Los a?os se le vinieron a los ojos
Le esper¨¦ casi al pie del avi¨®n. El carn¨¦ de periodista me abri¨® algunas barreras; el grupito de amigos -no muchos- se qued¨® al otro lado de los cristales, con las sonrisas de bienvenida borrosas por los reflejos y por una cierta inquietud. El regreso del exiliado era una escena siempre un poco incierta. El protagonista llegaba inseguro, un poco tr¨¦mulo, sobre todo por el otro miedo, el de un reencuentro con algo que pod¨ªa no ser ya lo que fue, ni lo que la imaginaci¨®n -y el relato, y la lectura, y el, ensue?o, y el recuerdo: tantas traiciones hab¨ªa elaborado. Bergam¨ªn ven¨ªa, en el avi¨®n, pensando en ello. Lo ha escrito luego: "El viajero que por primera vez visita Espa?a, o el que vuelve a ella despu¨¦s de alguno o de muchos a?os de ausencia, puede volver a-encontrar la Espa?a de Goya y de Vel¨¢zquez donde estaban, en el Museo del Prado -como pudo encontrarla fuera, en la lectura de Cervantes, de Gald¨®s..-. Pero ?la encontrar¨¢ en la vida espa?ola, en la Espa?a viva que est¨¢ viendo, oyendo, sintiendo? ( ... ). ?Los paisajes, los lenguajes las gentes... siguen siendo o estando en este ¨¢mbito vivo del mundo espa?ol, con nueva apariencia" claro es, pero con algo o mucho que evoque, que recuerde, que perviva ... ?".Al otro lado, en Par¨ªs, le hab¨ªa llevado hasta el avi¨®n gracias a miento. otro documento cuerpo diplom¨¢tico- Alonso Gamo, poeta y c¨®nsul que hab¨ªa trabajado largamente para conseguir su regreso. De sus manos a las m¨ªas, que le pasaron al grupito de tras los cristales donde ya estaban las palmadas en la espalda a la espa?ola, los abrazos, los besos, las frases preparadas. Hab¨ªa salvado en un rato -entonces, con las h¨¦lices, tres horas- los a?os y a?os de distancia. El funcionario de la polic¨ªa le hab¨ªa retenido el pasaporte: "Pase a recogerlo ma?ana a la Direcci¨®n
de Seguridad". Se le explic¨® que no era nada, una rutina, un paso habitual en el escenario del regreso del exiliado. El susto, el miedo, la amargura vendr¨ªan tiempo despu¨¦s cuando alguien influyente, en un peri¨®dico poderoso, le denunci¨® como criminal en potencia (?para qu¨¦ citar nombres. de autor y peri¨®dico? El primero ya muri¨® ... ) y le obligaron a tomar de nuevo el camino del exilio para escapar a amenazas muy graves.
En los exilios, como en el regreso, Jos¨¦ Bergam¨ªn era como una figurilla desprotegida, era un gorri¨®n diminuto y lev¨ªsimo, con un hilo de voz desesperante para quien quer¨ªa escucharle, y desentra?ar el juego de paradojas y de vocablos que estaba en su conversaci¨®n como en sus escritos.Su primer libro se llamaba El cohete y la estrella, y ese juego de luces repentinas y efimeras fue siempre el suyo. "Don de aire, do-naire o Don Aire", dec¨ªa, por ejemplo, hablando de Madrid: "Don Aire de Madrid, con su habitual airoso, luminoso, se?or¨ªo, dominio de s¨ª mismo...". Y esos hallazgos propios los hac¨ªa en los cl¨¢sicos, a los que le¨ªa con esa mirada separadora, fragmentista, capaz de aislar una sola expresi¨®n que podr¨ªa parecerle tan profunda como el todo, como la obra. Como cuando el Pedro de Urdemalas de Cervantes dice de s¨ª mismo: "Yo soy hijo de la piedra, que padre no conoc¨ª"; o el autor del Lazarillo describe el entierro de su h¨¦roe ,,en aquella c¨¢rcel tan tenebrosa en la cual quedar¨¢ acompa?ado por su perpetua soledad", o la frase "Tinieblas es la luz donde hay luz solo", de Unamuno; o "la mejor m¨¢scara es el rostro", de Nietz sche; o "un hombre completo es un pueblo en peque?o"* , de Novalis. De estos breves y luminosos hallazgos -cohetes, estrellas deduc¨ªa -Bergam¨ªn lo que puede ser lo m¨¢s importante de la obra que deja, si lo dice as¨ª el tiempo: una cr¨ªtica literaria nueva, un descubrimiento propio de los cl¨¢sicos.
