Damasear o correr
ENVIADO ESPECIALCasi todos damasean sin el menor rubor, aunque est¨¦ delante el propio D¨¢maso, m¨¢s conocido por D¨¢maso, de los Gonz¨¢lez de Albacete. Y si el toro no se deja damasear, corren. Ojeda es uno de los que m¨¢s corren.D¨¢maso es el Col¨®n de las Am¨¦ricas taurinas, del p¨¦ndulo y el circular en las que ciertos toreros buscan su Eldorado, con mayor ah¨ªnco El Soro, de la huerta, y Paco Ojeda, der z¨². Su error es que, hombre generoso, despreocupado y sencillo, no sac¨® la patente.
Ser¨ªa de justicia que, para damasear, los toreros pagaran derechos de autor, porque en la desleal utilizaci¨®n del invento se est¨¢n haciendo ricos. De cosecha propia, adem¨¢s del valor -que se les supone- s¨®lo ponen la postura y la cara.
Plaza de Valencia
30 de julio. S¨¦ptima de Feria.Cinco toros de Ram¨®n S¨¢nchez muy flojos, con casta; cuarto, sobrero de Guardiola, nobil¨ªsimo. D¨¢maso Gonz¨¢lez, bajonazo descarado (aplausos y tambi¨¦n protestas cuando saluda). Pinchazo -aviso- estocada y descabello (oreja y clamorosa vuelta al ruedo). Paco Ojeda. Tres pinchazos, rueda de peones y estocada ca¨ªda tirando la muleta (ovaci¨®n y salida al tercio). Bajonazo (algunas palmas y pitos). El Soro. Estocada desprendida (oreja). Pinchazo y dos descabellos (divisi¨®n).
Lo que llamar¨ªamos torear, es en El Soro un damaseo abusivo, que incluye cuantas especificaciones configuran la marca, excepto el deslizamiento de la pa?oleta a la oreja, pero todo se andar¨¢. Lo disimula mejor Ojeda, en gracia a su estampa, de alta talla y pecho fuerte. Sin embargo deber¨ªa pagar m¨¢s, pues con el solapado damaseo dicen que est¨¢ haciendo la revoluci¨®n.
Ayer en Valencia Paco Ojeda se sali¨® un poco de su l¨ªnea para pegarle pases a un torito de Ram¨®n S¨¢nchez, con casta fin¨ªsima y nobleza infinita. Se sali¨® para su mal, pues los que pegaba, cientos, eran horrendos. Despatarrado, retorcido, en desproporcionada crispaci¨®n para lo que le hab¨ªan puesto delante, sacud¨ªa con violencia la tela.
Una serie dada en el tercio de sombra, otra en el de sol, la siguiente cabe el Micalet, con largos intervalos entre tandas, que distra¨ªa paseando, la muleta plegada y hacia arriba; parec¨ªa un paraguas, la verdad. Varios pasajes de la faena interminable provocaron en el p¨²blico un aut¨¦ntico delirio, pero no fueron los descritos, sino cuando recurr¨ªa al damasco, para lo cual pendulaba, incrustaba el circular, ligaba pases de pecho.
El quinto, en cambio, no s¨®lo le impidi¨® damasear, sino que le descubri¨® la verdad de la vida. El quinto ten¨ªa casta. ?Corri¨® Ojeda?, El toro fiero le arrebataba el capote, le arrebataba la muleta, le achuchaba, le persegu¨ªa ruedo a trav¨¦s. Loco le volvi¨®. Como el Juanpedro de Pamplona; peor que en Pamplona, pues el pupilo de Ram¨®n S¨¢nchez ten¨ªa malas pulgas y se comi¨® al revolucionario de la verticalidad, quien, por cierto, acab¨® bastante arrugado, rota la taleguilla, blanco como la pared y contrito.
Mil pases damasistas peg¨® El Soro a su primero, lo mismo de perfil que de espaldas, de pie que de rodillas. Hasta las actitudes y las oblicuas miradas eran propiedad patrimonial de D¨¢maso. Y no parec¨ªa tener reparos de que el inventor estuviera delante. El sexto, otro toro de casta, no se dejaba pendular, y El Soro, cuya voluntad de triunfo nadie discute, no pendul¨®. En cuando a banderillas, el torero de la huerta estuvo atl¨¦tico y afanoso, seg¨²n acostumbra.
La venganza de D¨¢maso consisti¨® en ser quien es y m¨¢s, en reafirmar su personalidad, y de paso, ense?arles a los malos imitadores c¨®mo debe ser el damasco cuandose ejecuta en pureza.
A un toro inv¨¢lido total le de mil pases repetidos, pues en la cantidad tambi¨¦n estriba el damaseo. A otro cojitranco y nobil¨ªsimo, otros mil, ahora inveros¨ªmiles y de propina, un tir¨®n de orejas. Boca abajo puso la plaza d¨¢maso, de los Gonz¨¢lez de Albacete. No hay en toda la Alhambra dibujos tan complicados como los arabescos que hac¨ªa describir al torito. Por all¨¢ vas, por aqu¨ª vienes, te paso de rodillas, ahora de espaldas, qu¨¦date junto a la faja, pasa bajo la axila, el damaseo se convert¨ªa en alarde inconcebible. Ojal¨¢ a los imitadores no se les ocurra repetirlo, pues necesitar¨ªan, sobre la valent¨ªa que sin duda tienen, temple, dominio, sentido de las distancias, conocimiento del toro y de los terrenos. Y no parece que aniden en ellos tales virtudes.
Finalmente, D¨¢maso arroj¨® lejos el instrumental toricida, meti¨® entre las astas su personilla, asi¨® las orejas del toro y les dio un tir¨®n. Despu¨¦s de semejante haza?a, los usurpadores del damaseo deber¨ªan dedicarse a la captura de vol¨¢tiles con farol. Pero no parece que est¨¦n por la labor. De momento, han echado a correr. Paco Ojeda, el revolucionario de la imp¨¢vida verticalidad (o de la vertical impavidez, seg¨²n otros autores), a¨²n est¨¢ corriendo.
Entre los aficionados valencianos hay una gran expectaci¨®n por la corrida de esta tarde entre la que est¨¢n anunciados los toros de la famosa divisa de Eduardo Miura. No s¨®lo por el inter¨¦s espec¨ªfico que siempre tienen estas reses, sino porque le corresponde lidiarlas a Jos¨¦ Mari Manzanares, quien durante muchos a?os ha sido figura que siempre ha exigido ganado de reconocida nobleza. Tambi¨¦n torea El Soro, ¨ªdolo de la afici¨®n valenciana. Y Jos¨¦ Antonio Campuzano, que precisamente con toros de Miura consigui¨® un gran ¨¦xito en la pasada feria de Pamplona.
Sin embargo hay gran inquietud, pues, al parecer, varios de los veterinarios no est¨¢n dispuestos a que pasen el reconocimiento algunas de las reses, a causa de su escaso trap¨ªo. Al parecer, hay preparada una corrida de Guardiola para cubrir las bajas que se pudieran producir en dicho reconocimiento.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.