T¨¤pies
Sombras que se extienden sobre el ocre como difurninaciones de la nada, grafitos que enlazan el tiempo con el tiempo, la pintada sensitiva y atroz, elocuente, del marr¨®n oscuro sobre el marr¨®n claro, unos caligrafismos gruesos, anteriores a la caligraf¨ªa. Qu¨¦ ejemplo moral, Antoni T¨¤pies, qu¨¦ ejemplo moral de pintor. Me llega, c¨¢lido y perfumado de imprenta, su libro Memoria personal, y, con ¨¦l, todo lo que nuestra generaci¨®n aprendi¨® en T¨¤pies. Lo que aprendimos de ascetismo, de reducci¨®n de la realidad a su ¨²ltima realidad sin rostro, esa mirada entre oriental y ampurdanesa, que ¨¦l echa sobre el mundo, viendo o creando los signos del tiempo -tapias, vac¨ªos, playas, grafitos- donde el tiempo ya ni deja huellas. Est¨¢ en su rostro comprimido, retra¨ªdo, interiorizado, como de inquisidor bueno de izquierdas. El pelo en desorden, las gafas en su sitio, para ajustar el mundo, la boca prieta, para decir, del mundo, s¨®lo lo necesario. (Seix/Barral, Biblioteca Breve). Al fin es corriente un tal¨®n incorriente que, por deficiencias bancarias, me hab¨ªa hecho llegar al admirado Jaime Camino.De Barcelona nos llegan siempre sorpresas bancarias y genios pl¨¢sticos, como Camino o T¨¤pies: mis disculpas al gran director de cine. Catal¨¢n de los a?os veinte, abstracto que lleva la abstracci¨®n a sus ¨²ltimas y ya casi asc¨¦ticas consecuencias, el parvulario de T¨¤pies fue el surrealismo.
Pero uno ha pensado siempre que el surrealismo, l¨²dico y loco, no acababa de irle a este estilita/estilista del arte puro. ?l ten¨ªa que hacer mucho m¨¢s y mucho menos,
Pinturas como atardeceres s¨®lo de arena, desolados, esculturas s¨®lo de idea, cer¨¢micas de matriz oriental, quiz¨¢, grabados que tienen toda la espontaneidad y la impronta de quien sabe rasgar una p¨¢gina de La Vanguardia y escribir sobre ella (mejor si es la p¨¢gina de anuncios por palabras) con una escritura que no existe. Y los libros. Es uno de esos pintores que necesitan escribir, no, como otros, por igualar con la prosa el pensamiento pl¨¢stico inlogrado, sino por exceso rebasante/rebosante de su saber, de su vivir, de su saber vivir en monje oriental de las Ramblas: una cosa muy rara, pero muy eficaz. El pensamiento pol¨ªtico de T¨¤pies (uno de los grandes "arrecog¨ªos" de Montserrat, cuando el franquismo) no est¨¢ en contradicci¨®n vana, como creen los banales, con el descompromiso de su arte, sino que todo viene a ser lo mismo. El hombre que quiere reducir el mundo a punto y raya, y lo hace genialmente, es el hombre que quiere reducir la verdad a s¨ª misma. Todo ascetismo est¨¦tico supone una exigencia ¨¦tica. T¨¢pies ha vivido la Barcelona de los treinta, con su resto de vanguardias y su marquesina de sombra b¨¦lica. T¨¤pies ha vivido el Madrid cuarentaflista, el Par¨ªs de Sartre, el Nueva York del medio siglo, la amistad de Picasso, Mir¨® o Duchamp. Pero la verdad de su gran obra ¨¦l cree que est¨¢ en, las ense?anzas orientales. Yo dir¨ªa que es un gran occidentalizador de tanto orientalismo, de tanto jai/kai moral como le amuebla el alma. Su s¨ªntesis del mundo no es pl¨¢cida, como la oriental, sino dram¨¢tica, occidental, postbaudeleriana, desgarrada, moderna.
T¨¢pies, contando en prosa llana la verdad general del mundo, nos da el arranque pequefloburgu¨¦s de su origen, hacia la s¨ªntesis, la exigencia y esas tapias/t¨¤pies d¨¦ la pobreza, sobre las que ha pasado su mirada oriental de catal¨¢n occidental¨ªsimo.
Hou K'ieou-tsen, subido en un almendro de acuarela, se lo dijo a T¨¤pies: "El objetivo supremo del viajero es ignorar ad¨®nde va". Lie Tsen trata de eso en El verdadero cl¨¢sico del vac¨ªo perfecto. T¨¤pies, y en su libro lo cuenta, ama la sugesti¨®n de la obra inacabada. Pero su urgencia moral le lleva a deducirla todo. Aqu¨ª su imperativo categ¨®rico, su desgarr¨®n entre Baudelaire y Kant, con un chinito de por medio.
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