Castro
Fidel Castro, que ahora hace treinta a?os inici¨® el asalto a la satrap¨ªa y a las camisas/batista de Batista, no es sino la consecuencia exasperada, el hombre mineralizado, la situaci¨®n l¨ªmite y escarpada en que han convertido los Estados Unidos y sus sucesivos presidentes -Kennedy, Johnson, Nixon, Carter, Reagan- aquella flor silvestre y campesina que fue la revoluci¨®n cubana. "Dejad que crezca el trigo en las fronteras", escribi¨® hace veinte a?os nuestro ¨²ltimo maudit, Carlos Oroza, y lo recitaba por los caf¨¦s. A la orilla atroz de los Estados Unidos no pod¨ªa crecer la "flor sencilla y natural" de Dolores del R¨ªo o de la libertad inerme. En las riberas del Poder s¨®lo puede crecer el c¨¢ncer o el buf¨®n. La pol¨ªtica de la Casa Blanca para con Castro no ha sido s¨®lo rudamente aislacionista, sino sutilmente degradadora. Cuba es, para medio mundo, una sucursal pintoresca, un "triste tr¨®pico" respecto de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. A pesar de todo, Paloma Barrientos me dec¨ªa ayer que seguramente se va de vacaciones a Cuba. De lo que pod¨ªa haber sido un cruce de la selva de Rousseau, la isla de Robinson y la utop¨ªa de Fourier, la presi¨®n yanqui ha hecho una c¨¢rcel, un cuartel y una estaci¨®n repetidora del comunismo sovi¨¦tico. El comic norteamericano abunda en personajes mal¨¦ficos o ben¨¦ficos que tienen el poder de petrificar al adversario con su rayo. Eso es lo que el Pent¨¢gono ha hecho con Cuba y con todas las revoluciones, nacionalistas o internacionalistas del mundo: convertirlas en la revoluci¨®n detenida.Aunque el d¨®lar est¨¦ a 150 p¨²as, Reagan debiera saber que su pol¨ªtica de comic no es buena porque Centroam¨¦rica es hoy una muralla escarpada de ideolog¨ªas, el Cono Sur es un vivaqueo de guerrillas y revoluciones, y la Flota yanqui tiene que condescender a las m¨¢s rudimentarias maniobras imperialistas de disuasi¨®n, desacredit¨¢ndose ante el mundo y lo que m¨¢s debiera importarles y les importa- ante su propio pueblo, que todav¨ªa se siente depositario ingenuo de la libertad en la Tierra. El procedimiento, sencillamente, no vale. John Updike, en una de sus ¨²ltimas novelas, que sit¨²a bajo la era/ Carter, hace la cr¨ªtica ir¨®nica y dom¨¦stica de las f¨¢bricas de cacahuetes de aquel presidente, a quien tambi¨¦n le salen ahora codiciaderas novias del pasado, como a cualquiera. Con signo fascista o signo sovi¨¦tico, USA ha ido enrosariando su periferia de dictadores mineralizados, de hombres/feldespato: Videla, Fidel, Galtieri, Cardenal, Ortega, Pinochet y as¨ª. El imperio moral del Norte sobre el Sur (que reproduce y perpet¨²a insospechadamente la guerra de Secesi¨®n, ampliada a todo el continente) ya no se mantiene con finas batistas, con obesos Batistas, con civiles, sino que se est¨¢ en la militarizaci¨®n de las convicciones, es decir, en la guerra latente. En esta nueva era Bol¨ªvar/83, quienes escribimos en castellano nos hacemos la pregunta de Rub¨¦n/Bol¨ªvar: "?Tantos millones de hombres hablaremos ingl¨¦s?". Carrillo me lo dec¨ªa la otra tarde, almorzando en una ostrer¨ªa: "Rusos y americanos pareccn dispuestos a preparar la guerra, pero la guerra tendr¨¢ lugar, una vez m¨¢s, en Europa". Por eso digo, mayormente. O sea, que los yanquis defender¨¢n su imperio atacando Par¨ªs, Madrid y Berl¨ªn, y los rusos responder¨¢n bombardeando Londres y Estocolmo, que les queda cerca, porque las guerras mundiales siempre son a primera sangre, como los duelos rom¨¢nticos.
Y es que a ninguno de los dos supermanes geopol¨ªticos le interesa verdaderamente tocar el coraz¨®n del adversario. La USA de Lincoln se ha enquistado a s¨ª misma entre revoluciones detenidas y revoluciones abortadas. En su d¨ªa escrib¨ª que el Nobel de Garc¨ªa M¨¢rquez era un premio pol¨ªtico a la denuncia del patriarcalismo Norte/Sur. Castro estaba en su oto?o e, ir¨®nicamente, los portaviones yanquis le portan otra primavera.
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