Diosdado: cincuenta a?os en escena
La primera referencia que tengo de Enrique ?lvarez Diosdado es de 1928: su nombre est¨¢ ya en el reparto del estreno de M¨¢s fuerte que el amor, de Benavente, con la compa?¨ªa de Margarita Xirgu. Deb¨ªa tener Enrique por entonces unos 18 a?os. La ¨²ltima, escrita, de 1977, cuando mont¨® en el Centro Cultural de la Villa, para llev¨¢rsela por provincias, La malquerida, tambi¨¦n de Benavente. L¨®pez Sancho dec¨ªa entonces de ¨¦l: "El modo del Esteban de Diosdado es el naturalista. Rudo, sincero". Estaba definiendo el cr¨ªtico, con toda certeza, algo m¨¢s que el montajede un personaje: el estilo concreto de un actor. Enrique Diosdado era rudo, sincero. Luego, las referencias se volvieron amargas. Fulminado durante su trabajo, Enrique Diosdado hab¨ªa congelado toda su fuerza, toda su entereza, en una par¨¢lisis. Le pregunt¨¢bamos a Amelia de la Torre, su compa?era de vida y de arte, por Enrique, y se le empa?aban los ojos de l¨¢grimas. Con el tiempo, era mejor no preguntar por no mover el dolor, por no llamar a la l¨¢grima y a la amar gura, y todo se reduc¨ªa al apret¨®n de manos duplicado, para los dos. Entre estas dos referencias, la primera y la ¨²ltima -a¨²n le v¨ª, despu¨¦s, en Las manos sucias, versi¨®n de Marsillach y direcci¨®n de Jos¨¦ Luis Alonso-, hay casi 50 a?os: medio siglo de pisar escenarios en Espa?a y en Am¨¦rica. Una primera notoriedad, a¨²n dentro del fondo del reparto, en De muy buena varada, de Casona, en 1934, y el de Yerma, de Garcia Lorca, y Otra vez el diablo, de Casona... Diosdado en el barco que se llev¨® de Espa?a a Margarita Xirgu, y trabajando con ella en Am¨¦rica; luego, con Catalina B¨¢rcena, y con su propia compa?¨ªa... La primera vez que vi a Enrique Diosdado fue cuando le trajo a Espa?a Luis Escobar para el teatro nacional Mar¨ªa Guerrero. Fue una primera impresi¨®n de extra?eza. Tra¨ªa ese estilo -recio, duro, de varon- que se hab¨ªa' llevado y hab¨ªa educado, creado; contrastaba con el que se hac¨ªa teatro en Espa? y, sobre todo, en el Mar¨ªa Guerrero. Todo hab¨ªa evolucionado aqu¨ª "de una cierta manera"; tod, all¨ª, de otra. Un poco despegado, un poco ajeno al principio, desorientado ¨¦l mismo -con esa sensaci¨®n de extranjer¨ªa que se trae a Espa?a cuando se ha vivido fuera de ella tanto tiempo-, pudo haber pensado entonces en volverse a Am¨¦rica. Acert¨® al no hacerlo. Pronto aqu¨ª su estilo ser¨ªa suyo, y su sello admirado. Fue haciendo el camino del c¨®mico, entre estancias en un teatro nacional y rachas viajeras, de ciudad en ciudad.
Lo dem¨¢s, son recuerdos personales. Su piso en Recoletos, frente al Gij¨®n y cerca del Mar¨ªa Guerrero; era recio, tambi¨¦n, y humorista, en sus tertulias. Y la casa de Pozuelo, con su jard¨ªn para los ni?os: y Ana Diosdado madurando en ese jard¨ªn para ser actriz -la dinast¨ªa-, para escribir Olvida los tambores.
Hasta que lleg¨® el silencio. Y el saldo apresurado de 50 a?os de teatro, de 73 de vida, as¨ª cortada...
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