Brasil, hacia el vac¨ªo
A principios de la d¨¦cada de los sesenta, un imaginativo alcalde de R¨ªo de Janeiro encontr¨® la f¨®rmula menos onerosa para embellecer la ciudad: que las favelas, los miserables barrios de madera y lat¨®n que miran desde los morros hacia abajo a los hermosos barrios de la bah¨ªa, pintaran las viviendas en colores vivos.Los habitantes respondieron con un samba que hizo desistir al alcalde cuando todo Brasil comenz¨® a cantar: "Favela amarilla, / iron¨ªa de la vida, / pintan la favela / hacen a la acuarela la miseria colorida".
Los brasile?os tienen el don de unir escepticismo, iron¨ªa y humor; el sentido musical hace el resto. Por otro lado, hab¨ªa alguna base para el buen humor, a pesar de la dictadura militar y la falta de libertades. La d¨¦cada de los sesenta vio un despegue que culmin¨®, entre 1970 y 1980, con un aumento por cuatro del ingreso per capita. Brasil se convirti¨® en la octava econom¨ªa m¨¢s productiva del mundo. Resultaba imposible enumerar todas las realizaciones alcanzadas por el milagro brasile?o.
Hoy, 20 a?os despu¨¦s de aquel samba, 10 a?os despu¨¦s de que los economistas brasile?os, encabezados por Roberto Campos, dictaran c¨¢tedra de desarrollo en los foros internacionales, las favelas se han multiplicado, la miseria sigue gris y descolorida, el humor ha desaparecido.
El milagro brasile?o no existi¨®; fue un error ¨®ptico o una trampa financiera. Ahora, cuando la ¨²nica posibilidad de comer en las ciudades industriales es asaltar las tiendas de comestibles, y en las aldeas, alimentarse de perros, gatos y ratas, es dif¨ªcil escribir canciones de fina iron¨ªa.
El periodista Jackson Diehl recogi¨® esta frase de un desocupado paulistano: "S?o Paulo es una pasi¨®n y una ilusi¨®n para la gente. Ofrece todo y nada". Cada d¨ªa, 1.000 personas llegan a S?o Paulo en busca de trabajo, con la ilusi¨®n de que es todav¨ªa la ciudad ubicada en el decimos¨¦ptimo lugar entre las naciones m¨¢s productivas del mundo. Pero lo ¨²nico que les ofrece es un lugar en las columnas de desocupados que en abril ¨²ltimo asaltaron el centro de la ciudad en busca de alimentos, acto que en diversa medida se repite todos los d¨ªas.
La pol¨ªtica exterior norteamericana aseguraba entonces que Am¨¦rica Latina se inclinar¨ªa hacia donde se inclinara Brasil. Quiz¨¢ haya acertado, pero en sentido inverso. Brasil se inclina hacia el vac¨ªo; el modelo ha fallado. Un Gobierno militar fuerte, disciplina social represiva, inversiones monumentales, pr¨¦stamos ilimitados de los organismos internacionales, aplausos de los voceros del mundo desarrollado y un resultado: 90.000 millones de d¨®lares de deuda externa y ninguna posibilidad de cancelarla; ca¨ªdas entre el 13% y el 26% en las exportaciones, producci¨®n de acero, elaboraci¨®n de alimentos y producci¨®n industrial.
La bancarrota econ¨®mica tambi¨¦n permite comprobar la bancarrota moral del modelo. Las grandes obras, las inversiones industriales, s¨®lo serv¨ªan para cubrir operaciones financieras. Las necesidades del hombre brasile?o no entraban en consideraci¨®n. Ahora, al estallar la crisis, los dirigentes brasile?os descubren, azorados y atemorizados, que del milagro s¨®lo resta un hombre iracundo. Un hombre que se siente enga?ado con las estad¨ªsticas del milagro; que est¨¢ hambriento (38% de la poblaci¨®n debajo del nivel m¨ªnimo de alimentaci¨®n); un hombre, que no est¨¢ con humor para re¨ªrse de un alcalde o de un ministro de Econom¨ªa y, en cambio, se ve obligado a asaltar las panader¨ªas.
A medida que el hombre brasile?o pierde el miedo, ¨¦ste crece en el mundo financiero. Se elaboran nuevas estrategias: sostener el pa¨ªs de cualquier modo a trav¨¦s de las instituciones financieras mundiales, ya que la ca¨ªda de Brasil en el vac¨ªo ser¨ªa el derrumbe de una sociedad m¨¢s que de un sistema; prorrogar las deudas sobre la base de medidas de austeridad aplicadas a los hambrientos, y otorgar nuevos cr¨¦ditos bajo promesa brasile?a de reducir el consumo de quienes ya muy poco consumen. Y los funcionarios brasile?os aceptan.
Nadie ignora que Brasil no puede cumplir con estas exigencias, ni siquiera a costa de retornar a una represiva dictadura militar. Y todos saben que si no acepta las exigencias no habr¨¢ valla ante el vac¨ªo. Ganan tiempo enga?¨¢ndose unos a otros, aunque todos saben que el rey est¨¢ desnudo. Las instituciones financieras exigen que Brasil reduzca a la mitad su inflaci¨®n del 170%, y la mitad su d¨¦ficit de 15.000 millones de d¨®lares en la balanza de pagos, aun sabiendo que es una exigencia absurda por inalcanzable, y que por ser inalcanzable resultar¨¢ en un detonante impredecible. Falta que exijan a Brasil la reducci¨®n de su poblaci¨®n a la mitad por medio de una guerra qu¨ªmica. contra los desocupados. Entre una sobria reconversi¨®n econ¨®mica y una expansi¨®n espectacular, los economistas brasile?os eligieron lo espectacular, dej¨¢ndonos ahora ante el espect¨¢culo de una naci¨®n de 125 millones de personas a punto de explotar. A pesar de ello, nadie se muestra voluntariamente responsable. Prefieren escudarse en la moral de las intenciones a enfrentar la moral de los resultados.
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