William Golding, visto por sus vecinos
Siempre he tenido una gran curiosidad por la forma en que los seres humanos reciben las noticias que pueden cambiar su vida. Y en el caso de los escritores, por supuesto, me hab¨ªa hecho siempre la pregunta que casi todos los periodistas y los amigos me han hecho desde hace un a?o: "?Qu¨¦ se siente cuando se gana el Premio Nobel?" He dado casi siempre una respuesta distinta, seg¨²n quien sea el interlocutor, porque la verdad es que no tengo un recuerdo muy definido. Hab¨ªa tantos rumores desde los d¨ªas precedentes (como los hab¨ªa habido por la misma ¨¦poca en los a?os anteriores), que cuando recib¨ª la noticia ya no sab¨ªa muy bien qu¨¦ sent¨ªa. Contra todas las leyendas, la confirmaci¨®n irreparable la tuve el 21 de octubre de 1982, en nuestra casa de M¨¦xico, cuando son¨® el tel¨¦fono a las 6.05 de la ma?ana. Mercedes contest¨® medio dormida y me pas¨® el auricular, diciendo: "Te llaman de Estocolmo". Una voz masculina, en un espa?ol perfecto con un leve acento n¨®rdico, y que se identific¨® como redactor del peri¨®dico m¨¢s importante de Estocolmo, me dijo que la Academia Sueca hab¨ªa dado cinco minutos antes la noticia oficial. No s¨¦ muy bien qu¨¦ dijo despu¨¦s, porque yo estaba en ese instante consternado por el terror, pensando en el discurso que deb¨ªa pronunciar casi dos meses despu¨¦s en Estocolmo al recibir el premio. Ese terror fue el ¨²nico sentimiento definido que me acompa?¨®, no solamente durante los d¨ªas interminables y las noches insomnes en que escrib¨ª las 15 p¨¢ginas m¨¢s dif¨ªciles de mi vida, sino que persisti¨® hasta elinstante en que acab¨¦ de leerlas en p¨²blico en el sal¨®n de actos de la Academia Sueca. Todo lo que ocurri¨® despu¨¦s -hasta hoy- fue pura rutina.Hago esta evocaci¨®n porque el jueves pasado, cuando conoc¨ª la noticia de que a William Golding le hab¨ªan dado el Premio Nobel de Literatura, volv¨ª a preguntarme con toda inocencia: "?C¨®mo se sentir¨ªa cuando le dieron la noticia?" Estuve todo el d¨ªa leyendo cables de agencias de Prensa para ver si alguno lo dec¨ªa, pero las informaciones carec¨ªan de esos detalles humanos que no parecen importantes pero que son en realidad los que nos conmueven. Por la tarde, sin embargo, ocurri¨® una de esas cosas incre¨ªbles que no pueden llamarse casualidades, porque son mucho m¨¢s que eso, y que los escritores no nos atrevemos a contar por el temor de que nadie las crea.
Ocurri¨® que a las cinco de la tarde del jueves, como estaba previsto desde hac¨ªa una semana, vino a mi casa Andrew Graham-Yool, un periodista de The Guardian, de Londres, para hablar de amigos comunes y hacer tal vez una entrevista. Hablamos del tema del d¨ªa, desde luego, que era su compatriota William Golding. Sab¨ªamos de ¨¦l todo lo que puede aprenderse en los libros, y yo le hab¨ªa seguido la pista muy de cerca desde que le¨ª en Barcelona la versi¨®n castellana de El se?or de las moscas. M¨¢s tarde se publicaron El dios Escorpi¨®n y La oscuridad visible, pero me parece que Golding estaba publicado en castellano desde mucho antes. De modo que el nuevo premio Nobel no era tan desconocido en nuestra lengua como se hab¨ªa dicho en las primeras horas. Adem¨¢s, seg¨²n me lo confirm¨® Graham-Yool, en el Reino Unido es un escritor muy le¨ªdo y premiado. Sin embargo, mientras convers¨¢bamos yo no lograba apartar de la mente la pregunta de c¨®mo habr¨ªa recibido William Golding la noticia de su premio y c¨®mo habr¨ªa transcurrido su d¨ªa en Broadchalke, el pueblecito de unas 600 personas donde vive, cerca de Salisbury, Inglaterra. Fue entonces cuando ocurri¨® lo incre¨ªble. "Yo tengo una t¨ªa que es vecina suya en ese pueblo", me dijo Graham-Yool con toda naturalidad. "Si quiere, la llamamos por tel¨¦fono". Sac¨® del bolsillo su libreta de direcciones y dos minutos despu¨¦s la se?ora Betty Graham-Yool oy¨® sonar el timbre a las 11 de la noche y tuvo que salir chorreando agua de la ba?era para contestarle a un sobrino que le dijo desde 10.000 kil¨®metros de distancia: "Estoy aqu¨ª con el premio Nobel de Literatura del a?o pasado, que quiere saber algunas cosas sobre el premio Nobel de este a?o". La t¨ªa, muy brit¨¢nica, no dio ninguna muestra de asombro, sino que pidi¨® por favor un minuto, mientras se secaba.
