El para¨ªso perdido de intelectuales y artistas
Las estrellas de Hollywood y las suecas agrandaron el mito y el paisaje sucumbi¨® ante el turismo masivo
El litoral mediterr¨¢neo que va desde Blanes hasta Portbou recibi¨® por primera vez la denominaci¨®n de Costa Brava al llamarla asi un periodista gerundense, Ferran Agull¨®, en un art¨ªculo publicado en 1908 en el diario La Veu de Catalunya, de Barcelona. El bautismo oral se hab¨ªa producido unas se manas antes, de boca del propio Agull¨®, durante una comida que congreg¨® a diversos personajes notables de la pol¨ªtica catalana como Camb¨®, Puig i Cadafilla y Dur¨¢n i Ventosa.La Costa Brava sigui¨® siendo durante mucho tiempo una silenciosa y tranquila sucesi¨®n de peque?as villas industriales y diminutos pueblos de pescadores Veinticinco a?os m¨¢s tarde a¨²n pod¨ªa escribirse de ella que era "una regi¨®n ignorada, virgen de las emociones y de los cambios que lleva aparejados la civilizaci¨®n" Aquel mismo a?o 1933, precursor de todo lo que iba a venir, el pintor Marc Chagall se instalaba en Tossa, su "para¨ªso azul".
Con ¨¦l llegaron otros pintores, como Andr¨¦ Masson, Oscar Zugel y Georges Kars; te¨®ricos y cr¨ªticos de arte, como Jean Metzinger y Georges Charensol; escritores, como el fil¨®sofo Lansberg y el poeta Jules Supervielle. Una verdadera embajada de intelectuales que hab¨ªa descubierto el misterio y el encanto de aquel lugar antiguo y privilegiado.
Refugiados pol¨ªticos
"El responsable de nuestro ¨¦xiti tur¨ªstico fue Hitler", dicen todav¨ªa hoy, humor¨ªsticamente, en Tossa. Fueron, en efecto, refugiados pol¨ªticos o personas huidas del r¨¦gimen nazi los primeros que llegaron a la Vila Vella. Uno de esos germanos, de nombre Steyer, fue el adelantado de los operadores tur¨ªsticos futuros.
Compr¨® en Tossa unas cuantas casas que hab¨ªa dejado vac¨ªas la crisis econ¨®mica y las alquil¨® sucesivamente a diversos compatriotas. ?l mismo iba en coche a Alemania a reclutar clientes. As¨ª, con hombres de los felices veinte y de los angustiados treinta, empez¨® t¨ªmidamente la proyecci¨®n exterior de la Costa Brava.
Pero el de Tossa no era el ¨²nico milagro del litoral. Unos 10 a?os antes, Josep Ensesa i Pujadas, industrial harinero de Gerona, hab¨ªa adquirido en condiciones ventajosas una amplia extenci¨®n de terreno junto al torrente de S'Agar¨®, en un inh¨®spito promontorio sin otra funci¨®n que la de facilitar pasto a los reba?os de cabras de Castell d'Aro y Sant Feliu de Gu¨ªxols. S'Agar¨® fue pronto el paradigma de la elegancia arquitect¨®nica y de la m¨¢s exquisita valoraci¨®n del paisaje.
El ex coronel ruso
Tambi¨¦n por aquella ¨¦poca, un ex coronel ruso emigrado, Nicol¨¢s Woevowski, descubr¨ªa otro rinc¨®n de la Costa Brava que le pareci¨® el m¨¢s bello del mundo: Cap Roig, en el t¨¦rmino de Palafrugell. All¨ª decidi¨® vivir con su mujer, Dorothy Webster, hija de un anticuario brit¨¢nico. Compraron terrenos, levantaron y amueblaron una lujosa residencia y crearon un jard¨ªn paisaj¨ªstico de ocho hect¨¢reas.
No lejos de Palam¨®s, entre La Fosca y Castell, otro personaje singular adquir¨ªa una antigua mas¨ªa -el Mas Juny- y la transformaba en una grandilocuente mansi¨®n, al servicio de la ret¨®rica barroca que impregnaba su vida y su obra. Era el pintor Josep, Mar¨ªa Sert, que, despu¨¦s de ver anulado su matrimonio con Mar¨ªa Godeb ska, se hab¨ªa casado con la princesa Roussadana Mdivani. Personalidades venidas de todo el mundo pasaron temporadas en el Mas Juny como hu¨¦spedes de Sert, aureolados de misterio y tambi¨¦n de esc¨¢ndalo, protagonistas de historias tumultuosas y apasionadas que a veces terminaron tr¨¢gicamente en accidentes mortales.
