La moda
El cuerpo y el alma eran antes dos cosas separadas. Pod¨ªa apreciarse sin adherencias la pureza de un concepto, vocalizado inc¨®lume entre una marea de halitosis. El fil¨®sofo, el artista, el cient¨ªfico, pod¨ªan quedar exentos de tener consolidaci¨®n f¨ªsica. A fin de cuentas, sin televisi¨®n, la figura corporal del hombre egregio permanec¨ªa poco menos que en secreto. M¨¢s a¨²n, cuando aparec¨ªa excepcionalmente ante el p¨²blico, la posible desproporci¨®n entre sus ideas eximias y su aspecto deplorable era celebrada como un dato incontestable de su condici¨®n ins¨®lita. ?Ven ustedes a esta birria, este ser de vestimenta descuidada y astrosa? Pues de ah¨ª brota el prodigio. La evocaci¨®n de la hechicer¨ªa que crea belleza desde su extrema fealdad era el paradigma. El mito de un dios que crea la. perfecci¨®n org¨¢nica del hombre a partir del lodo nos ha perseguido siempre. No es, pues, sorprendente que, rebobinando este proceso, contin¨²en existiendo maridos que delegan la elecci¨®n de sus prendas de vestir a las esposas. Se sienten como arc¨¢ngeles, por encima de toda vicisitud derivable de este crimen. Tendr¨ªan que hablar con Adolfo Dom¨ªnguez.En toda la primera semana de este mes y las estribaciones de septiembre han cundido los pases de modas en Madrid. Y ya no s¨®lo en los hoteles o en IFEMA. En el C¨ªrculo de Bellas Artes o en el Museo de Arte Contempor¨¢neo han desfilado las obras de Loewe y Dom¨ªnguez, de Casado, Pi?a, Montesinos y Nacho Ruiz. Pero hay que hablar, sobre todo, de lo masculino. A las mujeres se las ha tenido inveteradamente como especie de evas, objetos manchados espiritualmente a los que conven¨ªa el disfraz y cobertura de su menguada alma. Pero ?y el hombre? El hombre que atend¨ªa manifiestamente a su vestir pod¨ªa ser ambiguamente emparejado al individuo deficiente en hondura y entidad. El vestido era no ya expresi¨®n de s¨ª, sino una pretensi¨®n de nutrir un s¨ª sospechosamente d¨¦bil. Pero ?y ahora? Pues ahora es el mundo de la imagen y del escenario. Nos relacionamos en un plat¨® donde, desde los tanques hasta la manicura, todo es dise?o. No existe diferencia entre el alma y el maquillaje. O mejor: todo el lenguaje es maquillaje, y el alma, si llama, navega o murmura sobre la ropa.
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