Aeropuerto 83 (cuento)
No s¨¦ yo si habr¨¢n sido los peri¨®dicos los que con tanto querer impresionarnos con expresiones tales como "material tecnol¨®gico altamente sofisticado" han acabado por sofisticar nuestra propia imaginaci¨®n m¨¢s de lo conveniente, pero el caso es que los particulares ya no podemos aceptar la idea de que con una simple Leika con teleobjetivo, desde la ventanilla de un vulgar avi¨®n comercial, y de una sola pasada, pueda llegar a hacerse un espionaje fotogr¨¢fico m¨ªnimamente aprovechable a efectos estrat¨¦gicos. As¨ª que, con nuestra imaginaci¨®n corrupta y morbosamente sofisticada, los profanos tendemos a preferir inevitablemente las interpretaciones retorcidas y hasta lecarrianas, que, por lo dem¨¢s, tampoco deja la Prensa de suministrarnos. Por ejemplo, la de estos d¨ªas, para encuadrar el derribo del avi¨®n corerano y sus repercusiones, nos ha favorecido con indicaciones sobre dos querellas o desacuerdos internos a los propios Estados que se han hecho protagonistas inmediatos. La primera, como querella motivante del derribo mismo, entre los militares y los civiles del Estado ruso; la segunda, como querella motivante de la reconducci¨®n de las consiguientes repercusiones internacionales, entre los que han dado en llamarse "halcones" y "palomas" de los poderes p¨²blicos norteamericanos (dado que Washington ha suplantado totalmente a Se¨²l en tal protagonismo). En cuanto a la primera, la mort¨ªfera acci¨®n habr¨ªa sido decidida para servir de instrumento al estamento militar sovi¨¦tico resuelto a boicotear las ya de por s¨ª bastante limitadas y circunspectas iniciativas de Andropov hacia una dudosa y desva¨ªda distensi¨®n.En cuanto a la segunda -esto es, a la que ata?e a la voluntad por parte del Gobierno norteamericano de reconducir las reacciones nacionales e internacionales ante la tragedia en el sentido de rentabilizarla en provecho de la financiaci¨®n de los misiles MX y de otras obstinaciones del presidente-, el c¨ªnico regocijo con que un ayudante presidencial (la Prensa calla el nombre) ha acogido el episodio dej¨¢ndose escapar la observaci¨®n de que ello les iba a "poner m¨¢s f¨¢ciles las cosas" -se sobreentiende que a los del Gobierno- en la C¨¢mara de Representantes desfigura notablemente la p¨²blica compunci¨®n presidencial por "las inocentes v¨ªctimas de la tragedia", haci¨¦ndonos reinter-
RAFAEL S?NCHEZ FERLOSIO
B.,
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Aeropuerto 83 (cuento)
Viene de la p¨¢gina 11pretar el conmovido aunque no tan conmovedor papel¨®n de? presidente con la falsilla de la barata imagen cinematogr¨¢fica de la viuda alegre y bien heredada que se esfuerza por enjugar con el pico del pa?uelo apenas el brillo de una l¨¢grima en la ojiva exterior de la pupila, mientras su boca se esmera en ocultar el fuerte ensalivamiento suscitado por la idea de las sustanciosas rentas de la viudedad.
Pero la imaginaci¨®n calenturienta o m¨¢s bien recalentada y acaso hasta escaldada del profano a¨²n se obstina en echar en falta en este punto, para cerrar el caso con verosimilitud satisfactoria, una tercera querella o desacuerdo interno (y aqu¨ª es donde empieza el cuento) que tendr¨ªa que tener por ¨¢mbito el interior de la propia aeronave destruida y por protagonistas, de una parte, el aviador coreano que estuviese al mando de la tripulaci¨®n, y de la otra, un representante del Congreso norteamericano por un Estado del Sur que figurase entre los pasajeros; lo cual convertir¨ªa la sansonite de este congresista en la verdadera caja negra del asunto. En efecto, ning¨²n trance peor podr¨ªa desearle a su cartera un tal representante que el de verla despanzurrada sobre la mesa de la direcci¨®n de la secci¨®n de inteligencia de una base militar sovi¨¦tica y descifrada y repasada con lupa y con reactivos qu¨ªmicos hasta en la ¨²ltima entre l¨ªnea de su abultado dossier. No digo que ¨¦ste tuviese por qu¨¦ contener sustancialmente nada que no estuviese ya todo el mundo m¨¢s que harto de saber, sino con toda probabilidad nada m¨¢s que unas pocas ni?er¨ªas muy. secreteras y las duras baladronadas de costumbre, no menos suficientes, sin embargo, ya sea para que el congresista conservase la convicci¨®n de su importancia como campe¨®n y emisario de la gran causa de la libertad, ya para que Pravda pudiese cocinarlas convenientemente para montar una vez m¨¢s su estrepitosa primera plana demostrativa de la flagrante conjura del capitalismo imperialista contra la santa causa del proletariado.
De esta manera, en un forcejeo verbal entre el "?Usted no puede aterrizar en esa base!" del congresista, el "?Yo no puedo poner en peligro las vidas de mis pasajeros!" del capit¨¢n, la subsiguiente invocaci¨®n del congresista a las responsabilidades pol¨ªticas que el capit¨¢n contraer¨ªa ante su propio Gobierno, esto es, el de Se¨²l, en el caso de que la sansonite viniese a caer en manos de los rusos (habida cuenta de que los documentos-y much¨ªsimo m¨¢s si son secretos- comprometen no s¨®lo al emisor, sino tambi¨¦n al destinatario), un reiterado wishful thingkin de "?No pueden atreverse a derribarnos!" y una final vacilaci¨®n a caballo del cada vez m¨¢s tentador y esperanzado "Ya no nos faltan m¨¢s que tantas millas para salir del ¨¢rea", en este forcejeo, ven¨ªa diciendo, bien podr¨ªa haber transcurrido el ¨²ltimo, fatal cuarto de hora suficiente para que el comandante de la base o zona militar sovi¨¦tica afectada terminase de sentirse todo lo cargado de raz¨®n que le hac¨ªa falta y que estaba deseando a fin de poder mandar a sus no por disciplinados menos impacientes cachorros amaestrados que tirasen a dar. O, como muy bien se dice, "le diesen gusto al dedo", dado que -dicho sea de paso- en esta cada vez m¨¢s feroz humanidad parece ser que un gusto como el que puede llegar a darse el dedo (y, de manera s¨®lo aparentemente parad¨®jica, a¨²n m¨¢s para quien est¨¢ en toda la fuerza de la juventud) jam¨¢s lleg¨® a conocerlo ni de lejos aquella otra prominencia varonil que la madre Celestina gustaba de llamar "la punta de la barriga".
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