Los cerros del Renacimiento
Dos plazas fronterizas, bastiones de la ¨²ltima reconquista, residencia de nobles castellanos
Al sur de Despe?aperros, casi en el justo centro de la provincia de Ja¨¦n, se extienden unas lomas punteadas de olivos: es la tierra de desviaciones y vericuetos sin fin conocida por todos con el nombre de los Cerros de Obeda.En ellos se perdi¨® un d¨ªa de inaplazable batalla el caudillo cristiano Alvar F¨¢?ez en compa?¨ªa de una joven mora de belleza, cuenta la leyenda, deslumbrante. Lomas de vocaci¨®n literaria, fueron atravesadas en distintas ocasiones por el m¨¢s grande de los poetas, san Juan de la Cruz, camino de sus conventos de Obeda y Baeza. Siglos m¨¢s tarde ser¨ªan cantadas como nunca por la inmensa humanidad de Antonio Machado. Hoy forman una tierra de luz di¨¢fana, brillante, perfiles ondulados que se contin¨²an en un cielo lejano y limpio. En ella, dos ciudades monumentales que ven transcurrir sus d¨ªas, hace ya siglos, en el olvido. Fueron las dos importantes plazas fronterizas, bastiones de la ¨²ltima reconquista, residencia de nobles castellanos, villas notables durante los tiempos de Carlos V y Felipe II, ciudades fortificadas que se convirtieron en renacentistas. Aquellos campos de olivos de la cuenca del Guadalquivir constituyeron durante a?os tierra de todos, frontera en la que nadie era forastero. Moros y cristianos se disputaban las plazas amuralladas, y los sucesivos ataques y batallas no alcanzaban a asegurar su conquista. Fue incluso necesaria, seg¨²n cuenta el padre Mariana en su Historia, la intervenci¨®n milagrosa del mism¨ªsimo san Isidoro, quien, apareci¨¦ndose en sue?os a Alfonso VII, le augur¨® la toma de Baeza. Ser¨ªa ¨¦sta de muy breve duraci¨®n, sin embargo. Las dos ciudades habr¨ªan de quedar sometidas al poder de distintos reinos moros hasta que, despu¨¦s de la victoria de las Navas de Tolosa, el ej¨¦rcito cristiano prepara su asedio y definitiva conquista en tiempos de Fernando III el Santo. Se convierte, a partir de entonces, no s¨®lo en cuartel y centro de operaciones, sino en residencia de nobles durante esos largu¨ªsimos a?os de la ¨²ltima Edad Media, en que los fragores de la guerra conviv¨ªan con un intercambio m¨¢s o menos amistoso entre ambos bandos. Tras la toma de Granada, aquellas familias de linaje ilustre mantuvieron en las ciudades sus mansiones, las enriquecieron y protegieron, haciendo de las antiguas fortalezas dos ejemplos ¨²nicos del Renacimiento espa?ol.
?beda, la creaci¨®n de Vandelvira
Se llegue a ?beda por donde se llegue, siempre se da en la gran plaza de V¨¢zquez de Molina, un espacio irregular y alargado, surgido m¨¢s por los l¨ªmites impuestos de los edificios que la flanquean que por un plan establecido. Un espacio necesario para contemplar la fachada perfecta del palacio de las Cadenas, con sus tres plantas y las dos hileras de ventanas, de una belleza radiante, sin quiebra, como s¨®lo el Renacimiento pudo concebir. Casi en frente, Santa Mar¨ªa de los Reales Alc¨¢zares, en el mismo lugar donde se levantaba en tiempos moros la mezquita. Hoy es un muestrario de estilos sucesivos -interior, g¨®tico; claustro irregular embutido en la muralla, g¨®tico y renacentista; fachada y portada lateral, renacentistas; espada?as del XIX, torre¨®n de cuando era mezquita- hermos¨ªsimo y levantado en esa piedra de matices dorados que impregna con su color la ciudad entera.
En el otro extremo de la plaza, y cerrando su frente m¨¢s estrecho, la sacra capilla del Salvador, obra, como el palacio de las Cadenas, de Vandelvira, quien se hizo cargo tambi¨¦n de la rica fachada, siguiendo un proyecto que se deb¨ªa al gran Diego de Silo¨¦. En el interior se encuentra un retablo que fue de Berruguete y hoy, casi en su totalidad, de los restauradores. Admirable es la puerta esquinada que da paso a la sacrist¨ªa, obra de Vandelvira. El Salvador marca los l¨ªmites de la poblaci¨®n: m¨¢s all¨¢ comienzan los olivos y las tierras onduladas. Pero a¨²n en la plaza habr¨¢ que contemplar el hoy parador del Condestable D¨¢valos, antes palacio, con su hermosa fachada del XVI; el antiguo p¨®sito y, junto a Santa Mar¨ªa, la c¨¢rcel del Obispo, destinada a encerrar entre sus paredes a las monjas merecedoras de alguna pena.
