Meritocracia e indefensi¨®n
John Smith, actualmente sin empleo, al conocer que en cierto departamento de la Administraci¨®n se ha producido una vacante, presenta la oportuna 10.5pinstancia para solicitar la plaza y adjunta el apretado pliego de m¨¦ritos y certificaciones de aptitud que le acreditan para ocuparla. Nada m¨¢s haberla presentado por la v¨ªa ordinaria, encuentra a un viejo amigo, quien, mira por d¨®nde, le dice tener excelentes relaciones con el jefe de la oficina, le recomienda ante ¨¦l con ¨¦xito, y en seguida Smith, sin m¨¢s tr¨¢mite, es designado para el puesto. Meses despu¨¦s recibe en casa una carta de la Administraci¨®n. Es la respuesta a su instancia y es una denegaci¨®n: su solicitud y m¨¦ritos han sido esmeradamente examinados; por desgracia, no es el hombre que buscaban, no se ajustaba bien a los requisitos de la plaza; ¨¦sta ha sido adjudicada a otra persona; lo lamentan much¨ªsimo... El se?or Smith, a medida que avanza en la lectura de la carta, se siente crecientemente perplejo y busca con curiosidad la firma. All¨ª se ve a s¨ª mismo. La carta de negativa viene firmada por John Smith.Esta es una antigua historia que no le ocurri¨® por vez primera al se?or Smith, y que parece datar de los inicios de las imponentes burocracias germanas, cuya racionalidad analiz¨® Max Weber y sobre cuya irracionalidad Musil novel¨® en El hombre sin atributos. Lo m¨¢s frecuente, sin embargo, es que John Smith; o sencillamente Juan, si acercamos la historia a nuestras latitudes, reciba la carta de negativa -si es que la recibe- firmada por otra persona, no por s¨ª mismo. En este caso, no le salta a la vista el indecente rev¨¦s de la trama, cuyo desciframiento, de todos modos, no requiere mucha perspicacia.
El principio igualitario, democr¨¢tico, dice: a cada uno seg¨²n sus m¨¦ritos, seg¨²n sus aptitudes, y, puesto que en democracia estamos, salen a concurso hasta las plazas de limpiadoras en los ministerios. En apariencia, domina la ideolog¨ªa del m¨¦rito, del m¨¢s apto. La pr¨¢ctica suele ser muy diferente y contin¨²a siendo dedocr¨¢tica: no la capacidad o los m¨¦ritos, es el dedo quien designa. No le discutamos a Juan su idoneidad, sus m¨¦ritos; tan s¨®lo abr¨¢mosle los ojos y hag¨¢mosle ver que est¨¢ indefenso.
En una sociedad estamental, de antiguo r¨¦gimen, ya se sab¨ªa que m¨¦ritos y aptitudes contaban para poco. Cada. cual estaba determinado, por la cuna y por el orden en ella ocupado, a ser conde, o abadesa, o mayoral, o porquero. No hab¨ªa lugar a sentirse frustrado, no ten¨ªa cabida la experiencia de la indefensi¨®n, pues nadie hac¨ªa nada para ser distinta cosa de la que era y estaba destinado a ser. La racionalidad burguesa, por aquello de hacer m¨¢ximos y ¨®ptimos la producci¨®n y el rendimiento, introdujo la movilidad social (the right man in the right place) y la ideolog¨ªa del m¨¦rito para legitimarla. En esa ideolog¨ªa estamos. Con los nuevos pasos en el proceso democratizador, todos son concursos de m¨¦ritos y cada d¨ªa sale alguno en los peri¨®dicos: para ayudantes en la Universidad, para cuidadores en centros de educaci¨®n especial, para encargados de la limpieza.
Hist¨®ricamente democr¨¢tico, pol¨ªticamente revolucionario frente a la organizaci¨®n en castas o en estamentos, el principio meritocr¨¢tico, sin embargo, adolece de cortedad de miras en la regresi¨®n anal¨ªtica hacia las causas.No se pregunta de d¨®nde viene el m¨¦rito; lo recibe como un dato, sin examinar su g¨¦nesis, sus determinaciones y condiciones sociales de aparici¨®n. El an¨¢lisis de estas condiciones revelar¨ªa desde luego que las personas meritorias resultan acreedoras a mucho menos honor del que se les dispensa y que las aptitudes personales han surgido de un origen social, ambiental, nada carism¨¢tico, que obliga a replantear qu¨¦ es eso de apto e inepto, y sobre todo c¨®mo se engendran una y otra condici¨®n. Aun con estas reservas, y de todos modos, el principio del m¨¦rito y de la aptitud es preferible al de la predestinaci¨®n estamental y al de la designaci¨®n por el jefe. Si no un bien social insuperable, la meritocracia es, al menos, un mal menor.