En el otro extremo de Palam¨®s, junto a Sant Antoni de Calonge, el novelista norteamericano Robert Ruark, oscuro ¨¦rnulo de Hemingway, viv¨ªa m¨¢s discretamente en un chal¨¦ a escasos metros del mar. Y casi al final de los 160 kil¨®metros de Costa Brava, aparec¨ªa la fascinante armon¨ªa marinera, urbana y tel¨²rica de Cadaqu¨¦s, viejo pueblo de navegantes y contrabandistas.
All¨ª, en Port Lligat, escenario inevitable de sus obras, Salvador Dal¨ª plant¨® su caba?a. Cadaqu¨¦s fue en aquella ¨¦poca un perpetuo reclamo de pintores -Rusifiol, Maifr¨¦j, Pitxot, Magritte, Max Ernst,- Duchamp, Picasso, Derain-, de escultores -Hugu¨¦, Maillol-, de artistas -Ma.n Ray, Buftuely de escritores-Breton,Garc¨ªa Lorca, Eluard, Marquina-.
El turismo internacional
A partir de los a?os 50, la Costa Brava fue v¨ªctima de la invasi¨®n masiva del turisillo internacional. Artur Margarit, relojero de Lloret, recuerda que cuando se estableci¨® en la villa, hace 50 a?os, ¨¦sta ten¨ªa apenas 3.500 hab¨ªtantes. Ahora, durante julio y agosto, pasan cada d¨ªa por delante de su tienda m¨¢s de 40.000 personas.
Cuando en 1955, N¨¦stor Luj¨¢n realiza su primera visita period¨ªstica al litoral deja testimonio escrito de su p¨¢nico: "En dos ocasiones he tenido la sensaci¨®n de estar perdido en medio de la vida en su expresi¨®n m¨¢s absoluta: en la selva del Congo Belga y en la playa de Lloret".
El turista se encuentra como el pez en el agua. N¨¦stor Luj¨¢n explica el por qu¨¦: "Hasta cierto punto est¨¢ en su casa, puesto que la Costa Brava, tal como es ahora, es un puro producto del turista: la ha creado ¨¦l con su presencia, con sus necesidades, con sus gustos. Gustos de personas generalmente poco exigentes, procedentes en su mayor¨ªa de las clases media y baja de sus respectivos pa¨ªses".
Arseni Gibert, hoy presidente de la Comisi¨®n de Turismo de la Diputaci¨®n de Gerona, hizo de ellos hace unos a?os este retrato cruel: "Acuden a una corrida de toros y a un espect¨¢culo flamenco casi por obligaci¨®n; no se interesan en absoluto por la cocina espa?ola; compran baratijas de p¨¦simo gusto; no tienen inter¨¦s alguno por conocer el pa¨ªs ni a sus gentes; van a la playa mientras dura el sol, y por las noches pasean, ligan y se emborrachan, casi siempre con paisanos suyos...".
Son los clientes de los tour operators que llegan en vuelos charter al aeropuerto de Gerona y que hallan su contrapunto en otros turistas m¨¢s parecidos a los antiguos forasteros: los que llegan en mochila.
La bofetada de Sinatra
De todos los cambios operados en la Costa Brava con la llegada del turismo internacional, s¨®lo uno rivaliz¨® en espectacularidad con la modificaci¨®n del paisaje: la ruptura con los c¨¢nones de la moral tradicional, que se hab¨ªa intentado regular hasta entonces a base de peri¨®dicos decretos del Ministerio de la Gobernaci¨®n destinados a establecer las dimensiones de los ba?adores, el uso obligatorio del albornoz fuera del agua y la separaci¨®n de sexos.
