni otra. Cuando uno no sabe, lo justo es decir que no sabe, y cuando uno sabe que por determinado camino no se va a ning¨²n sitio, lo justo es dejar de lado ese camino. El pacifismo antimilitarista, si no quiere ser o una dejaci¨®n moral o un respiro para que se armen m¨¢s, tendr¨¢ que apartarse de la v¨ªa ordenada, por los que s¨®lo dudan de las dudas de los dem¨¢s.
El otro ejemplo se refiere a la credulidad en las formalidades. Se supone, con cierto cinismo, que si al pueblo se le encasilla est¨¢ ya domado. Domado, s¨ª, pero no (como alguien repiti¨® hasta saciarse) mejorado. Por el hecho de acceder a formas de derecho poco hemos conseguido, a no ser que sea fervoroso seguidor de la magia.
La gente tiene sus propias maneras de manifestarse, que s¨®lo si se respetan dan transformaciones creadoras. De lo contrario, se est¨¢ confundiendo la necia artificialidad con la generaci¨®n de algo bueno.
Pienso que no es un buen momento para rescatar lo rom¨¢ntico. Los t¨ªmidos intentos pasan vertiginosamente de la protesta al negocio, que, en principio, rechazaban. Pienso, sin embargo, que con todos los peligros (el rom¨¢ntico, y no siempre por su culpa, puede ir del m¨¢s sano libertarismo a los abusos irracionales) habr¨ªa que mirarlo como una tenue esperanza. Esperanza ¨¦tica y pol¨ªtica.
Cuando Goethe acaba unos versos c¨¦lebres con Lo eterno femenino es lo que nos eleva, nosotros podr¨ªamos comenzar a recobrar no tanto el entusiasmo por los d¨ªas pasados, sino la convicci¨®n de que los d¨ªas malos no se curan con simplezas, sino con la valent¨ªa de esperar aquello que tantas veces hemos despreciado.
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