Ni?os
Cada vez se maltrata a m¨¢s ni?os. O existe acaso m¨¢s conciencia de que se les maltrata. Unos 40.000 son apaleados cada a?o en Espa?a y casi 5.000 son asistidos en hospitales. No se pueden soportar. Son demasiado incoherentes, inc¨®modos melindres, caros, himplan como las panteras.Los ni?os ideales eran como una reserva de az¨²car. Se les ten¨ªa en bondadosa cautividad, siempre disponibles para sorber de su dulzura. Con ellos se alcanzaba a viajar por nuestra edad, a reconocer en sus firmes ilusiones nuestras fantas¨ªas de repertorio, a disuadir en su cuerpo blando nuestro infortunio. Nos pod¨ªamos adentrar a voluntad en sus laberintos y esbozar esa sonrisa pl¨¢cida que nos trasformar¨ªa en bobos impunes.
Con todo, si se abandona lo ideal por lo real, parecen convertidos en otra cosa. Deben de ser lo mismo, puesto que son ni?os. Se les da la comida machacada y tienen anginas, pero no operan en la practica como mansos refugios de la desdicha. No se trata esencialmente de que, una vez encamados, se rebelen. Sencillamente, da la sensaci¨®n de que se reconocen entre s¨ª. Que comunic¨¢ndose, a su enigm¨¢tica manera, adquieren la conciencia de su insoslayable ni?ez. Lloran hasta que les complace seguir llorando, comen los macarrones hasta que les flaquean las ganas de los macarrones, exigen sus cotas de diversi¨®n como una fiera su pitanza. No tienen por qu¨¦ ceder al arbitrio de los padres. ?Qui¨¦nes son, por otra parte, los padres? Unos adultos que descubrieron previamente sus derechos y encima fuman.
La casu¨ªstica que comprende a todos los supuestos de ni?os gravemente maltratados, constituye la m¨¢scara escandalosa del fen¨®meno. Pero tras esta pat¨¦tica cordillera de crueldad, habita, silenci¨¢ndose en la moqueta y el ruido del televisor, una brega sustantiva y denegada. Carnes de nuestras carnes, sangres de nuestras sangres, alimentados y vestidos con nuestros sueldos y, sin embargo, nos observan. ?Podr¨ªamos reintegrar, en represalia, su carne a nuestra carne, sus gastos a nuestro patrimonio, su mirada a nuestra mirada y hacerles comprender as¨ª que en realidad no existen? Imposible. Sobreviven, nos presiden. Nos miran, y s¨®lo cabe esperar que nos perdonen.
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