Valent¨ªn Gonz¨¢lez en el exilio
El ¨²ltimo h¨¦roe popular espa?ol dibujaba en el m¨¢rmol de la mesa de caf¨¦ el plano de las batallas. Desarrapados, arrasados por una dura jornada de alba?iler¨ªa, los restos de su estado mayor le escuchaban, hac¨ªan alguna t¨ªmida observaci¨®n, a veces discut¨ªan. El caf¨¦ Mabillon, a unos pasos de Saint-Germain-d¨¦s-Pr¨¨s, no cerraba jam¨¢s -ouvert la nuit- y la cuadrilla de Valent¨ªn Gonz¨¢lez, El Campesino, peque?os contratistas de obras m¨ªnimas, descansaban all¨ª del trabajo."Mi general, usted no recuerda bien, la l¨ªnea enemiga no pasaba por aqu¨ª...".
Fernando Barros le hablaba siempre de usted. Era un hidalgo. S¨®lo acept¨® formar parte de la cuadrilla como cocinero: el ¨²nico oficio manual que puede aceptar un caballero (Barros muri¨® atormentado por las deudas que no pod¨ªa pagar; un tiempo despu¨¦s de su entierro, sus acreedores recibieron cada uno un giro postal con la cantidad exacta y un remitente: "Fernando Barros, tumba n¨²mero XXXXX del cementerio de X". Parece que fue su vieja novia, que sab¨ªa que el alma del hidalgo gallego no podr¨ªa descansar si no pagaba).
Nunca me quise aproximar a El Campesino. Hab¨ªa algo m¨¢s fuerte que la atracci¨®n por el testimonio, que el tir¨®n profesional por saber c¨®mo era de verdad, y en la desgracia final, el h¨¦roe de leyenda. Y es que la leyenda era demasiado dura. El Campesino ven¨ªa de las filas del pistolerismo y la dinamita -ven¨ªa del hambre de Extremadura y del trabajo forzado de Pe?arroya- y hab¨ªa llevado a la guerra crueldades suplementarias. Fusilaba en sus propias filas. No s¨®lo era el general que conten¨ªa, pistola en mano -pistola disparando- el retroceso de sus primeras filas -gesto ¨¦pico tantas veces cantado en ¨¦l y en otros, pero que decididamente me espanta sino el que mandaba ejecutar a sus soldados con enfermed¨¢des ven¨¦reas, a las prostitutas que se acercaban al frente, a los homosexuales. No parec¨ªa que pudi¨¦ramos estar en la misma mesa de caf¨¦. Se cruzaba con esa leyenda la antileyenda, la que le hab¨ªan tejido los comunistas. Seg¨²n ellos, el ¨ªdolo estaba inventado, y los poetas que le cantaron -el propio Miguel Hern¨¢ndez, que fue su comisario pol¨ªtico-, estimulados por la necesidad de la causa nacional. Se hab¨ªa fabricado un h¨¦roe, un nuevo Empecinado.
La antileyenda, la contraleyenda comienza cuando El Campesino abandona la Uni¨®n Sovi¨¦tica, donde le hab¨ªan respetado el grado de general de divisi¨®n, pero no el talante. La guerra, all¨ª y entonces, era otra cosa. y Stalin... El Campesino emprendi¨® entonces una larga marcha: disfrazado, fugitivo, atraves¨® el inmenso pa¨ªs y fue a emerger a lo que hoy llamamos Ir¨¢n, entonces todav¨ªa Persia. Iba -contaba ¨¦l a su cuadrilla- robando gallinas por el camino para escapar. Escapa de la disciplina y ten¨ªa los viejos recursos de su infancia hambrienta y su juventud pistolera. En Persia le recogieron los ingleses y le entregaron de nuevo a la URSS, que le meti¨® en el campo de concentraci¨®n de Vokuta, y de all¨ª volvi¨® a escapar.
Lo m¨¢s oscuro en el nuevo per¨ªodo de Valent¨ªn Gonz¨¢lez, el Campesino, en este exilio fue su servicio a Estados Unidos. En las primeras elecciones italianas fue llevado a Roma para dar una conferencia de prensa en la que explicaba la realidad del comunismo, como parte de la gran campa?a de la Democracia Cristiana -y de Truman- para evitar una vota¨¦i¨®n masiva en favor del PCI.
Luego se repiti¨® el espect¨¢culo en alg¨²n otro pa¨ªs. Pero pr¨¢cticamente no val¨ªa, o val¨ªa de una manera m¨¢s astuta de lo que ¨¦l mismo cre¨ªa. Aunque los textos se los escrib¨ªa otro anticomunista espa?ol, no resist¨ªa las preguntas, los coloquios, las conversaciones pol¨ªticas. M¨¢s que ahuyentar el espectro comunista como un converso, lo conjuraba sin querer por la reflexi¨®n de c¨®mo un hombre as¨ª pod¨ªa haber sido general de divisi¨®n en Espa?a y en la URSS, un general comunista. Pas¨® su utilidad y volvi¨® a Par¨ªs, a la cuadrilla.
En el Mabillon no s¨®lo contaba sus antiguas glorias militares, y no s¨®lo recib¨ªa el testimonio de lo que sin ninguna duda hab¨ªa sido su valor y su hero¨ªsmo personal -en ello no hay testigo que no concuerde- , sino que escrib¨ªa sus libros -o los contaba a quien recog¨ªa sus palabras- y preparaba el regreso a Espa?a. A veces fabulaba a prop¨®sito de entradas clandestinas y refer¨ªa pasajes y personajes poco concordes con la realidad. Y a veces aseguraba que ten¨ªa ya un ej¨¦rcito capaz de levantarse a su voz de mando. Cuando alguien le preguntaba con qui¨¦nes contaba, El Campesino gui?aba un ojo, bajaba la voz y dec¨ªa a sus antiguos camaradas:
"Con la Guardia Civil..."
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