La empresa de Dios
Las relaciones entre Iglesia y Estado han pasado por varias vicisitudes a lo largo de la historia. De una multinacional de comunidades religiosas y prof¨¦ticamente cr¨ªticas, sin alternativa de poder, se pas¨® a una situaci¨®n de pacto mutuo. Constantino fue ciertamente un emperador de izquierda: vio que era in¨²til luchar con aquella poderosa internacional de la fe y prefiri¨® pactar con ella. Fue una concesi¨®n de libertad religiosa. M¨¢s adelante Teodosio dio un paso m¨¢s: incorpor¨® el cristianismo a la ideolog¨ªa del Estado. Para ser un buen ciudadano del imperio era casi necesario ser cristiano. No es que las iglesias cayeran tan ricamente en la trampa, pero s¨ª se dejaron influir mucho por este criterio. Sin embargo, el conflicto entre autoridad civil y autoridad eclesi¨¢stica sigui¨® produciendo sus confrontaciones a lo largo de la Edad. Media, e incluso de la Edad Moderna..Eso que llamamos modernidad tra¨ªa en su programa la secularizaci¨®n del Estado. El Estado no deber¨ªa tener color religioso. Dentro de su ¨¢mbito podr¨ªan continuar las comunidades religiosas, pero poni¨¦ndose en la cola de las dem¨¢s instituciones de la ciudad secular.. Esto no siempre se hizo as¨ª, porque los mismos jefes de Estado segu¨ªan necesitando de agua bendita para legitimar sus depredaciones arbitrarias. Ah¨ª tenemos la coronaci¨®n de Napole¨®n por el papa P¨ªo VII ?Qui¨¦n iba a decir que ¨¦se ser¨ªa el colof¨®n de los primeros gritos de La Marsellesa?
Sin embargo, la modernidad arraig¨® en buena parte del mundo occidental. En Espa?a no tuvo lugar, aunque en breves lapsos de tiempo lo intentara. Despu¨¦s de muchos avatares y conflictos, y tras la cruenta guerra civil de 1936 a 1939, el Estado espa?ol se presenta confesionalmente cat¨®lico con todas las consecuencias.
Fuera de Espa?a las iglesias hab¨ªan asimilado ya la no confesionalizaci¨®n del Estado, pero no se hab¨ªan resignado a no estar presentes en la vida p¨²blica como una verdadera alternativa de poder f¨¢ctico. Fue la ¨¦poca de los partidos confesionales, concretamente de las democracias cristianas. Por la v¨ªa democr¨¢tica del voto, y utilizando la magn¨ªfica plataforma de los miles de p¨²lpitos y confesonarios que todav¨ªa ten¨ªa en su poder, la Iglesia consigui¨® una buena tajada en las decisiones pol¨ªticas f¨¢cticas de los Estados oficialmente aconfesionales.
Actualmente nos encontramos en una crisis de los propios partidos confesionales. A¨²n m¨¢s, podr¨ªamos decir que partidos de ideolog¨ªa lejana al cristianismo son, de hecho, m¨¢s confesionales que los restos de instituciones espec¨ªficamente pol¨ªticas animadas por la Iglesia. Y as¨ª, por ejemplo, el marxismo-leninismo insufla en los miembros del partido correspondiente una actitud de aceptaci¨®n de la ortodoxia mucho m¨¢s profundo que el que exig¨ªa la Iglesia en circunstancias parecidas.
Los espa?oles nos hemos montado en el tren de la democracia cuando ¨¦sta ya hab¨ªa hecho un largo recorrido. As¨ª se explica que la propia Iglesia cat¨®lica no haya hecho hincapi¨¦ en estar presente en el juego pol¨ªtico actual mediante unos anacr¨®nicos partidos confesionales. Entre nosotros, la democracia cristiana no ha podido levantar cabeza.
Sin embargo, hay un nuevo peligro de reconfesionalizaci¨®n amagada del Estado en sus relaciones con la Iglesia. Antigua
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La empresa de Dios
Viene de la p¨¢gina 11mente se trataba de una Iglesia legitimadora y concubina del Estado; despu¨¦s, de los partidos confesionales. Hoy existe el peligro de que la Iglesia se convierta, en medio del tr¨¢fago de la nueva sociedad democr¨¢tica, en lo que yo llamar¨ªa la empresa de Dios.
La Iglesia tiene que organizarse para poder subsistir. Esto nadie lo niega. Cualquier instituci¨®n, por modesta que sea, por an¨¢rquica que pretenda ser, necesita unos medios, una m¨ªnima burocracia y un utillaje esencial.
Pero de esto a la macroburocratizaci¨®n de una comunidad religiosa, cuyo origen est¨¢ en las bienaventuranzas y cuyos m¨¢ximos representantes son los Francisco de As¨ªs, los Juan de la Cruz, los Maximiliano Kolbe, etc¨¦tera, hay una distancia insalvable.
El hecho de que nuestra Iglesia cat¨®lica est¨¦ tan preocupada por montar secretar¨ªas eficaces de la Conferencia Episcopal, comisiones espec¨ªficas con toda clase de lujo microelectr¨®nico y otros gajes por el estilo, no deja de ser una de las viejas tentaciones diab¨®licas que los Evangelios atribuyen al propio Jes¨²s. Hoy no se tiene poder a trav¨¦s de lo pol¨ªtico, sino, sobre todo, a trav¨¦s de lo empresarial. Una Iglesia, montada como una eficaz empresa de Dios, le puede hablar de t¨² a cualquier poder f¨¢ctico de la sociedad en la que vive.
Es verdad que todav¨ªa estamos al comienzo, ya que la inmensa mayor¨ªa de las comunidades cristianas de nuestro pa¨ªs comparten la pobreza de sus compa?eros de viaje. Pero la tentaci¨®n ha asomado ya la oreja, y el que avisa no es traidor. No olvidemos que en los pueblos m¨¢s miserables del Tercer Mundo se da la tr¨¢gica diferencia abismal entre una masa que se muere de hambre y unos bur¨®cratas que est¨¢n a la ¨²ltima moda occidental.
?Se acordar¨¢n todav¨ªa nuestros m¨¢ximos responsables de la Iglesia de que Jes¨²s dijo tajantemente que "no se pod¨ªa adorar al mismo tiempo a Dios y al dinero? ?Se dejar¨¢ tentar nuestra Iglesia para reconvertirse de pueblo de Dios en empresa de Dios?
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