Soteras
He vivido un cuarto de siglo (el primero de mi vida, que va durando ya varios siglos) en Valladolid, lo suficiente como para saber lo que pasa all¨ª y entender las reacciones / declaraciones del general Soteras, que le han llevado a la destituci¨®n. Cada hombre, incluso un militar, es consecuencia de la ecolog¨ªa humana que le rodea, o de su circunstancia, como debi¨¦ramos decir en el centenario, por no olvidar al inolvidable Ortega. El capit¨¢n general de la VII Regi¨®n es siempre el hombre m¨ªtico de Valladolid, que raramente condesciende a celebraciones p¨²blicas. El general Soteras lo ha dicho:-La fama de dureza de esta VII Regi¨®n se debe a los carros de combate, que impresionan mucho.
Nosotros, cuando ni?os de derechas, ¨ªbamos mucho a miccionar entre las ruedas de los carros de combate, pero ¨¦ramos santos inocentes, que dir¨ªa Delibes (pel¨ªcula con Rabal) y, sobre todo, no estaba al mando de los carros el general Soteras, ni el prestigioso equipo de fot¨®grafos de Intervi¨² para hacemos un teleobjetivo de la pilila, como lo ha hecho ahora (previo pago, supongo, de los senos / zarzamoras de Lola Flores, que fue la ni?a de fuego y hoy apenas es abuela que tiene/ no tiene para pagar las deudas). Eso era / es Valladolid: la zambra racial de Lola / Caracol (Valladolid es la ciudad m¨¢s andaluza de Castilla y donde mejor se canta flamenco, y si no que lo diga, mi paisano y especialista ?ngel Alvarez Caballero), y el llanto militar (prodigiosa expresi¨®n de Quevedo que asombra a Borges) del capit¨¢n general, que siempre llora convencionalmente por una Virgen de Semana Santa (mayor mente la de las Angustias) o llora militarmente, horgianamente, que vedescamente, por Tejero. Ciudad sobre la que he escrito varios libros, Valladolid, ciudad proustiana, mitad de mi medio siglo, de la que yo habr¨ªa sido el Proust provinciano si uno no tendiese m¨¢s a la s¨ªntesis / Baudelaire que al an¨¢lisis / Proust, como bien me explicaba mi traductora francesa. Miguel Delibes me lo explic¨® una vez:
-Mira, Paco, Valladolid est¨¢ bien para el novelista, porque aqu¨ª se ven las vidas y las carreras completas, empezar y acabar.
Incluso las carreras de los capitanes generales. Ellos han visto ahora la de Soteras. Yo vi otras. Empezaban y acababan, por decreto mudo de Franco, sin justificaci¨®n para lo uno ni para lo otro, lo cual hac¨ªa como m¨¢s ateniense y col¨¦rico el destino de aquellos m¨ªlites.
Ahora, la press democr¨¢tica, y la que se beneficia de la democracia a la contra, lo explican todo, con lo que el llanto militar, tan herm¨¦tico, tan quevedoborgiano, pierde enigma y met¨¢fora. ?Por qu¨¦ lloran -es un decir- los militares, algunos militares? Porque les cesa un civil. Bueno, les cesa un /militar por encima de la milicia: el Rey. O sea que un respeto. Los cadetes de caballer¨ªa, en Valladolid (Academia con monumento impresentable de Benllire, ese Sorolla malo del bronce), eran el mito er¨®tico y matrimonial del, mujer¨ªo. Cuando los cadetes sal¨ªan a pasear, el fin de semana, la calle Santiago, los particulares no nos com¨ªamos un rosquillo. Luego, terminada la carrera, dejaban la novia provinciana y se iban a otra provincia a casarse con otra novia provinciana. Gir¨®n, On¨¦simo, tantos intelectuales que rectificaron a tiempo, han vivido la dura manigua de espadas y espadines que es Valladolid.
Conociendo el medio, considero al general Soteras cristalizado por ¨¦l, como la ramita del amor cristaliza en las minas de sal (Stendhal: ?qu¨¦ tal la salud, querida Consuelo Berg¨¦s?). Quiero- decir, en todo caso, que el conflicto no est¨¢ en Valladolid / VII Regi¨®n, ni en quien capitanee eso, sino en Valladolid mismo. El Valladolid profundo de Guill¨¦n. Y m¨ªo.
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