Habr¨¢ que introducirse por algunas de las calles que bordean los palacios para dirigirse al centro de ?beda, la plaza del Primero de Mayo, tradicionalmente la plaza del Mercado, cerrada casi en redondo por las hileras de las casas, en gran parte encaladas, con los dinteles de puertas y ventanas en piedra. All¨ª se encuentra el antiguo ayuntamiento, un bell¨ªsimo e ins¨®lito edificio abierto en dobles arcadas de innegable inspiraci¨®n italiana. All¨ª tambi¨¦n la iglesia de San Pablo, que conserva a¨²n una portada de su f¨¢brica rom¨¢nica, aunque la que nos haya llegado a nuestros d¨ªas sea la posterior g¨®tica. En su torno se extiende la poblaci¨®n, amplia, de rincones y placitas deshabitadas, casas bajas y ventanas enrejadas. Las calles se curvan suavemente descubriendo el oratorio de San Juan de la Cruz junto al convento de los carmelitas, donde se ha instalado un museo-biblioteca abierto al p¨²blico; el palacio de la calle de Montiel, la casa de don Luis de la Cueva, el palacio de los Porceles, el convento de Santa Clara, donde estuvo hospedada Isabel la Cat¨®lica; una lista, en fin, interminable de palacios y mansiones. Y a¨²n m¨¢s: la Casa Mud¨¦jar, donde est¨¢ instalado el Museo Arqueol¨®gico, las puertas y restos de la muralla ¨¢rabe y esos dos palacios inigualables de la calle Real, con los balcones en esquina. Y el hospital de Santiago, tambi¨¦n de Vandelvira.
Baeza, 'pobre y se?ora'
Sobre una de las muchas colinas que forman estas tierras se despliega esa ciudad hecha de recuerdos y construcciones monumentales que es Baeza. Con su belleza algo ajada por el tiempo, muestra a¨²n un conjunto de edificios realmente sorprendente. Mora, rom¨¢nica, g¨®tica y renacentista, su pasado est¨¢ al aire libre, su historia floreciente, en los tiempos en que funcionaba la universidad y la ciudad se llen¨® de palacios y conventos.
Hoy todo es recuerdo desperdigado en calles y plazas de resonancias castellanas. Lo mejor ser¨¢ subir hasta la catedral, en el punto m¨¢s alto del cerro. G¨®tica, reformada m¨¢s tarde al gusto renacentista, su fachada, en esquina, con las estupendas Casas Consistoriales Altas, forma una placita perfecta presidida por un arco de triunfo en miniatura, obra del siglo XVI. A cuatro pasos, el edificio m¨¢s famoso de Baeza, ese magn¨ªfico palacio de Jabalquinto, obra maestra del g¨®tico isabelino, dorado hasta el brillo, y la rom¨¢nica iglesia de Santa Cruz, hace muy pocos meses en restauraci¨®n; y sin dar tiempo ni respiro, s¨ªmbolo de esa concentraci¨®n del lujo que da el esplendor, la antigua universidad, con hermosa fachada de factura renaciente y patio de doble planta.
Clausurada en tiempos de Fernando VII, en 1875 su destino baj¨® en la escala acad¨¦mica, habilit¨¢ndose como instituto de ense?anza media. Presintiendo ya la diaria pisada del profesor y el poeta.
Siempre cuesta abajo se llega al paseo de San Antonio, con la Alh¨®ndiga, la cercana Torre de los Aliatares, mora; la plaza del P¨®pulo, flanqueada por la antigua Carnicer¨ªa y abierta a los campos por la puerta de Ja¨¦n. Todo del XVI.
Pero queda un largo cat¨¢logo de iglesias, palacios y edificios civiles, como esa espl¨¦ndida c¨¢rcel, obra de Vandelvira, justo enfrente de la casa en que vivi¨® Machado. Baeza exige el descubrimiento pausado, el tiempo infinito. Rodear la ciudad por el paseo de las Murallas, cruzarla de extremo a extremo contemplando fachadas resplandecientes, llorar ante las ruinas de San Francisco.
Comer, dormir
Para alojarse, lo perfecto es el parador Condestable D¨¢valos, en ?beda, instalado en un palacio del XVI, con hermoso patio. Para comer, un buen lugar en Baeza, Casa Juanito, con excelente ensalada de perdiz y otros platos de la zona a buenos precios.
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