Cervantes y la libertad
EL PREMIO Cervantes es el m¨¢s importante galard¨®n literario -en dinero y en prestigio- que se otorga en nuestro pa¨ªs; un premio que naci¨® con la democracia, que fue dotado por el Estado con generosidad presupuestaria y que se configura como una especie de, Nobel a la espa?ola. Pese al excesivo papel de los medios gubemamentales en su concesi¨®n, y pese al discutible mecanismo ideado para la presentaci¨®n de candidaturas, la relaci¨®n de los galardonados en las iniciales convocato rias apenas deja lugar para la cr¨ªtica o el disentimiento. La incorporaci¨®n, en 1983, del nombre de Rafael Alberti a la lista en la que ya figuraban Jorge Guill¨¦n, Alejo Carpentier, D¨¢maso Alonso, Jorge Luis Borges, Gerardo Diego, Juan Carlos Onetti, Octavio Paz y Luis Rosales no hace sino confirmar el acierto global de esa selecci¨®n y, tambi¨¦n, la sobrada riqueza de las letras espa?olas e hispanoamericanas para nutrir durante un per¨ªodo inde terminado de tiempo ese valioso elenco. La integraci¨®n de Rafael Alberti en el cat¨¢logo del Premio Cervantes no es s¨®lo la recompensa a una obra po¨¦tica indiscutible sino que tiene tambi¨¦n el car¨¢cter de una reparaci¨®n inexcusable a uno de los m¨¢s grandes creadores espa?oles del siglo XX. Que el autor de Marinero en tierra o Sobre los ¨¢ngeles ocupase un lugar marginal en la vida institucional de la literatura castellana era una piedra de esc¨¢ndalo que las futuras generaciones espa?olas no hubieran podido comprender ni admitir. Aun as¨ª, a nadie le resultar¨¢ f¨¢cil explicar dentro de 50 a?os que Rafael Alberti no haya honrado con su presencia la Real Academia Espa?ola. Las disculpatorias alusiones al largo exilio y a la militancia pol¨ªtica del poeta gaditano para dar cuenta de esa injustificable exclusi¨®n no hacen sino a?adir a la mezquindad moral de sus adversarios el bochorno superfluo del revanchismo ideol¨®gico. Quienes se rasgan hoy las vestiduras ante la concesi¨®n del Premio Cervantes a Rafael Alberti, tomando como pretexto cuestiones triviales de dudoso procedimiento, no hacen sino actualizar con apariencias formales el viejo sectarismo de fondo que, a lo largo de la posguerra, trastoc¨® los valores de la creaci¨®n espa?ola, excluy¨® a los poetas, de la generaci¨®n del 27 de nuestra gran tradici¨®n literaria y concedi¨® celebridad artificial a insignes median¨ªas. La tentativa de empa?ar, con reticencias de r¨¢bulas, el reconocimiento oficial del que era acreedor el gran poeta de El Puerto de Santa Mar¨ªa muestra s¨®lo la ruindad de las gentes deseosas de instrumentar el mundo de la cultura para rid¨ªculos objetivos pol¨ªtico-partidistas, aunque sea mediante el necio ardid de sepultar las medidas de valoraci¨®n espec¨ªficamente literarias- bajo la losa de aspavientos burocr¨¢ticos.
Que la poes¨ªa de Rafael Alberti se encuentre ya situada por encima de las modas y las capillas y pertenezca a la gran historia de la literatura contempor¨¢nea convierte en dificilmente criticable el fallo del jurado y no hace desmerecer en modo alguno a sus competidores en esta convocatoria. La literatura rechaza las codificaciones, se resiste a las comparaciones y abre un campo considerable a la diversidad de juicios. En esta ocasi¨®n, sin embargo, el enorme peso de la obra de un hombre que vive ya su octava d¨¦cada ha dejado en simples candidatos a dos escritores tan considerables como Camilo Jos¨¦ Cela y Arturo Uslar Pietri. No les faltar¨¢n oportunidades en el futuro, como tampoco a otras figuras de las letras de Am¨¦rica Latina y de Espa?a, para obtener el, Premio Cervantes, en cuya sala de,espera cabe adivinar la presencia de creadores tan importantes -en una enumeraci¨®n nada exhaustiva- como Vicente Ale¨ªxandre, Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, Miguel Delibes, Julio Cort¨¢zar, Gonzalo Torrente Ballester, Juan Rulfo, Juan Benet, Mario Vargas Llosa, Rafael S¨¢nchez Ferlosio o Carlos Fuentes. Por desgracia para todos, la muerte se ha. encargado de que Jos¨¦ Bergam¨ªn quedara fuera de cualquier posible competici¨®n.
El nimio incidente de la discusi¨®n oficinesca sobre los plazos de la inicial presentaci¨®n y la posterior subrogaci¨®n de la candidatura de la Academia colombiana, que ha provocado una algarab¨ªa comparable a las tormentas en vasos de agua, permite, sin embargo, plantearse lateralmente la cuesti¨®n de las eventuales deficiencias existentes en la,organizaci¨®n del Premio Cervantes. El Ministerio de Cultura del Gobierno socialista no hizo, en esta ocasi¨®n, m¨¢s que aplicar la imperfecta normativa que le hab¨ªa sido legada por las Administraciones anteriores. Para futuras convocatorias, es necesaria una mo,dificaci¨®n de las reglas del Premio Cervantes, tanto en lo que se refiere a la presentaci¨®n de candidaturas como a la composici¨®n del jurado cal¨ªficador. El Ministerio de Cultura, por voluntad de quienes antecedieron a Javier Solana en la titularidad de la cartera, y las Academias de Espa?a y Am¨¦rica Latina tienen un peso excesivo en la organizaci¨®n del Premio Cervantes. Aunque la ejecutoria del Premio Cervantes ha sido objetivamente intaIchable, tanto en tiempos de UCD como con el Gobierno socialista, la Administraci¨®n deber¨ªa arbitrar otros mecanismos m¨¢s ¨¢giles para la presentaci¨®n de los candidatos y abrir el jurado, sin caer en el corporativismo, al mundo de la aut¨¦ntica literatura que hoy se escribe en castellano a uno y otro lado del Atl¨¢ntico. De esta forma se desvanecer¨ªa la m¨¢s remota sombra de duda sobre la eventual politizaci¨®n de un galard¨®n que honra a nuestras letras y que no deber¨ªa ser ensuciado por quienes tratan de aplicar, con finalidades partidistas, sus ¨ªnfimos prejuicios de mesa-camilla a las creaciones de la cultura.
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