Las viejas librer¨ªas
Llov¨ªa. ?Podr¨ªamos hablar de Par¨ªs en pasado sin hacer referencia a la lluvia? Una lluvia distinta. Como el sabor de los dulces que nuestras madres nos preparaban en las fiestas de la infancia. Como el recuerdo del primer viaje en tren, de la sensaci¨®n producida por los primeros senos acariciados casi seguro en la oscuridad de un cinemat¨®grafo. Llov¨ªa. Era mi primera visita a Par¨ªs. A¨²n no quedaba muy lejana la adolescencia. S¨¦ que corr¨ª hacia el Sena, que me derrumb¨¦ en los puentes que dan acceso al barrio Latino, que inmediatamente pase¨¦, en calma, por los puestos de los bouquinistes. Y enseguida, las librer¨ªas de la orilla izquierda del Sena. Reinaba en ellas un silencio religioso. Hombres viejos, entendidos; mujeres amables, cultas, las atend¨ªan. Memoria de libros conservados celosamente. Autores sobre lo que se conversa en profundidad. Horas dulces, lentamente en ellas pasadas, sin peso, hoy s¨®lo en el poso de angustia que el recuerdo produce. Ediciones antiguas. Colorines en las nuevas portadas. Los libros prohibidos en Espa?a...Llueve hoy sobre los ojos del tiempo. Se borran fotograf¨ªas. Entramos de lleno en la era de la velocidad, del reclamo publicitario, de las im¨¢genes que apenas surgidas, emitidas, contempladas, pasan a ser prehistoria... Acometo la aventura de pasear Madrid. Para entrar, desordenadamente, en algunas de las librer¨ªas milagrosamente restadas en sus calles. Pregunto por un libro publicado a principio de a?o. Me responden: "No, mire, aqu¨ª s¨®lo tenemos las novedades. Ese libro del que usted me habla es ya muy viejo". En otras: "?Tienen, por favor, La m¨²sica callada del toreo, de Bergam¨ªn?" "?De qu¨¦ autor me dice? No, no me suena. Si me da el nombre de la editorial. .." Ante otro libro: "No, esa editorial no nos sirve, ?qui¨¦n la distribuye?" Al fin: "Mire, ¨¦se no lo tenemos, pero de esa editorial puedo ofrecerle..." Una m¨¢s a¨²n: "Bajo el volc¨¢n, de Lowry. Escuche -corro antes de que me den una respuesta negativa-, lo ha publicado Bruguera". "Lo ¨²nico de Bruguera, lo que tenemos, est¨¢ ah¨ª, en ese estante, o si no en el escaparate. Comprenda, por autores son tantos..."
En los grandes almacenes se saldan, revueltos, entre otras rebajas, montones de. libros quemados por el tiempo, devorados por la mercantilizaci¨®n del libro. Se exhiben los ¨²ltimos best seller, norteamericanos casi todos. Los dependientes no dan ninguna informaci¨®n, salvo que la obra suene por la televisi¨®n. Entonces s¨ª, amablemente la ofrecen, aunque ignoren qu¨¦ se esconde tras de ella, deformen el t¨ªtulo, tergiversen el nombre del autor. Quedan escasas, contadas con los dedos de las manos, librer¨ªas, en que existan libreros, hombres o mujeres, capaces de conversar, perder tiempo comentando una obra, un autor, un tiempo literario, que remitan a viejos estantes donde se conserva la imaginaci¨®n y la memoria escrita... Como detergentes, camisas, frigor¨ªficos, mercanc¨ªas de uso, consumo y destrucci¨®n, los libros nacen y mueren devorados por una industria que s¨®lo piensa en el beneficio -el m¨¢ximo beneficio al menor coste posible-, mientras los hombres se sienten cada vez menos inclinados al reposo, la intimidad, el esfuerzo que supone toda lectura. Civilizaci¨®n del bienestar, decimos. Aquella que uniformiza los productos y los sue?os, hace de las grandes ciudades gigantescas c¨¢rceles, acostumbra desde la adolescencia al nihilismo, la pasividad, la contemplaci¨®n muda de una vida, de un trabajo, de un ocio, que alguien manipula; un extra?o, ex¨®tico, alejado. e incontrolado poder al que hasta la mente tiene cada vez menos acceso. Dec¨ªa Garc¨ªa M¨¢rquez en sus Cien a?os de soledad. "...el mundo habr¨¢ acabado de joderse... el d¨ªa en que los hombres viajen en primera clase y la literatura en el vag¨®n de carga". No me confundas, lector: no intento decir que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero tampoco pienso que cualquier tiempo presente sea mejor. Reproducimos, a distinta escala, miserias ideol¨®gicas, explotaciones econ¨®micas, alienaciones culturales. Y cada vez las combatimos menos. El practicismo de Estado destierra el utopismo revolucionario. Pero ¨¦ste ser¨ªa otro tema. Hoy estoy solamente envuelto por una nube de nostalgia. La literatura se nutre mucho de la nostalgia.
