Maruja L¨®pez, la 'chiquita piconera'
Fue modelo de Julio Romero de Torres en los billetes de 20 duros
La chiquita piconera, la Fuensanta aut¨¦ntica del billete de 100 pesetas de Romero de Torres, Maruja L¨®pez, convalece de un infarto en la residencia de la tercera edad de la Seguridad Social en el Parque de Figueroa de C¨®rdoba. Doliente de una cardiopat¨ªa isqu¨¦mica, de mal de piedras en la ves¨ªcula, de hernia, de hipocondria, de soledad y de vejez, lucha por mantener su tipo de mujer que anduvo en coplas. Los achaques de sus 70 a?os y los posos de una vida turbulenta, con un mundo de pretendientes chulos y hedonistas girando en torno a sus ojos almanzores, le van pesando, aunque lo disimula.
"?Casarme yo otra vez? ?Huy! ?Una y no m¨¢s, santo Tom¨¢s!". Pero a¨²n la pretenden. Y la persiguen en los viajes colectivos organizados por la residencia. "?Hasta Galicia y Portugal, dale que te pego, el t¨ªo viejo, queriendo que nos cas¨¢ramos!".A los setenta "y pico" a?os, conserva la locuacidad de una adolescente. E, intacta, la frivolidad d mujer mimada por su belleza. Nacida en Argentina ("soy porte?a como la m¨ªlonga"), hija de emigrantes cordobeses, viene a Espa?a a los ocho a?os. Sus padres se instalan en una casa vecinal de las Siete Revueltas, en el coraz¨®n mud¨¦jar del barrio de Santiago. Una vecina de su propia casa de muchos era Amalia, la gitana modelo de zahor¨ª, echadora de cartas, en los lienzos de Julio Romero de Torres Ella le habl¨® al pintor de la ni?a argentinita reci¨¦n llegada. Corr¨ªa el a?o 1922. A partir de entonces la imagen morena de ojos "grandes como las fatigas / negros como los pesares" se convierte en la modelo de los ¨²ltimos a?os del artista. Al principio cobraba tres pesetas al d¨ªa. Al final, ocho pesetas.
Cuando Julio Romero muere, en mayo de 1930, Maruja L¨®pez le posaba para su ¨²ltimo cuadro con las tocas de clausura de una monja. "Ante ¨¦l nunca me desnud¨¦. S¨®lo el hombro izquierdo de la chiquita piconera. Todo lo que se cuenta, todo lo que cantan las coplas, son habladur¨ªas". El pintor la respetaba. "?Y c¨®mo no me iba a respetar, si nunca est¨¢bamos solos en el estudio, que aquello parec¨ªa un bautizo, de la gente que acud¨ªa! Otra cosa es que yo no le gustara, aunque nunca se insinu¨®. El s¨ª que me gustaba a m¨ª. Pero de una manera distinta. Corno un se?or que est¨¢ arriba. Julio era serio. Trabajador. Yo le miraba y le ve¨ªa cerca y lejos, como una torre".
Cuando Maruja se queda hu¨¦rfana de pintor, a los 17 a?os, con los dos negros ojos a cuestas como una maldici¨®n, comienza su cruz. Con los hombres detr¨¢s como moscas. Con la debilidad de la carne encima. Y con un marido reci¨¦n puesto que ella confiesa que le dur¨® hasta el d¨ªa que llev¨® a su casa a un se?orito para compartirla. Desde mayo de 1930 a este noviembre de 1983, Maruja L¨®pez ha venido luchando a brazo partido con la vida con la sonrisa puesta. ?Si ella hablara de los hombres importantes que en su casa se dieron cita! ?Si ella revelara las confesiones de las se?oras decentes que acab¨® vistiendo! ?Qu¨¦ pasar¨ªa si hablaras, Maruja? "iHuy, hijo!, que se quedar¨ªan en pelotas muchos gobernantes y presidentes de diputaciones, que tambi¨¦n son guerreros que necesitan reposo Hablo de los de antes, claro; que ya no est¨¢ una para trotes".
Maruja. Carmen. Fuensanta. La ni?a de la jarra. La chiquita piconera, moviendo eternamente las pavesas del brasero. Maruja transfomista, doliente, pidiendo que la Seguridad Social la mande a su piso, con una asistenta social. Reh¨²ye estar en la residencia. "Es que yo fui costurera aut¨®noma. Llegu¨¦ a ser vocal del sindicato". Y as¨ª sigue. Vertical. Con su negr¨ªsimo pelo ahora coqueta¨ªnente te?ido de plata y malva. Con todos sus achaques escondidos en la negrura de sus ojos enormes. "A mis ojos les han dicho de todo. Desde ladrones hasta asesinos". Lo siguen siendo. Hasta el d¨ªa que se cierren.
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