La bula
Un pacto de silencio hab¨ªa ayer en Las Ventas, porque los Victorino tienen bula en esta plaza. Cuando alguno de los hermosos ejemplares del popular ganadero hocicaba, surg¨ªan palmas de tango, poquitas, s¨®lo para hacer presente su valor testimonial. La verdad es que, si llegan a ser de otro hierro, all¨ª se arma.?stos no son los emocionantes Victorino de la fama, sino una vulgaridad. Los Victorino de la fama poseen bravura, o mansedumbre, o bronquedad, pero en cualquier caso exhiben la fiera casta que es caracter¨ªstica del toro de lidia, que adem¨¢s no se cae. Los de ayer, en cambio, a excepci¨®n de un par de ejemplares muy nobles, por cierto- eran igualitos o a¨²n peores que los de cualquier dehesa de por ah¨ª, sin leyenda, ni cartel d¨®nde anunciar sus productos.
Plaza de Las Ventas
18 de septiembre. ?ltima corrida de la Feria de Oto?o.Toros de Victorino Mart¨ªn, con gran trap¨ªo, bien armados y astifinos; pero flojos y sin clase, excepto el primero y el cuarto. Ruiz Miguel. Buena estocada (petici¨®n y dos clamorosas vueltas al ruedo). Dos pinchazos, estocada ca¨ªda perdiendo la muleta, rueda de peones -aviso- y dobla el toro (petici¨®n y dos vueltas al ruedo). Pepe Luis Vargas. Pinchazo hondo bajo (ovaci¨®n y salida al tercio). Estocada corta atravesada y descabello (silencio). Tom¨¢s Campuzano. Estocada ca¨ªda tendida (divisi¨®n cuando saluda). Pinchazo y media estocada ca¨ªda (pitos).
Puede ser que en la debilidad del g¨¦nero -ninguno derrib¨®, todos doblaban las manos- estuviera la clave de su comportamiento decepcionante. Pues ya sabe el ganadero lo que debe hacer, si es cierto que conoce el secreto de las ca¨ªdas de los toros. ?l mismo acaba de manifestar que, con ayuda de la autoridad, en 24 horas acaba con el fraude. Hay un honrado trabajador, enamorado de la fiesta, que tambi¨¦n asegura conocer lo que les hacen a los toros en chiqueros, y est¨¢ dispuesto a contarlo, igualmente si le ayuda la autoridad, pues tampoco se trata de que le salga cara la declaraci¨®n.
Este honrado trabajador no es don Mariano. Don Mariano fue un horado trabajador, que vive como puede de su escasa jubilaci¨®n. En realidad no necesita mucho para comer, ya que se alimenta de su afici¨®n a los toros y de torear a la salida de la plaza. Ahora est¨¢, el pobre, que ni duerme, por desvelar el secreto de los lances que presenci¨® en la memorable corrida del s¨¢bado: no le salen. Ya le ha dicho do?a Consuelo: "Con ese arte que usted vio, se nace, don Mariano; no se canse".
Ayer lo ten¨ªa m¨¢s f¨¢cil. Los pases de ayer se calcan con una mano, mientras se sujeta con el ¨ªndice y el pulgar de la otra la tacita de moka bien espeso. A excepci¨®n de los que dio Ruiz Miguel en el cuarto, ni siquiera merece la pena recordarlos. Hab¨ªamos convenido, con rara unanimidad, que Ruiz Miguel es "el le¨®n de la Isla", y la octogenaria norteamericana Alicia Hall lo proclamaba ayer en una floreada pancarta -m¨¢s bien estandarte- que muestra por los tendidos de sombra de todas las ferias.
Procede en estos momentos convocar consejo de sabios para que nos autoricen a decir -si su alto magisterio se aviene a ello- que Ruiz Miguel, sobre aleonado temperamento, tiene cante. Los redondos que lig¨® en el nobil¨ªsimo cuarto lo ten¨ªan, pero a¨²n m¨¢s los naturales, embellecidos con empaque, elegancia, unas gotitas de arte y la caricia del temple. Pases largos, pases hondos, pases inspirados instrument¨® Ruiz Miguel en ese toro, el cual persegu¨ªa el enga?o con atemperada codicia, fijeza absoluta, boyant¨ªa excepcional. Se entregaba tanto Ruiz Miguel, que result¨® volteado, y otro tanto le ocurri¨® en el bravo toro que abri¨® plaza, el cual le cogi¨® dos veces de forma aparatosa, por consentir hasta m¨¢s all¨¢ del l¨ªmite, atropellando la raz¨®n.
El ¨²nico toro seriamente protestado fue el cuarto, y esta plaza no hubiera admitido su lidia sin bronca terrible en ning¨²n caso. Pero ayer era distinto. El toro inv¨¢lido era Victorino, que goza de bula en Madrid, y lo lidiaba Ruiz., Miguel, que la tiene tambi¨¦n. En estas circunstancias la afici¨®n otorg¨® patente para que el le¨®n cantaor torero de la Isla ensayara a su acomodo ese arte excelso, que apenas prodiga, le aplaudi¨® con entusiasmo, le aclam¨® "?torero!".
No hay m¨¢s bulas aqu¨ª. Pepe Luis Vargas no la tiene, aunque la merece, pues torea con mucha verdad, pisa terreno comprometido, adelanta la muleta, planch¨¢, que dicen; intenta sin reservas ti toreo ortodoxo, que no era posible con los Victorino deslucidos, reservones y broncos. Y a¨²n menos la tiene Tom¨¢s Campuzano, a quien protestaban su clara utilizaci¨®n del pico con otros dos toros de media arrancada, que se revolv¨ªan para derrotar y coger.
Lo que dir¨¢ Victorino: si tengo bula ser¨¢ porque me la gan¨¦ en pasados fastos de torazos poderosos y fieros; a ver qu¨¦ otro ganadero puede ense?ar las mismas credenciales. Y se marchar¨¢ tan ufano, como ayer se fue, mientras la afici¨®n sal¨ªa a buen paso por otro lado, con disimulo y silbando El sitio de Zaragoza.
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