Muerte y olvido
En algunos momentos de la vida, cuando se tiene la sensaci¨®n de que ¨¦sta corre en medio de la mediocridad y cuando se siente tambi¨¦n que impera el lugar com¨²n o el seudopensamiento, puede llegarse a la conclusi¨®n de que uno de los estados m¨¢s honorables del hombre es el de muerto y olvidado, Repeticiones aburridas a lo largo de largos a?os le hacen exclamar al viejo cansado: "?Ya est¨¢ bien, ya est¨¢ bien!". Puede decir tambi¨¦n como Don Bartolo, al comienzo de El barbero de Sevilla: "?Basta, basta, per piet¨¤". Y a¨²n continuar: "Ma che perfido destino! / Ma che barbara giornata!". Porque la giornata ha podido durar alrededor de setenta a?itos, y las mediocridades y lugares comunes siguen, siguen, siguen. Habla el viejo con un joven artista, nacido hacia 1960, que con solemnidad le dice: "Eso, ahora no...". Y el viejo, sentando plaza de viejo, de cascarrabias y de carroza (vocablo que parece estar de moda), puede contestar, con la m¨¢s obsequiosa y avinagrada de las sonrisas: "Pues mire usted, joven, peor para ahora".
Lo curioso tambi¨¦n de este ahora juvenil y exclusivo es que, contemplando lo que esculpen, pintan e idean los que viven en ¨¦l y de ¨¦l, el viejo puede a?adir, siempre con su dosis de vinagre, aunque sea de la mejor calidad: "Pues mire usted, joven, esto ya lo pod¨ªa haber hecho su abuelito, all¨¢ hacia 1920 o hace sesenta a?os justos, cuando dio su golpe el general Primo de Rivera, de grata memoria". Pero no, es mejor no discutir y, a poder ser, no ver estas novedades que gozan de tan, buena y larga salud como ciertos muertos que est¨¢n a¨²n vivos.
Es mejor pensar en la muerte y en el olvido como una liberaci¨®n de tanto gesticular febril, de tanto deseo de llamar la atenci¨®n emitiendo juicios agresivos, diciendo palabrotas en tono doctoral, desde tribunas, c¨¢tedras y sillones acad¨¦micos; cosa que, por cierto, no hacen los j¨®venes, sino unos viejos con voluntad de parecer estudiantes de segundo a?o de carrera en trance de llamar la atenci¨®n. La receta en lo de gesticular y vestirse de destrozona literaria es tambi¨¦n vieja. En 1920 ya se conoc¨ªa. Lo malo es que ahora, con la democracia, se ha, socializado, y para sentar plaza de genio no hay m¨¢s remedio que afirmar que uno no conoce ni a A, ni a B, ni a C, que Dostoievski era un imb¨¦cil y que Mozart es inaguantable. Esto aderezado con palabras que se dice que per-
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tenecen al diccionario secreto de la lengua castellana y que resulta que son lo m¨¢s p¨²blico y mostrenco que puede emplearse. Casi tanto como empezar respondiendo bueno a un interrogatorio, hablar de filosof¨ªa cuando se trata de arreglar el alcantarillado del pueblo nativo, poner todo a nivel de y dejarse llevar, en suma, de la pereza verbal, gran modificadora de los idiomas sin duda, pero que, metida en cada individuo, es un desastre. No. M¨¢s vale estar muerto y olvida do. M¨¢s vale que no escriban sobre uno tesis de doctorado y tesinas, ensayos y estudios. Porque todo es receta, porque todo es clich¨¦ y lugar com¨²n. Un soci¨®lo go franc¨¦s de finales del siglo XIX y comienzos del XX, hoy bastante olvidado (y mejor para ¨¦l), Gabriel Tarde, comenzaba u libro m¨¢s famoso, acerca de Las leyes de la imitaci¨®n, con un cap¨ªtulo que se titulaba "La repetici¨®n universal`. Hoy, la repetici¨®n la vemos dominando a todos los que quieren sentar plaza te genio, desde los 18 a los 85 a?os. Teniendo en cuenta que, seg¨²n las estad¨ªsticas que ha elaborado un soci¨®logo amigo m¨ªo, hoy, en Espa?a, existen doce genios y medio por kil¨®metro cuadrado (cifra algo inferior -al parecer- a la de Argentina y Per¨²), ya que puede suponerse lo que significa para nuestros pobres o¨ªdos tanta repetici¨®n genial, tanta execraci¨®n p¨²blica, tanta ignorancia m¨¢s o menos fingida, tanta excomuni¨®n est¨¦tica y tanta proclamaci¨®n de la propia virtud. Todo acompa?ado de tacos, reniegos y palabrotas. O palabros, como dec¨ªa una planchadora antigua de mi casa (cuando. a¨²n hab¨ªa planchadoras al servicio de la burgues¨ªa), que consideraba que el g¨¦nero femenino, incluso en las palabras, denota delicadeza, pulcritud, belleza, etc¨¦tera, y que lo masculino siempre es m¨¢s propio de la clase de tropa.
Hoy tambi¨¦n las chicas bonitas pueden decir palabros, acompa?ando su dicci¨®n con la emisi¨®n por la misma boca, fresca y juvenil, de alguna pompa o burbuja de chicle o sustancia similar. El viejo piensa en las chicas que dibujaba Penagos all¨¢ por 1920, y repite: "Peor para ahora". S¨ª. M¨¢s vale estar muerto y olvidado.
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