De repente, el ¨²ltimo verano no es s¨®lo el t¨ªtulo de una famosa pel¨ªcula rodada por aquel entonces en el litoral, sino la frase que puede abrir el relato de muchas experiencias personales. La misma presen-
El para¨ªso de intelectuales y artistas
cia de los cineastas contribuy¨® poderosamente a abrir el horizonte.La primera estrella de cine que visit¨® la costa, mediada la d¨¦cada de los 30, fue la inglesa Madeleine Carroll, protagonista de 39 escalones, de Hitchcock. Su marido, lord Asheley, quiso obsequiarla con un castillo en Espa?a y adquiri¨® un mont¨ªculo en el t¨¦rmino de Calonge, donde edific¨® lo que la Prensa de la ¨¦poca llam¨® "una principesca residencia sobre el Mediterr¨¢neo". Divorciada del lord, la Carroll regres¨® a?os despu¨¦s con su nuevo marido, un alto ejecutivo de la revista Life. M¨¢s tarde, en 1951, el chal¨¦ fue alquilado al ex rey Humberto de Italia.
Pero el impacto decisivo del mundo del cine sobre las gentes se consum¨¦ en 1950 con la filmaci¨®n en Tossa de Pandora, de Al Lewin. Esteve F¨¢bregas ex lica los efectos de esta presencia en el ¨¢nimo de los nativos: "Durante algunas semanas, los vecinos de Tossa fueron testigos de la vida, tan distinta a la suya, de artistas y cineastas". "Supieron que James Mason era un hombre serio y cabal y que Ava Gardner beb¨ªa m¨¢s de la cuenta. Presenciaron en vivo, antes que en celuloide, los amor¨ªos de Ava con Mario Cabr¨¦. Asistieron a la inesperada irrupci¨®n de Sinatra que, movido por los celos, vol¨® directamente de Nueva York a Tossa". El bar del hostal de La Gavina de S'Agar¨® fue el aristocr¨¢tico escenario de la gran bofetada,que el cantante propin¨® a la estrella.
Luces deslumbrantes
Gerona y la Costa Brava aparecieron entonces en los titulares de Prensa como el Hollywood de Espa?a. El comportamiento de los aut¨®ctonos hizo lamentar a un cronista del diario local que "una pl¨¦yade de nuestros conciudadanos se conviertan en marionetas, m¨¢s semejantes a moscas atra¨ªdas por la miel que otra cosa, y se pasen 16 horas del d¨ªa pensando en los asuntos del cine y las 8 restantes so?ando en ellos".
Esta actitud no era m¨¢s que el tributo obligado a una novedad tan deslumbrante como los focos cinematogr¨¢ficos que invad¨ªan las playas. Ava Gardner volvi¨® luego reiteradamente para seguir siendo piedra de esc¨¢ndalo. Tambi¨¦n regres¨® James Mason, al cabo de los a?os, para rodar en Cadaqu¨¦s Los pianos mec¨¢nicos, de Bardem.
La pel¨ªcula m¨¢s importanterodada aqu¨ª fue, tal vez, De repente, el ¨²ltimo verano, de Mankiewicz, seg¨²n la obra de Tennessee Willianis, que al ser prohibida por la censura se agigant¨® morbosamente en el ¨¢nimo de cuantos hab¨ªan presenciado alguna de sus escenas en las empinadas calles de Begur. Liz Taylor protagoniz¨® durante su estancia un glorioso incidente en S'Agar¨®, al tenderse completamente mojada sobre el cubrecama de seda y plata de la suite real de La Gavina. Josep Ensesa fue alertado por una camarera y, muy digno, rog¨® a la actriz que abandonara inmediatamente la habitaci¨®n.
Las estrellas del universo
Orson Welles film¨® en la costa escenas de su maldito Mr. Arkadin. Dick Bogarde fue El jardinero espa?ol, en Palam¨®s. V¨ªctor McLaglen, Stanley Baker y una jovenc¨ªsima Luciana Paluzzi lucharon contra Lafuria del mar en L'Estartit. Anne Baxter y Richard Todd llenaron Tamariu de Sombras acu sadoras. Garry Merrill recibi¨® la noticia de su divorcio de Bette Davis mientras interpretaba La isla misteriosa en S'Agar¨®. Ingrid Thu lin durmi¨® en Platja d'Aro con El diablo bajo la almohada. Kirk Douglas y Yul Brynner treparon por la ¨¢spera corteza del Cap de Creus hasta El faro del fin del mundo.
