Redacci¨®n, noche
Conforme pasan las horas, la sala, que es muy grande, se vac¨ªa hasta quedar reducida al escueto cuerpo de guardia, y hay noches en que no ocurre nada y puedes echar el cierre y buscar la ¨²ltima copa sin que te pinche en los o¨ªdos una llamada telef¨®nica que te comunica el nuevo hallazgo de la estupidez humana, sin que te escueza, en los ojos un teletipo que te enlaza sin misericordia con la crueldad. En ocasiones puedes irte a dormir con el coraz¨®n ligero, sin el fardo grasiento de las malas noticias ensuci¨¢ndote el alma.Pero muy a menudo te sientes como un pana que, durante unas horas, esas horas que separan tu retirada al sue?o de la amanecida de la gente normal, lleva condensada en su est¨®mago, hecha una pelota, toda la mierda que fabrica este mundo.
A esa altura, cuando quedan rnuy pocos en la redacci¨®n y la informaci¨®n se centraliza y cae como una piedra sobre escasas cabezas, te enteras de que aumenta -de una edici¨®n a otra del peri¨®dio- el n¨²mero de muertos en Beirut; ignoras si la ni?a herida en atentado sobrevivir¨¢ a sus cinco meses; en el Zoo se est¨¢ extinguiendo la madre de Chu-Lin y qui¨¦n sabe qu¨¦ otras bellaquer¨ªas deben estar coci¨¦ndose al otro lado del t¨¦lex.
Todos tratan, entonces, de hacer ver que son fuertes, y fr¨ªos, y bregados en el turbio, asunto de recibir y dar malas noticias. Hay uno que, piadoso, cuenta los viejos chistes que todos hemos re¨ªdo en otras noches c¨®mo si los acabara de inventar. Nadie quiere mostrar el des¨¢nimo que descorazona al compa?ero y te vuelve a dar en la cara, de rebote. Al acabar, te diriges disciplinadamente a la copa que te espera, generalmente, en un antro al que van a parar otros de sarraigados.
Al llegar a casa, compruebas que esa persona con la que vives duerme desde hace mucho, ajena, pese a su habitual ternura, al hecho de que te metes en la cama a tientas con tu desesperanza, con ese miedo de v¨¦rtigo que da pertenecer al reducido grupo que, por un tiempo muy breve, conoce las desdichas como s¨®lo las saben quienes las provocan, como las conocen los asesinos.
Hasta que la informaci¨®n se desparrama y nos iguala a todos, el, periodista es un triste, solitario e insomne cubo de la basura.
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