Ahora bien, lo que, est¨¢ sucediendo aqu¨ª y ahora en Espa?a bajo Gobiernos democr¨¢ticos es que, so capa de meritocracia formal, persiste la dedocracia sustantiva. Es el dedo que no cesa. Cada vez hay m¨¢s concursos, pero cada vez m¨¢s a sabiendas de que la plaza est¨¢ dada y de que el concurso constituye la formalidad burocr¨¢tica para convalidar la adjudicaci¨®n del puesto a alguien ya agraciado previamente. El se?or o se?ora concursante a una plaza de empleado de limpieza ya puede hacer demostraciones de malabarismos con la fregona, dejar con ella los suelos como espejos o cabalgar sobre la escoba como las brujas de cuento. En rigor, se halla en situaci¨®n de lo que los psic¨®logos han definido como indefensi¨®n: haga ahora lo que haga, haya hecho lo que haya hecho, el resultado del concurso es independiente de sus actos, no existe relaci¨®n alguna entre sus operaciones -su conducta operante, dir¨ªan los psic¨®logos- y los acontecimientos que le suceder¨¢n. Juan, que crey¨® ingenuamente en sus dotes, en la demostraci¨®n de las mismas, y acudi¨® al se?uelo del anuncio p¨²blico de la vacante, est¨¢ indefenso; lo est¨¢ de manera objetiva, y tal vez llega subjetivamente a saberlo, a aprender duramente su situaci¨®n de indefensi¨®n.
Las tres caracter¨ªsticas psicol¨®gicas b¨¢sicas de la indefensi¨®n aprendida son que el individuo se siente emocionalmente perturbado, alterado, en malestar; que su energ¨ªa motivadora queda minada para emprender otras acciones, produci¨¦ndose en ¨¦l una
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Meritocracia e indefensi¨®n
Viene de la p¨¢gina 9 dr¨¢stica ca¨ªda de actividad general; que pierde incluso, capacidad de realizar nuevos aprendizajes en nuevas experiencias. Los investigadores de la indefensi¨®n aprendida, por otra parte, han encontrado ser suficiente una sola vez en que el individuo haya experimentado que no, todo est¨¢ perdido, que no es el fin del mundo Para ¨¦l, aun no habi¨¦ndose producido el efecto esperado, para que adquiera cierta inmunizaci¨®n frente al estado y sentimiento de indefensi¨®n. Como, encima de eso, cada cual valora casi siempre en exceso la propia capacidad, puede ocurrir tambi¨¦n que Juan se sienta frustrado e incluso fracasado, mas no aprenda la indefensi¨®n; antes bien, siga profesando indemne confianza, a la vez, en sus merecimientos y aptitudes personales y en una ideolog¨ªa meritocr¨¢tica que halaga la perspectiva egoc¨¦ntrica y se hace c¨®mplice de ella.?Qu¨¦ es mejor para Juan, aprender la indefensi¨®n y caer en posici¨®n depresiva, acaso en la indiferencia, o no aprenderla, y continuar esperando, confiando en sus aptitudes, y en que alguna vez le ser¨¢n reconocidas? Mientras ¨¦l mismo se decide a uno u otro curso de acci¨®n, y si es que Juan tiene ya donde ganarse el pan, no le vendr¨¢ mal desde luego tomar conciencia de la naturaleza ideol¨®gica del principio meritocr¨¢tico y tambi¨¦n tomar alguna distancia, ganar cierto descentramiento en la percepci¨®n de s¨ª mismo y de sus propias dotes. Ahora bien, si nuestro amigo est¨¢ en paro, o est¨¢ en busca de su pruner trabajo, entonces la pregunta sobre lo mejor para ¨¦l -aprendizaje de la indefensi¨®n o resistencia- acaso no sea pertinente y pertenezca m¨¢s bien a aquel g¨¦nero de preguntas de las que Brecht dijo que en la situaci¨®n de parado carecen de sentido.
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