El fantasmag¨®rico hotel de Cap Sa Sal fue poblado por esp¨ªas femeninas al estilo de James Bond, M¨¢s peligrosas todav¨ªa, mientras La Gavina se convirt¨ªa el palacio de los zares Nicol¨¢s y Alejandra. Por el mismo hotel pasaron, m¨¢s o menos apresuradamente, Charles Chaplin y Cole Peter; Sofia Loren y Luc¨ªa Bos¨¦; Sean Connery y George C. Scott; Jack Nicholson y Robert de Niro; Humphrey Bogart con Lauren Bacall; Peter Sellers con Elke Sommer y un etc¨¦tera interminable que podr¨ªa cerrar John Wayne, quien, por cierto, dej¨® una cuenta pendiente.
A la presencia excitante de los cineastas hubo que a?adir la de los propios turistas. Con el rutilante desfile de las m¨ªticas suecas y de cuantos forasteros exig¨ªan del litoral el tributo de las tres eses de su elemental programa veraniego: Sun, sea, sex. La Administraci¨®n, tan celosa de las buenas costumbres, no tuvo m¨¢s remedio que hacer la vista gorda.
Ministros y clandestinos
Al comenzar la d¨¦cada de los setenta pudo pensarse razonablemente que la Costa Brava era el centro del universo. Ministros del Gobierno espa?ol alternaban sus estancias en la costa con los l¨ªderes de una oposici¨®n todav¨ªa clandestina. Fern¨¢ndez de la Mora ten¨ª¨¢ casa en Tossa; Garc¨ªa Ramal, en Castell d'Aro; Rodr¨ªguez de Miguel, en Platja d'Aro, y RuizGim¨¦nez, en Calonge (m¨¢s tarde, Su¨¢rez hallar¨ªa refugio en Begur; Guti¨¦rrez Mellado, en Cadaqu¨¦s, y Carrillo, en Llofriu).
Gaston Thorn, estrella ascendente del Mercado Com¨²n, se hab¨ªa establecido en Vall-llobrega. Lord Shellwyn Lloyd, ex canciller brit¨¢nico, y Chichester Clark, premier de Irlanda del Norte, ocupaban sucesivamente la misma habitaci¨®n de la Gavina. Raymond Barre, que todav¨ªa no era primer ministro franc¨¦s, contemplaba la subasta de pescado en Palam¨®s, mientras Edgar Faure, que ya lo hab¨ªa sido, le¨ªa tranquilamente en Cap Sa Sal. Y Aziz Sedki, viceprimer ministro del lejano Egipto, pescaba en las escondidas calas de Santa Cristina d'Aro.
Los grandes del micr¨®fono
Ante el altar barroco de Cadaqu¨¦s, Jean-Pierre Rampal arrancaba ins¨®litos acordes a su flauta de oro. Josephine Baker dejaba en Roses la estela nost¨¢lgica y todav¨ªa admirable de su antiguo temperamento, ya en declive. Marie Laforet, en Empuriabrava, susurraba canciones y deslumbraba a la audiencia con sus ojos enormes. Charles Aznavour, en cambio, cerraba los suyos en Palam¨®s para evocar por en¨¦sima vez la tristeza de Venecia.
Joan Manuel Serrat, Mar¨ªa del Mar Bonet, Llu¨ªs Llach, Quico Pi de la Serra y Ovidi Monfilor manten¨ªan en ascuas la esperanza de muchos. Guillermina Motta cantaba cupl¨¦s con letra de V¨¢zquez Montalb¨¢n; la Trinca organizaba su Festa Major particular; Salom¨¦ viv¨ªa a¨²n de las rentas del Se`n va anar, y N¨²ria Feliu repet¨ªa Busco un milionari, operaci¨®n m¨¢s bien f¨¢cil a orillas de la dorada clientela de S'Agar¨®. Julio Iglesias y Peret conquistaban a golpe de canciones una creciente popularidad. El flamenco, crecido junto al mar con la leyenda de Carmen Amaya y con la palpable realidad descalza de la Chunga, se hac¨ªa omnipresente con la Singla, la Chana, la Terremoto, la Garrido y culminaba con los genios de la danza que trabajaban y viv¨ªan en Platja d'Aro: Antonio Gades hab¨ªa montado una pizzer¨ªa en la que era f¨¢cil encontrar a Marisol.
