El general polaco que le¨ªa a Pilsudski
Desde mayo de 1958 los generales pol¨ªticos padecen el s¨ªndrome agudizado de De Gaulle. En la tesitura de tener que intervenir para salvar la patria todos quisieran que el pueblo. reclamara su concurso, y que, en la mejor l¨ªnea din¨¢stica, su intervenci¨®n instaurara un nuevo r¨¦gimen en el que su partido gozara de gloriosa hegemon¨ªa.Esos generales que sue?an con furidar una V Rep¨²blica suelen pasar a la historia con nombres de escueto pedigree. Los peor parados se llaman Pinochet, otros desaparecen con mon¨®culo incluido como Sp¨ªnola, los hay como Bignone que piden que su nombre se olvide cuanto antes, no faltan quienes a lo Evren prueban fortuna inventando una nueva democracia tutelada. Incluso el pueblo en armas, versi¨®n de Nicaragua, se acoraza de Junta militar e invoca la defensa de la patria poni¨¦ndole una amplia nota del autor a la palabra democracia.
En Polonia el sue?o del gaulismo tiene un peligroso nombre propio. El del general Pilsudski, restaurador de la independencia tras la guerra del 14, con el problema sustantivo de haberse cobrado esa soberan¨ªa a repelo de la vecina Uni¨®n Sovi¨¦tica.
El general Wojciech Jaruzelski pareci¨® sentir en su momento la tentaci¨®n de un gaulismo a la polaca. Eran los meses anteriores al golpe del 13 de diciembre, tan s¨®lo hace dos, a?os, en los que el militar, reci¨¦n aupado a jefe de Gobierno, gustaba de dejarse visitar con las obras completas de Pilsudski al tiento de la mano. El general estimulaba la creencia de que obraba por la reconducci¨®n de un libre sindicato, del di¨¢logo con un electricista llamado Lech Walesa de puertas para adentro, y de un trato con la URSS en las fronteras del Pacto de Varsovia.
Era un gaulismo de lo posible en un pa¨ªs que proced¨ªa de un totalitarismo relativamente tolerante y en el que se ensayaba una experiencia apasionada. En Nicaragua, los sandinistas se alejaban de una intolerancia relativamente totalitaria y apuntaban a la democracia sin mucha prisa y con bastante pausa.
El presidente americano Ronald Reagan y el l¨ªder sovi¨¦tico Yuri Andropov coincid¨ªan en que cualquier experimento en los lindes de su fuerza ser¨ªa contrario a sus rotundos intereses, y con ello convert¨ªan a EE UU y a la URSS, a la vez en espantajo y coartada de Junta y Jaruzelski. Ya nunca sabremos si el general polaco tom¨® el poder en evitaci¨®n de un mal mayor que irrumpiera desde el Este, o si el golpe estaba fatalmente previsto por el Kremlin para hacer el doble servicio a Varsovia y a Mosc¨² de economizar a ambos la invasi¨®n Tampoco habr¨¢ quien sepa si la Junta sandinista, entregada a sus exclusivos apetitos, tendr¨ªa hoy m¨¢s o menos gazuza democr¨¢tica, y si la convocatoria de elecciones es un acontecimiento retrasado por el cerco vecinal movido desde Washington, o una prioridad de coyuntura para aflojar el dogal anudado al cuello de Managua.
Pese a todo un cierto pluralismo vergonzante, cobijado en las capas pluviales de la Iglesia, alienta a¨²n en Varsovia. La Junta de Borge y de Ortega tampoco se decanta todav¨ªa por la ortopedia de la dictadura.
Jaruzelski -ni Pilsudski ni Pinochet- no carece de un parco margen de escaqueo, como parece reconocer el Vaticano. La Junta sandinista -ni Somoza ni Bol¨ªvar- todav¨ªa puede resguardarse en los de Contadora para tensar esa misma cuerda frente a Reagan. Que las parcelas de movilidad no desaparezcan totalmente.de Polonia parece lo m¨¢ximo que quepa desear; que Nicaragua establezca claramente las reglas de la pugna en el futuro sistema sandinista, es lo m¨ªnimo exigible para apaciguar a los perros de la guerra. Ser¨ªa vanidad pretender que los se?ores del planeta dejaran a Polonia ser Polonia y a Nicaragua, Nicaragua.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.