Podr¨ªa hablar tambi¨¦n de la pesca. De aquellos viejos r¨ªos donde con un cordel, un anzuelo y una lombriz pesc¨¢bamos gobios, cachos, barbos, hasta truchas. Hoy existen ca?as sofisticadas, carretes supertecnificados, toda clase de cebo artificial. Lo que no quedan casi son r¨ªos, pues muchos de ellos est¨¢n contaminados, envenenados, y los que a¨²n se conservan, ricos en peces, suelen acotarse y ponerse a precios casi prohibitivos.
Mas volvamos a nuestras librer¨ªas. Hablaba de Par¨ªs. Par¨ªs bajo la lluvia. Pero tambi¨¦n recuerdo el fr¨ªo sol de Segovia. Era mi ciudad muy peque?a. Tranquila. Jug¨¢bamos bajo el acueducto, en medio de las calles. Apenas exist¨ªa tr¨¢fico y contados eran los turistas que entonces a ella acud¨ªan. Ten¨ªamos una biblioteca p¨²blica rica en tradici¨®n y libros. Y recuerdo, al menos, dos buenas librer¨ªas. Yo era muy ni?o. Pero nunca olvidar¨¦ el cari?o que me dispensaban al acercarme preguntando por obras de Salgari, Stevenson, Verne, incluso peque?as. ediciones de Dostoievski, Dickens, B¨¦cquer o Machado. Si no me alcanzaba el dinero, me las reservaban. Si no ten¨ªan el libro, lo encargaban. En cualquier caso, siempre medaban conversaci¨®n, y, compartidos o no, consejos literarios. A¨²n conservo algunas de aquellas ediciones. Yo, lo primero que miro al entrar en una casa, es su biblioteca. Desgraciadamente, Espa?a est¨¢ bastante ayuna de esa tradici¨®n que consiste en legar de padres a hijos una de las m¨¢s importantes riquezas de su patrimonio: la biblioteca. Aqu¨ª la biblioteca se usa para todo menos para libros. Y ¨¦stos se compran por modas, dimensiones o encuadernaci¨®n. Es una de las m¨¢s tristes caracter¨ªsticas de nuestra cultura.
Por eso, cada vez que veo morir una librer¨ªa -y muchas fueron las suprimidas durante estos ¨²ltimos a?os- siento un aguij¨®n, un puntazo doloroso, como un nuevo achaque en mi cuerpo, en mi sensibilidad. Por eso me duele, igualmente, ver a las m¨¢s de ellas convertidas en mero escaparate de novedades, regentadas por personas que no sienten la m¨ªnima atracci¨®n por los libros, que no dan importancia a la memoria hist¨®rica, que hablan de ellos como si fueran listas de los 40 principales o canciones del verano. En la soledad de esta tarde veraniega, bajo un sol celado por tormentosas nubes, me he puesto nost¨¢lgico al pensar en aquellas queridas, viejas librer¨ªas. Ellas son, sin duda, un importante tema literario. Y su desaparici¨®n-transformaci¨®n incide igualmente en la tantas veces comentada crisis del libro. Aunque s¨®lo fuera para los libr¨®filos (que me perdone la Academia, pues bibli¨®filo restringe demasiado el concepto), nunca debieran desaparecer.
Como oasis en el desierto, algunas debieran existir siempre, mantenerse abiertas para quienes a¨²n creen en la comunicaci¨®n por el lenguaje y el di¨¢logo con el tiempo, la sensibilidad y los sue?os.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.