Este gorri¨®n lev¨ªsimo, casi inaudible, se burlaba de su propia figura. Contaba que a?os atr¨¢s, en la playa de esta misma ciudad de San Sebasti¨¢n donde ahora muere y donde ¨¦l supon¨ªa que desde las alturas -materiales- hab¨ªa un obispo con un catalejoy un tel¨¦fono, para denunciar las inmoralidades, un guardia municipal le quiso multar porque s¨®lo llevaba un calz¨®n de ba?o. Le acus¨® (le obscenidad, y ¨¦l, se?alando su cuerpo exiguo, le replic¨®: "Pero, hombre de Dios, ?no ve usted que lo que estoy es l¨²gubre?". Y constataba tambi¨¦n que su rostro era hereditario: a su padre, que fue ministro de la Corona, un enemigo pol¨ªtico le acus¨® de ser "un hombre de dos caras". %Y cree usted que si tuviera otra iba a llevar puesta ¨¦sta?".
As¨ª pis¨®, con patitas de p¨¢jaro, la tierra del exilio. M¨¦xico, largo tiempo,- el Par¨ªs de Malraux, donde ten¨ªa una celda mon¨¢stica, que correspond¨ªa con su frugalidad y con el catolicismo parad¨®jico que le acompa?¨® creo que siempre, y que defin¨ªa con esta frase: "Yo ir¨¦, con los comunistas hasta la muerte, pero ni un paso m¨¢s all¨¢". Ven¨ªa a mi casa de Par¨ªs con la receta y los ingredientes para hacerse un gazpachuelo andaluz que le un¨ªa gastron¨®micamente con una lejan¨ªa malague?a apenas experinrentada, quiz¨¢ heredada. Como la nariz . Ven¨ªa tambi¨¦n Novais (padre).
La memoria es siempre un poco espectacular -o lo es la m¨ªa-, un poco dada a fijar momentos ¨²nicos m¨¢s que continuidades-, instant¨¢neas -"un instante eterno", dec¨ªa ¨¦l que era la pintura de Vel¨¢zquez- y as¨ª tengo, a fragmentos, los recuerdos de Bergam¨ªn. Tambi¨¦n nuestras vidas han sido escasamente paralelas. El gazpachuelo, la puerta del av¨ª¨®n..-. Una, tarde en el Caf¨¦ de Flore, donde antes de llegar a la mesa de mi cita se detuvo y abraz¨® a un hombre grandote, de pelo blanco, y luego me dijo: ?C¨®mo no saluda usted a Alberti?". Y es que yo no reconoc¨ªa en este hombre venido f¨ªsicamente a m¨¢s al que ve¨ªa de ni?o esbelto en un mono azul de guerra (todav¨ªa apenas le hablo cuando le veo: y es de respeto, de admiraci¨®n, de enorme sentimiento de la distancia personal por lo m¨¢ximo en su g¨¦nero).
Dejamos de vernos. ?l dej¨® de verme antes; cruzaba por la Taberna del Alabardero hacia la mesa de ¨¢ngulo, donde hab¨ªa un cartel permanente; le saludaba yo, charl¨¢bamos un rato y, si luego habl¨¢bamos por tel¨¦fono, le o¨ªa decir: "Hace tanto tiempo que no te veo...". Y es que no me hab¨ªa reconocido, ni visto. Los a?os se le hab¨ªan venido a los ojos. ¨²ltimamente habl¨¦ de ¨¦l en Par¨ªs, con Florence Delay. Me explic¨® que hab¨ªa un grupo de amigos de Bergam¨ªn en Par¨ªs que regularmente le mandaban alguna cantidad de dinero -porque, claro, el gran escritor ha muerto pobre- y algunas cartas: no contest¨® nunca. "En, esas cosas ¨¦l es as¨ª...".
Babelia
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