Largas noches de furia
Las c¨¢lidas y apretadas noches de la Costa Brava cosmopolita culminaban en el ruido y la furia de las discotecas, algunas de las cuales alcanzaron en aquella ¨¦po,ca las imprecisas dimensiones del mito. En Tiffany's, por ejemplo, la anual elecci¨®n de su miss a?ad¨ªa pruebas bastante concluyentes a la eterna pol¨¦mica sobre el sexo de los ¨¢ngeles. Despu¨¦s de ver descender del techo a las candidatas, sentadas en biquini sobre trapecios volantes, Josep Pla, socarr¨®n, se felicitaba de haber podido descubrir, por fin, lo que escond¨ªan las f¨¦minas debajo de sus vestidos.
El strip-tease hab¨ªa comenzado, aunque en aquella ¨¦poca de eufemismos se llamara todav¨ªa "el destape". Ethel y Gog¨® Rojo lo practicaban a ritmo trepidante en la boite de Cap Sa Sal, aun a riesgo de prender lag llamas del incendio que anunciaba el t¨ªtulo de su espect¨¢culo: Rojo m¨¢s Rojo igual a Fuego. La valenciana Mary Cruz, acompa?ada por un casi desconocido Pedro Ruiz, aplicaba a las reglas del erotismo revisteril lo que ella llamaba "la furia espa?ola".
M¨¢s tarde, el misterio del cuerpo humano se desvelar¨ªa del todo y, por un tiempo efimero, las reinas del desnudo llegar¨ªan directamente desde sus acreditados santuarios para llenar a tope los clubes del litoral. En las playas, el topless se iba imponiendo discretamente. La transici¨®n hab¨ªa terminado.
Suburbios para las vacaciones de Europa
La persona que m¨¢s sabe de la Costa Brava es una francesa. Se llama Yvette Barbaza, es agregada de Historia y Geograf¨ªa en el Centro de Investigaci¨®n Cient¨ªfica de Par¨ªs y estuvo trabajando 10 a?os sobre el terreno hasta concluir una tesis monumental, de m¨¢s de 800 p¨¢ginas, que titul¨® Le paysage humain de la Costa Brava.
De ella es este testimonio fechado en 1955: "Encontr¨¦ calas tan d¨¦siertas en pleno verano que tuve la ilusi¨®n de descubrir alguna lejana playa ignorada". Desde entonces ha llovido mucho y sobre este paisaje han aparecido, casi a partes iguales, la prosperidad y la degradaci¨®n.
A partir de los a?os 50, y definitivamente en la d¨¦cada de los 60, la Costa Brava es sometida a la invasi¨®n masiva del turismo internacional. Durante mucho tiempo el Estado contempla complacido la avalancha tur¨ªstica y se limita a abrir las puertas a los que vienen, sin hacer nada para asegurar que puedan seguir viniendo. La Administraci¨®n local, totalmente desbordada, lo deja todo en manos de la iniciativa privada y ¨¦sta empieza a vender, a especular, a edificar, a hipotecar.
Casi por generaci¨®n espont¨¢nea nacen los hoteles, los bares, los restaurantes, los clubes nocturnos, las tiendas, los apartamentos, los rascacielos. El Para¨ªso Azul, de Marc Chagall, pasa a ser el Para¨ªso Perdido, y los pueblos con cultura de siglos se avienen a ser s¨®lo suburbios de las vacaciones de Europa.
Gracias a la conjunci¨®n de demanda y de oferta, la costa sufre una transformaci¨®n radical en cuesti¨®n de diez a?os. Seg¨²n Yvette Barbaza, el n¨²mero de hoteles en 1953 era 87 mientras en 1964 hab¨ªan pasado a 837; Ahora son m¨¢s de 3 millones los visitantes que la Costa Brava alberga cada a?o en un centenar de campings, 65.000 plazas de hotel y 200.000 de apartamentos.
El paisaje fue la primera v¨ªctima. Como dijo en el Debat Costa Brava Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n, la traves¨ªa de los a?os 60 fue como el espect¨¢culo de una ancha brutalidad: aparecieron muros de la verg¨¹enza entre la tierra y el mar, gigantescas murallas de Berl¨ªn a modo de apartamentos; la falta de planificaci¨®n y la impunidad depredadora arruinaron la pureza de las aguas; de las tres demandas fisicas que suele hacer el veraneante -naturaleza, mar y sol- s¨®lo el sol no result¨® afectado por la conspiraci¨®n.- especulativa, tal vez porque gran parte de la operaci¨®n se hab¨ªa realizado precisamente cara al sol".
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