La edad de barro
Hay inteligencias da?inas, aunque sus due?os sean incapaces de matar una mosca. La de Luis Bu?uel, sin ¨¦l propon¨¦rselo, fue una de ellas. Penetr¨® con su mirada siempre un poco m¨¢s all¨¢ que cualquier otro, y las resoluciones imaginativas que extra¨ªa de esta su penetraci¨®n en el otro lado de las cosas eran con frecuencia tan sorprendentes, y produc¨ªan al tiempo en el espectador tal sensaci¨®n de facilidad, que este sent¨ªa ante ellas la misma idea de suficiencia que los espectadores de Col¨®n el d¨ªa que ¨¦ste puso en posici¨®n vertical su famoso huevo: "Eso lo hago yo".Esta es la raz¨®n m¨¢s elemental, y hay otras m¨¢s retorcidas, pero que no vienen al caso, de que uno de los cineastas m¨¢s inimitables de que hay noticia haya sido precisamente el m¨¢s imitado de todos. Los grandes momentos del cine de Bu?uel, y los tiene de enorme envergadura, parecen mientras se ven obviedades, casi im¨¢genes de caj¨®n, que invitan al suficiente a descubrir un "ya lo sab¨ªa" de consecuencias suicidas cuando lo pone en pr¨¢ctica. Y ah¨ª debemos buscar aquella condici¨®n da?ina a que me refer¨ª: su inteligencia ha engendrado, por una parte, el bu?uelismo de Bu?uel, que es una edad de oro de la historia del cine, pero tambi¨¦n, y por otra parte, ha engendrado el bu?uelismo de quienes no son Bu?uel, que es una edad de barro de esa misma historia.
Aunque se han escrito muchos tratados sobre el copete de la obra de Bu?uel, son muy escasas las p¨¢ginas que han bajado al subsuelo de ¨¦sta, tras el, rastro de las semillas remotas de ese copete. Y, sin embargo, es en estas semillas donde hay que buscar su car¨¢cter de cuentista inimitable. Bajo toda aut¨¦ntica pasi¨®n narrativa palpita una b¨²squeda de distinci¨®n, esa hipertrofia del modo que es la voluntad de estilo. Pues bien, se sabe poco del estilo de Bu?uel. Han corrido, y para ellos no va a haber sequ¨ªa, r¨ªos de tinta acerca del entramado de signos arrancados de su obra; pero del pulso ¨ªntimo que llev¨® luz y necesidad a su quehacer apenas se dice nada. Y, sin embargo, en este pulso ¨ªntimo est¨¢n los secretos a voces de por qu¨¦ es, en cuanto cineasta imitado, inimitable.
Un estilo invisible
Por ejemplo, nada hay menos superreal que el estilo bu?ueliano de contar cosas superreales. El agitador de la intrusi¨®n superrealista en el cine, el que incorpor¨® a ¨¦ste a las m¨¢s feroces batallas de la vanguardia, era como narrador de un desarmante clasicismo. Tan invisible es el estilo de Bu?uel, que parece no tenerlo. Un filme de Bu?uel nos absorbe por su transparencia, y, en ¨¦l, el choque superreal -la sangre que gotea de la pierna de la institutriz en Archibaldo; la escena del ladr¨®n en Nazar¨ªn; el trozo de carne cruda en el sue?o de Los olvidados, y tant¨ªsimos otros- ocurre fuera de cualquier tentaci¨®n formal extrema, en medio de un sorprendente comedimiento narrativo, como si empleara, con delicadeza de exquisito, una gruesa brocha para acabar miniaturas. Bu?uel narr¨® cuentos b¨¢rbaros, o, si se quiere, sobre la barbarie, pero el pulso del cal¨ªgrafo que model¨® las duras im¨¢genes y claves de sus historias fue un dechado de refinamiento. De ah¨ª su car¨¢cter inimitable: la barbaridad es contagiosa, la mesura no.
El escritor franc¨¦s Pierre Kast formul¨® otra de las razones de la peculiaridad inimitable del estilo de Luis Bu?uel, cuando dijo que "es capaz, en contraposici¨®n con las formas conocidas del realismo, de formular un acta del mundo tal y como es, con mistificaciones incluidas". De otra manera, los relatos de Bu?uel desvelan de pronto lo impensable, lo inveros¨ªmil incluso, pero siempre en el marco de lo establecido y como parte de lo establecido, nunca como a?adidura. Las escenas e im¨¢genes imitables de los filmes de Bu?uel, que suelen ser las de choque superreal, ocurren en el marco inimitable de su percepci¨®n global de las cosas. De ah¨ª que una escena bu?ueliana, cuando se desglosa aislada del relato en su totalidad, pierda por completo su sentido. Los brotes de lo ins¨®lito en sus filmes no son ocurrencias de una imaginaci¨®n fertil y original, sino partes no separables de su captura de una fluencia.
El recurso de la paradoja
Otro aspecto primordial, e inimitable por tanto, del estilo de Bu?uel es su empleo de la paradoja como recurso narrativo. La violencia de las paradojas humor¨ªsticas empleadas por ¨¦l produce una primera impresi¨®n de facilidad, que invita tambi¨¦n a imitarlas. No obstante, el uso que Bu?uel hace de la paradoja permite s¨®lo la captura de su mec¨¢nica exterior, pero no del denso aroma humor¨ªstico que la paradoja como tal deja en la memoria del espectador, aroma que es inseparable de la mirada ¨ªntima e incluso intimista que el narrador arroja sobre las cosas.
Bu?uel fue un narrador extremadamente subjetivo y, por tanto, un cineasta de especie ¨²nica. No tiene antecedentes -incluso sus filmes de escuela superrealista, El perro andaluz y La edad de oro, no son endosables a la est¨¦tica de la transgresi¨®n propuesta por Andr¨¦ Breton y sus disc¨ªpulos-, y sus ¨²nicos consecuentes son aquella edad de barro a que me refer¨ª: el bu?uelismo ilusorio, simplificaci¨®n mec¨¢nica.y de laboratorio, que ha causado multitud de destrozos, sobre todo en el cine franc¨¦s y espa?ol, donde, aunque no ha dejado herederos con nombre propio, ha creado tonos de filmaci¨®n, salidas de secuencia e incluso concepciones de ¨¦sta a la manera del muerto e inimitable fundador de la edad de oro del cine.
Si rastreamos con los ojos fruncidos las idas y venidas del cine franc¨¦s y del cine espa?ol posterior a Viridiana, nos encontraremos con que la homicida huella de Bu?uel aparece inexorablemente, de cuando en cuando, de filme en filme, en forma de virado ins¨®lito, de imagen abracadabrante, de objeto que quiere sor otro, de exabrupto con dedo ¨ªndice, de toque de horror, de retorcimiento on¨ªrico, o de parabolilla al modo y manera del viejo cineasta, s¨®lo que sin su mirada, aquella tenue e invisible mirada que convert¨ªa a estas superficies en profundidades. Y los autores de tales imitaciones de lo inimitable se quedan en sus justos calzones de pobladores de la edad de barro, que sigue y seguir¨¢ su curso.
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