La curiosidad fue satisfecha. Al contrario de los escritores delas Am¨¦ricas, que conocemos la noticia al amanecer, los europeos la conocen a la una de la tarde, que es la hora en que el sobrio Lars Gyllensten, secretario de la Academia Sueca, hace el anuncio oficial. De modo que William Golding no fue despertado por nadie, sino que se enter¨® de su buena nueva como cualquier vecino: oyendo por radio las noticias del mediod¨ªa.
Visto por la se?ora Betty Graham-Yool, el nuevo premio Nobel se parece de un modo sorprendente a la imagen que un lector podr¨ªa haberse formado por sus libros. Es un hombre de barba y cabellos blancos, que vive con su esposa Ann y sus dos hijos -un var¨®n y una mujer-, pero que a sus 72 a?os no puede considerarse como un viejo, porque lleva una vida muy activa. Su segunda vocaci¨®n es la m¨²sica, pero no s¨®lo para o¨ªrla, sino para ejecutarla en cualquiera de estos instrumentos: el viol¨ªn, la viola, el piano o el oboe. Su tercera vocaci¨®n es la navegaci¨®n, como ya deben de haberlo imaginado sus lectores y como resulta natural en alguien que admira tanto a otro gran escritor de alta mar: Herman Melville. Su cuarta vocaci¨®n es la egiptolog¨ªa. Sin embargo, hace poco se descubri¨® una quinta vocaci¨®n, que es la de jinete. Se ha comprado un caballo y en las tardes de buen tiempo se le ve galopar por los campos vecinos con tanta propiedad como si lo hubiera hecho toda la vida.
Alguien con quien hab¨ªa hablado antes de conversar por tel¨¦fono con la se?ora Graham-Yool me hab¨ªa dicho con raz¨®n que era f¨¢cil inventar la vida de un escritor ingl¨¦s de 72 a?os que vive en el campo. "Seguro que tiene un perro y que los domingos trabaja en el jard¨ªn", me dijo. Goldin -que se levanta a escribir a las cinco de la ma?ana y que, adem¨¢s, tiene que sacar tiempo para sus otras cuatro vocaciones- no es aficionado a las flores, pero, en cambio, su esposa cultiva unas orqu¨ªdeas que son la admiraci¨®n de la aldea. La se?ora Graham-Yool reiter¨® que el jard¨ªn de los Goding es uno de los m¨¢s bellos de Inglaterra. Dijo, por ¨²ltimo, que le gusta ver al nuevo premio Nobel cabalgando con su magn¨ªfica estampa de vikingo, y se apresur¨® a aclarar que no es un hombre insociable, sino que se mantiene un poco al margen de sus vecinos, m¨¢s bien por timidez.
En todo caso, la jornada del jueves transcurri¨® en Broadchalke como otra cualquiera. Nadie perturb¨® la paz virgiliana de Ebble Thatch, la caba?a con techo de palma donde los Golding recib¨ªan llamadas telef¨®nicas y telegramas del mundo entero. No en vanos ellos y los otros 600 habitantes son ingleses y saben que un premio Nobel no cae del cielo todos los d¨ªas, pero que, en todo caso, no es algo tan importante como para perturbar la vida privada de un buen vecino.
Sin duda aterrorizado tambi¨¦n por el discurso que debe pronunciar en Estocolmo dentro de 60 d¨ªas interminables.
?1983
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